Que el cambio climático está afectando a la cordillera mendocina, no es ningún secreto. Desde hace algunos años, la cuestión años en el ámbito científico es determinar en qué grado los efectos del calentamiento global se evidencian en las zonas montañosas, como la Alta Montaña mendocina. En este marco se inscribe uno de los proyectos internacionales más ambiciosos que se han encarado en el mundo para evaluar este impacto, del cual participa la UNCUYO.
Desde 2020, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) financia parte de un estudio en varios países, entre ellos Argentina, para obtener datos sobre el suelo y el agua en las regiones montañosas en el contexto del cambio climático. “Es un proyecto que consiste en generar evidencias y construir capacidades que contribuyan a la toma de decisiones y a la generación de políticas públicas para lograr la adaptación a escenarios de cambio climático”, Sandra Ibáñez, especializada en ingeniería ambiental y aguas subterráneas y una de las investigadoras que participa de este ambicioso estudio desde la UNCUYO.
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El proyecto se está desarrollando en las dos mayores cordilleras montañosas del planeta, el Himalaya y los Andes, regiones consideradas importantes para el monitoreo por la fuerte dependencia que tienen las poblaciones locales del agua de la montaña para el desarrollo de sus medios de vida.
Uno de los aspectos novedosos de esta iniciativa internacional que tiene a Mendoza como uno de sus principales focos de estudio es que “se utilizarán nuevas técnicas nucleares (sensores de neutrones de rayos cósmicos, uso de una plataforma de intercambio de datos) e isotópicas para la evaluación de los recursos hídricos”, explica Ibáñez. Esto porque, según evaluaron los investigadores, los métodos clásicos de análisis son insuficientes hoy para monitorear los impactos del cambio climático en la tierra y el agua en regiones de alta montaña.
Los sensores de rayos cósmicos ya están llegando al país. Son dos: uno medirá humedad integrada en un área de aproximadamente 20 hectáreas y el otro servirá para medir altura de nieve o espesor de hielo en glaciares. Estas sondas se instalarán, por las condiciones actuales del tiempo en la alta montaña, a principios de la primavera.
Mientras tanto, “se están midiendo niveles piezométricos, se están tomando parámetros físico-químicos en aguas superficiales y subterráneas, y realizando aforos en cursos superficiales”, especificó Ibáñez.
El proyecto comenzó en 2020 y tenía previsto terminarse en 2023, pero la pandemia provocó retrasos. El sector de Argentina fue invitado el año pasado a incorporarse después de un proyecto exitoso –también liderado por la OIEA– donde se estudió isotópicamente la dinámica de las cuencas hidrológicas de Uspallata y Yalguaraz. “En el caso de este proyecto, estamos comenzando las primeras tareas de reconocimiento de campo”, completó la ingeniera Ibáñez.
Preguntas a responder
En el proceso de planificación del proyecto, los investigadores se decidieron a buscar evidencia sobre una serie de aspectos que refieren a los efectos del cambio climático en la cordillera mendocina. Por ejemplo, cómo están siendo afectados los glaciares en la zona y cuáles son los espesores de nieve en las cuencas estudiadas. Además, determinar cuál es el equivalente de esa altura de nieve en el caudal de los ríos y arroyos locales y cómo está variando esa dinámica.
También hay una pregunta clave que se busca responder, porque determinará las políticas públicas que deban encararse hacia el futuro: ¿los períodos de sequía actuales son periódicos o representan el nuevo estado de equilibrio del sistema? Es decir, si la escasez de nevadas –que lleva más de una década en los Andes centrales– llegó para quedarse definitivamente, obligará a los gobiernos a gestionar con un recurso hídrico escaso de aquí en más.
Para ello, el monitoreo que se hará también incluye medir la variación del caudal de los arroyos de la zona y el almacenamiento de los reservorios de agua subterráneos de la cuenca estudiada. Y relacionado con esto, el uso del recurso hídrico que se hace en la zona, lo que incluye a todo el Gran Mendoza, donde vive más de un millón de habitantes.
“Queremos saber además cómo es el papel de los humedales de gran altitud en la amortiguación de este suministro de agua y el almacenamiento de CO2 como carbono orgánico del suelo bajo un clima cambiante”, agregó Ibáñez, una de las 50 personas de distintas instituciones que participan de este inédito estudio. Además de las facultades de Ingeniería y Ciencias Exactas de la UNCUYO, se suman la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), el Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales (IANIGLA), el Instituto Nacional del Agua (INA) y la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE).
Según especificó la investigadora de la UNCUYO, hay otras cinco variables –además de las que medirán los sensores nucleares– de donde surgirán los datos que permitirán establecer una base de conocimientos sobre los impactos del cambio climático en el suelo, los sedimentos, el agua y dinámica de la criósfera en regiones montañosas altas, con el objetivo final de transferir luego esos datos a los tomadores de decisiones nacionales y regionales en la gestión de la tierra y el agua.
Estas cinco variables son:
- Radionúclidos de precipitación: para evaluar la erosión del suelo y las tasas de distribución de los sedimentos en diferentes escalas de tiempo.
- Isótopos estables específicos del Carbón (CSSI): crucial para probar la sensibilidad a la temperatura de descomposición de la materia orgánica del suelo.
- Datación por C-14: para fechar la dinámica de las masas de hielo y agua y calcular las tasas de erosión y sedimentación del suelo en los cuerpos de agua.
- Análisis de C-13 y N-15: indicadores de la estabilidad del carbono orgánico del suelo y como marcadores paleoambientales del ciclo del agua.
- Análisis de O-18 y Deuterio del hielo, nieve y agua: para el rastreo del origen en relación con el movimiento glaciar y nieve en el ciclo hidrológico.
De acuerdo con datos del Departamento General de Irrigación, Mendoza atraviesa la peor situación hídrica de los últimos 33 años, con 30 % menos de agua que el promedio histórico. Esta investigación resultará, entonces, vital para aportar datos que permitan trazar un camino para afrontar la ¿inevitable? disminución del caudal de los ríos de la región.