Ecuador, un país de fábulas

Ecuador, un país de fábulas

Tengo que empezar mi relato con una explicación previa: soy ecuatoriano. Pertenecemos, como muchas familias argentinas, a la generación "hijos de exiliados", clase 1979. De todas maneras, viví pocos meses allí. En aquel entonces, teníamos una tía  que andaba de paseo por la mitad del mundo y mis padres decidieron instalarse en su casa luego de que mi papá pasara una temporada en una cárcel, por sus ideas políticas.

Allá, comenzaron a relacionarse con distintas personalidades de la cultura de Quito, como el dramaturgo Arístides Vargas y el actor Ernesto Suárez. Pero me acuerdo poco y nada de aquellas reuniones, y nunca volví, hasta 2010.

Esta vuelta a Ecuador que hice con mi hermana y una prima tenía el propósito de reencontrarme con esos momentos de la infancia y sincronizar ahora de grande con aquellos lugares por donde había vivido la familia.

La mañana que llegamos era mi cumpleaños. Tenía planeado realizar un ritual muy particular: corrí a visitar a la misma hora del parto, la clínica donde había nacido. Mi primera foto fue junto a las puertas de aquella institución, todavía en funcionamiento. Por supuesto, no esperaba ningún choque astral, ni señal del cielo, ni nada parecido. Pero sí hubo una extraña sensación de reconciliación con la reconstrucción de mi identidad que me atravesó durante todo el viaje.

Para mí Ecuador era una fábula. Era un rompecabezas de cuentos, anécdotas y paisajes que me fui imaginando de acuerdo a lo que me habían contado mis padres y ahora me tocaba observar con mis propios ojos. Pero ¿qué tanto había quedado de aquel lugar imaginado con el sitio del presente?  El viaje se concentró más en Quito. Teníamos algunos contactos. El mismo maestro Arístides Vargas nos recibió en su casa, justo cuando él estaba dando un taller con alumnos de distintas partes del mundo. Además tuvo la amabilidad de llevarnos de paseo.

La capital, siempre con esas desigualdades sociales aunque con una identidad latinoamericana muy fuerte, es maravillosa. Junto con Cuenca, Patrimonio de la Humanidad por su arquitectura, son imperdibles. También visité Montañita. Lo  más parecido a un no-lugar, un espacio cosmopolita, un pueblo más representativo de una nueva visión dentro de la industria turística de Ecuador que atraviesa un gran desarrollo de infraestructura.

Me volví profundamente enamorado de su gente, de observar esas acaloradas señales de la revolución ciudadana, más soberana, diría, una actitud desafiante frente a los abusos institucionales, mucho más afianzada en Ecuador que en Argentina. Hay un arraigo más genuino propio de la evolución de su historia. Me senté en las plazas para escuchar las charlas de algunos personajes con megáfonos que expresaban el mensaje social y político utilizando la forma del discurso pastoral. Porque allí la impronta religiosa es fuerte, aunque vinculada más bien al lado más progresista del catolicismo.

El paso del tiempo te devuelve sorpresas. Aquel Ecuador de niño con el Ecuador de adulto, tienen poco y nada de semejanzas, pero ya no importa. Aprendí a creer en ello.

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