Como en la década del treinta, aún puede escucharse el bullicio que provocan las voces de los orilleros en la mesa, en los tradicionales salones familiares de la Calle Corrientes en Buenos Aires. En pizzerías como Güerrín, Las Cuartetas, El Cuartito y Angelín, en la década del 30 empezó a tomar forma la etiqueta amarilla de la firma Crotta. “Nuestra empresa nació en 1933, somos conocidos por el moscato, pizza y fainá en Buenos Aires. En Mendoza no existe esa cultura de comer pizza con moscato, pero allí es muy normal; un vaso de vino dulce para acompañar una comida salada”, cuenta Carlos Eduardo Crotta. El empresario, de 54 años, pertenece a la tercera generación de una familia de inmigrantes, de hacedores, que lograron imponer una moda tan clásica como los vinos que venden: moscato, pizza y fainá.
José Eduardo Crotta nació el 1 de junio de 1905 en la región de Lombardía, en una aldea llamada La Crotta, en la provincia de Pavia. A los 14 años llegó a Argentina persiguiendo el sueño de tantos extranjeros que buscaban un futuro próspero. “Mi abuelo se rodeó de inmigrantes, de italianos y españoles, que venían persiguiendo el sueño de ‘hacerse la América’’. Junto a su esposa, la austriaca Wilhelmina Ritz, en la década del 50 decidieron levantar su propia bodega y se radicaron en Mendoza. Compraron el establecimiento que pertenecía a los Ariota, una familia tradicional de San Martín.
El tanque de la bodega Crotta, construido por Carlos Leopoldo Crotta al costado de la Ruta 7, “hoy es una referencia de la Zona Este, somos parte del inventario del departamento. Cuando se comenzó a construir la bodega, de dos naves, por su tamaño era poco común para la zona, al margen de que era otra vitivinicultura y también otro el nivel de consumo. En aquel momento había 20 millones de habitantes y el consumo per cápita era de 90 litros de vino por año, hoy con más de 40 millones de habitantes estamos lejos de los 60 millones de litros”. En la actualidad, la firma que cumplió 90 años cuenta con una capacidad de guarda de 18 millones de litros y una capacidad de producción de 100 mil quintales de uva al año.
“Mi abuelo era un visionario, disfrutó de más logros que fracasos en su carrera. Él tuvo la visión de instalar la damajuana en el mercado, en ese momento tratar de imponer un envase de 5 litros era inviable porque la gente estaba acostumbrada a la botella, pero insistió y, en la década del ‘90, llegó a tener una participación del 50% en el mercado de la damajuana. Era una locura, gracias a Dios se ha recuperado el segmento, pero hoy con otros porcentajes. Las damajuanas siguen sosteniéndose en el interior, por la tradición de consumir vino en la mesa familiar, sobre todo sábados y domingos; en las mega ciudades es más difícil hacerlo porque después del almuerzo hay que seguir con el trabajo diario”, agregó Carlos.
El crecimiento compartido
La combinación moscatto, pizza y fainá es ideal para compartir entre varias personas, de modo que no se trata solo de comer y tomar algo, sino de hacerlo con otros. En ese sentido, podría decirse que la familia Crotta no solo construyó una bodega, también fue impulsora de desarrollo para sus vecinos. “Mis abuelos tenían una finca muy grande y llevaron la luz eléctrica para el beneficio de muchas familias. Crearon barrios para sus obreros para que estuviesen cerca y no tuviesen que caminar mucha distancia. También promovieron el gas. A 200 metros de la bodega, camino a Palmira, hay una rotonda que lleva el nombre de mi abuelo; él fue un gran colaborador en todo”.
Entre los objetivos de la empresa, como parte del legado familiar, ellos promueven un cambio cultural entre los vendimiadores, para abolir el trabajo infantil. “Me acuerdo ir de niño con mi abuelo, los primeros días de clases y repartir útiles escolares en las escuelas de la zona. Hace unos años una persona, ya mayor, me mostró una regla que le habíamos regalado hace más de 40 años, se me hizo un nudo en la garganta, son hechos muy difíciles de medir con dinero, pero que encierran grandes emociones”, afirmó Crotta.
Carlos explica también que fueron los impulsores de las guarderías en época de Vendimia: “A mí me llamó la atención que los niños estuvieran en las hileras y decidimos crear una guardería para los chicos de hasta 12 años, Fernando Barbera me habló de la responsabilidad social empresarial. Con el tiempo, Mario Adaro, que era funcionario de gobierno, nos contó que fuimos la primera guardería en Vendimia, otras bodegas nos han igualado y superado también”.
“En una de nuestras fincas, en El Ramblón, desde hace muchos años celebramos una procesión alrededor de los viñedos”, cada 27 de noviembre le ofrendan los primeros racimos de la cosecha a la Virgen de la Carrodilla. “Es una tradición en la que participan también los vecinos, invitamos al cura párroco y brindamos con vino de misa”.
Lazos de familia
En la actualidad, Carlos, Claudia y Carolina, integrantes de la tercera generación de esta empresa familiar, continúan produciendo vinos y manteniendo vivo el prestigio que ha logrado la bodega a lo largo de sus 90 años de existencia. Bodegas Crotta, aquella marca que representa más que la historia de un apellido, sigue siendo célebre por sus vinos que son generosos. Le dieron una nueva identidad a su moscato, rejuvenecido en una línea por medio de la etiqueta de “Le Moscat”.
Además, hicieron Oporto, Marsala y también Mistela, que publicitaron durante años con una gigantografía (con la forma de una botella en forma de ocho) al ingreso de la ciudad en calle Vicente Zapata.
“Tratamos de adecuarnos a la tenencia de los tiempos, a enriquecer nuestras líneas, a trabajar en la imagen de nuestras etiquetas... elaboramos productos con la misma dedicación con la que lo hicieron nuestros padres y abuelos. Tratamos de estar cerca del consumidor, de escucharlos porque marcan tendencia, ellos son nuestros socios más fieles”, aseguró Carlos Crotta.
Sostienen que su gran secreto es que son pocos de familia y toman decisiones importantes de forma rápida alentando la idea del progreso. Mientras en el horizonte, programan la apertura de un restaurante de paso en la bodega, el nieto de José sostiene: “Me hubiese gustado progresar un poco más, pero la economía actual de Argentina no nos ayudó y las desgracias naturales, tampoco. Ya tengo 34 cosechas y esta es más distinta de lo habitual, a veces hay más o menos uva, pero no hay que hacerse mala sangre, hay que agradecer por los clientes nobles que tenemos”.
“Invertir en agricultura es estar expuesto al clima, a una helada, a la piedra, a la sequía... Nos tocó y hemos tenido pérdidas del 90%, pero vamos a tratar de manejarlo de la mejor manera para seguir adelante”, cerró Crotta.