Jorge Miliotti: el aprendiz que construyó el taller más grande de Sudamérica

El fundador de la empresa que lleva su nombre asegura que seguirá trabajando toda su vida, tecnificando y mejorando el espacio de trabajo. La historia de cómo evolucionó hasta ser reconocido en el país.

Jorge Miliotti: el aprendiz que construyó el taller más grande de Sudamérica
El empresario comenzó como ayudante en un taller de chapería y no tardó en animarse a formar su propio negocio, con tecnología de última generación / Nicolás Ríos

“Siempre me ha gustado el orden, en mi casa, en el taller, siempre he sido muy finito con eso”, cuenta Jorge Ricardo Miliotti mientras dibuja una suerte de limite con sus manos. En su oficina hay algunos recuerdos personales y diplomas, en la recepción una colección de certificaciones que acreditan que su taller de 17.000 m2 tiene un nivel de servicio internacional. JR lo había soñado, él quería que su lugar de trabajo tuviera la prolijidad y limpieza que tienen los supermercados. “Cuando iba al ASA en la Alameda, quería tener un taller así y quizá más grande”, señala sobre su pequeña terminal automotriz.

Hace un mes comenzó a prestar servicio en una planta verificadora, computarizada, en el departamento de Las Heras. Su nueva unidad de negocio tiene 4.000 m2 cubiertos, es el nuevo eslabón de una cadena que comenzó a gestarse cuando JR tenía 14 años: “Empecé con esta actividad en 1967, como aprendiz de chapería en un taller de la Avenida Mitre en Ciudad. Después estuve en un taller de la Cuarta Sección. Cuando me casé, en 1975, me compré un lindo lote en Las Heras y con mi esposa empezamos de la nada”.

“Teníamos una piecita, en donde vivíamos, y en el fondo armé un lugar para trabajar. El cambio fue grande y perdí los clientes que tenía. El gran respaldo siempre fue mi esposa, ella fue el motor que me impulsó a progresar. Trabajaba todos los días; desde las 6 de la mañana hasta las 14 atendía mi taller de chapería, desde las 15 hasta las 20 me dedicaba a pulir pisos de granito, los del Automóvil Club y el Hospital Central. A partir de las 21 manejaba un colectivo para poder juntar algo de dinero y salir adelante”.

“Ahí empezó todo, en mi casa, trabajando. Cuando venís de la pobreza querés cambiarla como sea. Los certificados en la pared me los dieron empresas de Barcelona, Alemania y Estados Unidos. Ellos han pedido autorización para ver el taller y calificaron con cinco estrellas la calidad del servicio que prestamos. Cuando iba al supermercado me imaginaba que quería tener un taller así y me lo propuse trabajando, me compré un lote e hice mi casa y ahí le puse hasta 1992. Tuve la mala suerte de perder a mi esposa, me quede en la calle… la historia es larga”, cuenta con un aire de melancolía. Hace un chiste y cambia el clima.

“Con mis hijos creamos otra unidad de negocio, una planta verificadora modelo, que también decidimos que estuviera en Las Heras. Sinceramente me preocupo por la gente. En este taller hay 32 personas trabajando todos los días y con la pandemia no nos hemos achicado nunca. Cada uno tiene una tarea para hacer, desde limpiar el piso hasta armar los vehículos. Aprendí en la calle que el trabajo dignifica, me gusta tener todo lo que puedo lograr con mi esfuerzo. A veces viene gente a pedir trabajo, pero cuando le digo de ponerla en los libros no quieren saber nada porque pierden el beneficio de los planes. La gente ha perdido la noción de la dignidad”.

“Tengo ofrecimientos de Security, entre otras empresas, para que lleve el taller a Santiago de Chile. Vinieron a buscarnos de las compañías de seguros para que nos instaláramos allá porque no hay talleres con estas características. A la marca la tenemos registrada en el mundo y solo sería un paso, pero ya estoy grande para eso, para ser aventurero. Nosotros ofrecemos un servicio integral, de paragolpe a paragolpe; tenemos todas las herramientas para hacerlo y trabajamos con un alto estándar de calidad. Todo lo que hacemos tiene garantía”.

Detrás de la ventana, las estaciones de trabajo están delimitadas. Todos están en movimiento, la sección de chapería, de pintura, de armado, del otro lado entregan repuestos. “Tengo algunas maquinas que no tiene nadie en el mercado. A una carrocería chocada la agarras con cuatro pinzas y con un láser lo enderezas. Acá viene mucha gente. Las compañías de seguros de autos, cuando los choques son muy grandes, vienen a este taller. Tenemos las máquinas y los repuestos para que queden como nuevos; a los repuestos los compramos en las terminales para poder competir con buenos precios”, subrayó.

En calle 25 de mayo, en un terreno de cuatro hectáreas, todo está ordenado bajo los galpones. “Trabajamos con pintura de agua desde 2007, es una pintura que traemos desde Europa. Es un poco más cara pero tiene mejor terminación. Desde la chapería siempre apunté a trabajar con los mejores materiales. La pintura tiene dos componentes y cuando le das temperatura en las cabinas, se suelda y queda como una losa. Tengo una cabina móvil que fabricaron en el país, y puedo llevarla para pintar a cualquier parte del taller. Siempre apunte a tener las mejores máquinas, a actualizarme a pensar en el futuro”, afirmó el empresario.

Sus hijos José Ricardo y Jorge Antonio serán los encargados de escalar en un tiempo no muy prolongado la empresa que comenzaron a construir en 2001, bajo un tinglado de 3.000 m2. “Esta es una parte del sueño y yo me conozco, digo que no, pero voy a seguir siempre. Ahora no quiero, pero mañana aparece una máquina nueva y me entusiasmo. Pienso que siempre hay que estar actualizándose. Cuando hice esta primera lonja del galpón, me dijeron ‘Gringo estás loco’, pero yo sabía que era lo que quería. Cuando lo vi tan grande, acostumbrado a talleres chicos, no sabía donde meterme, pero pienso en seguir construyendo. Eso me apasiona”.

Hace poco más de cuarenta años Miliotti soldó la carrocería de un auto fórmula uno a pedido de un Instituto de formación profesional. Entre otros personajes conoció a Oreste Berta y a varios pilotos de carreras. En la pared, un cuadro de un Peugeot de TC 2000 tiene pintado en las puertas JR Miliotti pero reconoce que no es muy fierrero. “Cuando era joven había restaurado algunos autos para el dueño de Stabio, pero después dejé porque me lleva mucho tiempo. Trabajo con las compañías de seguros desde 1982 y ya tenemos una ventaja de la trayectoria. El otro 50% de los vehículos que atendemos son de particulares”, explicó.

Después de un pequeño recorrido por las instalaciones y disfrutar de algunas máquinas, JR confiesa; “no soy tan fierrero, ¿me entendés? Tengo una camioneta que tiene unos 1.000 km y casi no la uso”. Da un par de pasos más y cuenta: “El otro día vino una mujer con un Jeep para que le hiciéramos alineación y balanceo. Cuando la mujer vino a retirarlo, se quedó sorprendida con el servicio. Era como si estuviera en una juguetería”, cuenta JR sin ocultar una sonrisa. El aprendiz de chapista al final pudo cumplir con su sueño y construyó el taller más grande de Sudamérica para que muchos más lo disfruten.

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