La desaceleración de la inflación es, sin dudas, un indicador alentador. Llevamos dos meses consecutivos de baja y, en este caso, con el registro más bajo de los últimos tres años. La reducción en la inflación núcleo, ubicándose en 2,9%, es un síntoma de que se está en el camino correcto.
Desde hace unas semanas, el gobierno viene recibiendo otros índices que refuerzan la idea de que el nivel de actividad económica tocó fondo entre mayo y junio, y desde entonces comenzó una recuperación paulatina.
Pero, detrás de esos números promedio que se festejan, hay realidades mucho más heterogéneas. Reducir la inflación no es sinónimo inmediato de bienestar generalizado; esa mejora tiene un impacto diferente en los distintos sectores. Se percibe en la calle menor incertidumbre en comparación con hace diez meses. Hay sectores con cifras que comienzan a mostrar mejoras, pero una gran mayoría sigue enfrentando desafíos para llegar a fin de mes.
Por eso, una mejor perspectiva pasa por observar este indicador con equilibrio: no hay que caer en euforias prematuras. No parece adecuado para describir una realidad compleja y con muchas aristas. Argentina no solo necesita ordenarse, sino que también enfrenta desafíos pendientes que van más allá de la urgencia de los datos inflacionarios. Reducir la pobreza, reactivar el empleo y atraer inversiones siguen siendo prioridades. Vamos bien, pero no festejemos por adelantado.