Siguiendo un poco los pasos de la vitivinicultura, de a poco, el sector olivícola comienza a construir espacios en la provincia que van más allá de la mera elaboración de aceite de oliva. Así, hace ya algunas semanas comenzó a funcionar a metros del corazón de la Ciudad de Mendoza la primera oleoteca de la provincia, marcando un hito en el oleoturismo.
Siguiendo las tendencias mundiales y los modelos de las tradicionales almazaras españolas, OliBò abrió sus puertas en la esquina de Necochea y Chile para que mendocinos y turistas puedan transitar un viaje sensorial por las distintas variedades de aceite de oliva virgen extra que elaboran, así como otros productos regionales como conservas, vinagre y aceto.
A su vez, proponen una didáctica explicación de la industria olivícola local, repasando detalles del cultivo, el proceso de elaboración y hasta detalles técnicos que se enfocan en la comercialización del producto. “Como no llevamos al turista a la finca o a la fábrica, donde con estas temperaturas podría ser tedioso estar al aire libre entre los olivares, decidimos acercarles, en un punto estratégico del centro, la experiencia de la olivicultura”, comentó Gisela Rosell, quien lleva adelante el emprendimiento.
Raíces catalanas, identidad local
La historia de OliBò comenzó en el año 2005, cuando la familia Rosell decidió darle vida a un proyecto que los involucrara a todos. Tal como lo cuenta Gisela, quien hoy está al frente del local, tanto sus padres como ella y su hermano tenían sus carreras y profesiones totalmente alejadas de la producción agrícola, enfocados en distintas ramas de la ingeniería y la abogacía, pero encontraron en la olivicultura algo que además los conectaba con las raíces catalanas que los identifican.
“Mi padre nació en Barcelona y se vino con mi abuelo, luego de la Guerra Civil española, para Argentina. Para nosotros, la dieta mediterránea siempre ha estado muy presente, el pan con aceite de oliva no puede faltar, y en la época en la que decidimos apostar por el proyecto veíamos que la olivicultura empezaba a transitar un camino similar al de la vitivinicultura y nos resultó interesante”, comentó Gisela Rosell.
Justamente el nombre elegido para el proyecto es un juego de palabras y combina la esencia del producto con el recuerdo de Cataluña. Es que OliBò, si bien fonéticamente suena como la planta del olivo, en su gramática alude al fruto y a la palabra catalana “bò”, la cual significa “bueno”.
Así, en una finca de Lavalle, decidieron implementar un modelo de cultivo intensivo, a diferencia de lo que se veía en esa época en la provincia, con tres variedades: arbequina, frantoio y arauco. “La elección tampoco fue casual y es como que el origen de cada una de ellas representa la identidad de los miembros de la familia: arbequina, española como mi papá; frantoino de Italia como mi madre; y el arauco, representativo de Argentina como mi hermano y yo”, describió.
La cosecha se realiza completamente de manera manual con trabajadores de la zona. “Optamos por esto y no por una cosecha mecánica, entre otros motivos, porque es un compromiso con la comunidad en la que estamos. Desde hace años que trabajamos con las mismas personas y es una forma de retribuir esa fidelidad”, sostuvo Rosell.
Hoy en día, la producción de OliBò alcanza de 30 a 40 mil litros elaborados con la producción de su finca y se suman otros 20 mil provenientes de fincas aledañas a las que les compran parcial o totalmente la producción. La experiencia de su padre, dedicado principalmente a una compañía logística, los llevó a centrar los primeros esfuerzos en la venta directa en los principales centros de consumo del país, tales como Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, donde hoy tienen presencia en varios locales gastronómicos, así como también en otros de la provincia de Mendoza.
Pero uno de los pendientes de OliBò era un espacio dedicado al oleoturismo, una materia poco explotada hasta el momento. “Siempre fue una de nuestras prioridades, poder abrir las puertas a los visitantes, pero queríamos hacerlo de una manera distinta. Si nos enfocábamos en el modelo tradicional, nos tocaba competir con otras regiones mucho más afianzadas, como Valle de Uco o, puntualmente en la olivicultura, Maipú”, mencionó Gisela.
Si bien recuerda que surgió la posibilidad de comprar un espacio para instalar una sede en Maipú, su idea no era “copiar algo que ya estaba”. “Nos propusimos hacer otra oferta distinta, joven, en un punto donde estamos rodeados de las plazas hoteleras de la Ciudad de Mendoza, pero sobre todo, sin perder el foco en el producto”, resaltó Rosell.
Así fue que llegaron al local ubicado en la esquina de Necochea y Chile, donde ofrecen, además del asesoramiento y venta directa, las degustaciones guiadas. “Lo que hay hoy en la provincia en oleoturismo está enfocado más en lo agricola-industrial, donde se hace un recorrido y puede terminar con una degustación con unos panes y listo, nosotros hicimos todo lo contrario. Nos enfocamos en el ‘oro líquido’, que la gente pueda catar y descubrir el producto a través de la estimulación de los sentidos”, puntualizó la mujer.
Una experiencia personalizada
En el local se exhiben todos los productos elaborados por OliBò con una estética muy armónica creada con materiales reutilizados, siguiendo su filosofía de empresa de triple impacto, y otros muy específicos, como dispensers de aceites elaborados a partir de pipetas que les permiten dosificar el producto a servir y disminuir la cantidad de botellas de vidrio que utilizan en el servicio.
Siguiendo con los juegos de palabras, el OliBar, con su barra sensorial, se relaciona directamente con la platanción. “Como no llevamos a los turistas al olivar, los traemos a OliBar, donde en mejores condiciones -porque en estos últimos días hemos tenido una sensación térmica de 44°C en la finca- pueden vivir la experiencia y conocer todo el proceso de elaboración del aceite de oliva virgen extra”, comentó Gisela Rosell.
En una degustación personalizada, dan a conocer la historia de la marca, los procesos de producción y repaso de los aceites de oliva virgen extra OliBò, tanto los monovarietales (Arbequina, Frantoio y Arauco), así como su blend orgánico y la edición limitada sin filtrar de OliBò Nou.
Además, acompañan la degustación con conservas, pastas artesanales, vinagre de cabernet sauvignon y su aceto balsámico. Todo complementado por algunos productos como fruta fresca, especias y plantas aromáticas que ayudan a descubrir descriptores aromáticos en cada una de las etiquetas.
Por último, con productos sencillos y frescos muestran cómo se complementa gastronómicamente cada tipo de aceite con determinadas preparaciones. “A diferencia del vino, el aceite siempre necesita el acompañamiento de otros productos para consumirlo, es muy raro que venga solo. Por eso elegimos algunas combinaciones para que el visitante pueda aprender y descubrir y que después se animen a replicarlo en sus casas”, completó Rosell.
La experiencia dura aproximadamente 45 minutos a una hora y el valor de la misma es de $12.600 por persona.