Fausto Orellana: el sastre que se arraigó en el terroir argentino

En su finca de La Consulta produce la uva para un malbec galardonado y puntuado por Tim Atkin. Habla sobre una serie especial que lleva su nombre y el recuerdo de la cordillera blanca.

Fausto Orellana: el sastre que se arraigó en el terroir argentino
El productor compró su primera finca en 1987 y desde entonces participa de la vitivinicultura mendocina, sin perder nunca su espíritu de trabajo incansable.

El horizonte parece encontrar un límite en la cordillera que nunca alcanzamos. El hombre de camisa a cuadros mira a cámara. “Nací en Cochabamba”, dice. Fausto Orellana, a los 21 años, le prometió a María Escobar, su madre, que viajaría a Argentina para trabajar por un año y que regresaría. Medio siglo después, camina entre las hileras de una vieja viña en La Consulta, San Carlos; ha protagonizado un institucional para la bodega Trapiche.

El hombre de rostro curtido y anteojos ha trabajado como sastre, constructor, empresario y chacarero. En su finca, en su pequeño terruño, produce la uva negra que le dará cuerpo al malbec Orellana de Escobar; un Terroir Series cuya cosecha 2011 logró 96 puntos del crítico inglés de vinos Tim Atkin.

Entre las notas de color, se habla de un vino que expresa aromas a frutos rojos e intensas notas balsámicas con recuerdos a hierbas frescas. Fausto lo toma con calma, “Es como aquellas cosas a las que uno le pone nombre”, sostiene. Es un paso más en el camino que inició en 1961, “Soy inmigrante, llegué a Argentina –por un año- para trabajar en la sastrería Agresti, estudié en la academia y logré un diploma, pero como no podía abastecerme, me fui a trabajar con unos amigos en la construcción; allí estuve rodeado de mucha gente inmigrante como yo. Había italianos, polacos… recorrí muchos lugares realizando obras viales. Es una vida de muchos sacrificios, ingrata”, cuenta.

“Trabajé en los caminos hasta 1987”, sostuvo con cierta firmeza en la voz. “Me había cansado del sacrificio en la construcción y me fui a Mendoza. Tenía conocidos en San Carlos, eran personas grandes, y compré una finca. Con lo que gané, al tiempo compre otra. Es una propiedad con una superficie total de ocho hectáreas y media, con una viña que estaba muy arruinada. Fue costoso ponerla en producción, recuperar las plantas; uno piensa que es fácil pero no. Hay que contar con las herramientas, pero ante la helada o la piedra quedas desolado. Cuando sos un productor pequeño y tienes una mala pasada, el gobierno no ayuda, solo queda seguir, es todo sacrificio”, relata Fausto Orellana, de 81 años.

La finca Orellana de Escobar está ubicada en La Consulta, en el Valle de Uco, a 1.200 metros sobre el nivel del mar con uva malbec y un cuadro de uva merlot. “El paisaje me gustaba. En invierno se ve blanca la cordillera de Los Andes; linda.

Viví en La Consulta hasta 1993, después de algunas malas temporadas volví a la construcción para poder salvar lo que tenía. Una finca me la remataron por falta de pago en 2001. El encargado que tenía me dijo que llevaba las cuentas al día; es un recuerdo amargo. Me fui a Catamarca y volví a Mendoza como capataz para trabajar en la construcción del puente de río Mendoza en Uspallata”.

“En las obras en las que participé aprendí a tomar vino con los ingenieros, con los capos, a saborearlo, a compartir. En Bolivia se toma más cerveza o chicha. A mí me gusta el Trapiche Fond de cave, el San Felipe de Rutini y el Sutter de etiqueta marrón. Viajé por varios lugares realizando obras viales. Fui a Londres con una empresa, después con otra gente nos asociamos y armamos una constructora, pero las cosas fueron mal y la empresa se disolvió; desde hace muchos años vivo en Buenos Aires y tengo un contratista en la viña, Fabián Villar, es una buena persona. Cuando uno tiene la oportunidad tiene que ayudar”.

“Desde 2002 entrego mi producción a la bodega Trapiche. Se hace un buen vino, pero hay que mantener los viñedos viejos. Tengo malbec y merlot. En una temporada el precio competía y rendía, pero en este momento está bajo. El precio de la uva desde hace varios años sube en pesos, pero todos los insumos se compran a precio dólar. Eso lo viví con el viñedo. Todo lo que se produce en los campos se paga en dólares, pero ¿puede un empleado público ganar más que los productores de las chacras? Me vine de la construcción a trabajar en el campo, pero volví a la construcción para salvar la finca”, reflexionó Don Fausto.

Su voz parece entrecortarse, descansa en los silencios. “Estoy bien”, dice. Sus días en el último año han sido solitarios, cuidándose de los efectos de la pandemia. Su vida ha sido de trabajo, de sacrificio, de un lugar hacia otro, entre obradores y hoteles.

“No tengo familia, pero cuando tenía un poco de tiempo –después de finalizar una obra- me hacía una escapada a Bolivia para ver a mi madre. Le había prometido que volvería en un año y aquí estoy, siempre me gustó trabajar. Cuando uno camina tanto, los recuerdos se le mezclan, algunas cosas buenas -como la cordillera de Los Andes blanca-, y otras más amargas, como cuando perdí una finca. A las cosas hay que tomarlas con calma, yo gracias a Dios estoy feliz. Hace un año no podía salir, ahora puedo ir al dentista”, destacó el productor.

Fausto grabó un institucional para presentar su terruño en 2015, la finca Orellana de Escobar, que parece limitar en la cordillera. Él camina con un paso cansino entre las hileras de esa vieja viña en La Consulta. “Al recibir la noticia de ser premiado me puse contento, es una alegría para seguir adelante”, dice ante la cámara. Él había regresado a Mendoza, su historia itinerante también ha echado raíces en San Carlos.

“En 2004 trabajé en la construcción de la bodega de la Finca Abril, lo hice para Gustavo Masioto. Sí, en la construcción hice de todo; si como sastre podía cortar tela, también podría cortar asfalto negro o asfalto rígido”, agregó.

“Me gusta recorrer. Si hubiera tenido pareja capaz no caminaba tanto. Un día estaba parado en el portón de la bodega donde hacen el vino de la costa, quería conocer y me acerque al guardia, le pregunte que cuando abrían. ‘Todavía no’, me dijo. Me presenté y le conté que era productor en una viña, llamó por teléfono y me hicieron pasar. Me mostraron las instalaciones y me regalaron una botella de vino. A mí me gusta compartir, no bebo solo”, dice el hombre de rostro curtido y camisa a cuadros.

“Un día me llamaron a Vicente López, para que me entrevistase con el señor Juan José Canay. Él me dijo que mi vino había salido premiado, que harían una serie especial con el nombre de mi finca. Eso fue en 2005 y la serie sigue saliendo en los años impares, creo que en el 2010 y el 2015 también está”, repasa rápidamente en su memoria con un pequeño gesto. “Tampoco me doy manija. Con ello no me voy a llenar los bolsillos. Es una cosa más, un reconocimiento”, comenta el experimentado productor de 81 años.

“No sé manejar la tecnología. Quería tener una computadora y como me agarró la pandemia, no la compré; tendría que aprender, si todo el mundo aprende, ¿por qué no lo puedo hacer yo?. Si seguimos así -con esto de la pandemia- aprendemos”, comentó Orellana.

Sus viajes son más reducidos de lo habitual. No planea cruzar el país y tampoco otras escalas más en su itinerario que no sean las de una mesa con amigos y una copa de vino. Atrás en la memoria quedó el minuto de cinta, la filmación de su paseo por los viñedos con la mano extendida como una caricia natural. “Desde hace un año estamos aguantando esta crisis, estamos viviendo”, concluyó Fausto Orellana.

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