Desesperanza: las familias que no superan la línea de la pobreza

Por cuarentena perdieron sus trabajos y ahora sus ingresos familiares no les alcanzan para mantenerse a flote. Forman parte de los 43 mil pobres que se sumaron en Mendoza.

Desesperanza: las familias que no superan la línea de la pobreza
Jardín maternal. María Rosa Rosales (izq), tuvo que cerrar su jardincito.

Quedar sin trabajo de un día para el otro, a raíz de la cuarentena por el Covid-19, ha dejado consecuencias económicas y emocionales en gran cantidad de mendocinos. Son las familias que desde hace seis meses no llegan a los $ 40 mil para sostenerse a flote por arriba de la línea de la pobreza.

Hasta abril pasado, Mónica Núñez, de casi 60, se sentía satisfecha y feliz en su trabajo como recepcionista de un hotel céntrico.

Si bien no figuraba en blanco, su rutina le encantaba, siempre en contacto con turistas y huéspedes.

Divorciada, el sueldo representaba, además, su único ingreso.

“De repente lo inesperado. Desde mediados de abril estoy desempleada pero, ojo, me fui en buenos términos, entendí que ya no podían sostenerme”, reflexiona. El establecimiento hoy funciona a media máquina como hotel alojamiento.

“¿Cómo hice? Sobrevivo. Tenía ahorros pero me preocupa el mañana”, confiesa.

Mónica asegura ser una mujer positiva pese al contexto y advierte que seguirá buscando empleo para no “molestar” a sus hijos en el sentido económico.

“Como si fuera poco, también tengo inconvenientes para jubilarme. Trabajé mucho toda mi vida y ahora pago las consecuencias de no haber aportado”, concluye.

Reinventarse y salir adelante, como sea, fue lo primero que pensó Ricardo Scarafia, padre de familia, a cargo del buffet de la Universidad Juan Agustín Maza, cuando a mediados de marzo la institución cerró sus puertas.

“Por tratarse de un negocio familiar, la situación nos afectó a todos”, cuenta. De inmediato, subió a sus redes un flyer que armó para ofrecerse como electricista.

“Me tranquilizó cuando aparecieron algunos trabajos, pero no es lo mismo. Hacía diez años que teníamos el buffet y sigue siendo difícil afrontar el cierre. Además –concluye—no avizoro un horizonte para pensar en poder reabrir”.

Para Marilén Disparti, modista de eventos –reinas, quinceañeras, novias, madrinas— la cuarentena marcó un antes y un después en su larga trayectoria.

“Empecé hace muchos años y siempre trabajé mucho. Más allá de los eventos sociales, confecciono vestidos para la comisión de la Reina de Maipú, que en octubre se reinventará con un desfile virtual”, relata.

De todos modos, un gran número de vestidos quedaron en su casa sin retirar; otros, sin cobrar. Y las fiestas, canceladas hasta nuevo aviso.

“Quedé prácticamente sin trabajo”, se sincera. Más allá de que comenzó a confeccionar barbijos y remeras de diseño, ya nada es como antes.

Raquel Pandolfino tenía casita de fiestas y pelotero, un rubro que hasta mediados de marzo fue pura alegría y felicidad.

Cerrado totalmente, “Alranito salón de eventos”, en la 4ta sección y de 800 metros cuadrados, debía continuar afrontando el alquiler.

“Con el préstamo del monotributo cancelé algunos meses, que por suerte me los redujeron. Somos 30 peloteros que quedamos sin actividad en Mendoza”, dice.

Raquel no ha recibido beneficios del gobierno y no hay ni miras de volver a la normalidad.

Para Juan, de 29 años --prefiere no mencionar su apellido-- la cuarentena implicó mucho más que una crisis económica. Fotógrafo de eventos, en su mayoría bodas, 15 años y bautismos, vio cancelada en marzo toda su agenda.

“De repente quedé sin ingresos. Opté por dejar de alquilar e irme nuevamente a casa de mi mamá, donde armé una pequeña oficina”, señala.

Lo más grave, asegura, es que no hay plazos para que su nueva situación de desocupado se revierta.

“Algo está saliendo en materia de trabajo, por ejemplo fotografía gastronómica, pero no puede cobrarse demasiado. Todos entendemos que es un contexto difícil”, sostiene.

Juan percibió el IFE de 10 mil pesos y pudo pagar algunas deudas. “Ayudó, pero no alcanzó para nada”, dice.

“Hoy no veo futuro para esta actividad que depende de fiestas y eventos sociales. Ni siquiera recibo consultas y es lógico, porque no hay fechas. Jamás pensé que esto podía suceder”, reflexiona

La crisis económica que desató la cuarentena obligó a un Jardín Maternal, situado en Maipú, a cerrar sus puertas el pasado 1 de agosto.

Con 35 años de servicio a la comunidad, la institución atraviesa ahora una etapa muy compleja debido a la situación de 16 docentes que quedaron sin trabajo y alrededor de 120 niños de entre 45 días y tres años que deberán ser incluidos en otros lugares.

María Rosa Rosales, responsable de un jardín maternal --comenzó como docente y fue directiva los últimos años-- confesó que “un pedacito de su vida” se fue con el cierre.

“He visto pasar generaciones, porque mis primeros alumnos ya traían a sus hijos. Hermanitos, primos, mucha gente ha pasado por el jardincito”, relató.

“Un pedacito de mí se fue cuando se cerró el jardín. Esto va más allá de quedar sin fuente laboral, sino que se derrumban nuestros sueños y años de trabajo y sacrificio”, reflexionó.

En marzo, cuando comenzó la pandemia, las actividades trataron de sostenerse de manera virtual.

“Incluso, ya cerrado, seguimos en contacto con las familias que tanto amor nos han brindado años. Quedan truncos muchos proyectos y especialmente de abrazar a la primera infancia, nuestras propias ilusiones como docentes”.

Otro capítulo aparte lo sufren las docentes que dependían de ella, muchas de las cuales iniciaron juicios laborales.

“Fue doloroso porque entiendo la situación, pero al mismo tiempo no podía sostener más el plantel”, se sincera.

Por lo pronto, María Rosa se reinventó, pero le llevó tiempo superar el mal trago: da clases particulares y también prepara desayunos a domicilios.

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