Cuesta abajo: el largo y agónico derrumbe que golpea a la clase media

En dos años perdió casi 20 puntos de participación en el ingreso. El declive histórico y el impacto en la gente.

Cuesta abajo: el largo y agónico derrumbe que golpea a la clase media
Clase media. En dos años perdió casi 20 puntos de participación en el ingreso.

“A diferencia de lo que pasaba antes, cuando el sacrificio era una decisión familiar elegida con un objetivo de acumulación determinado -la compra de un bien inmueble como la vivienda, el auto o salir de vacaciones- ahora el sacrificio es impuesto externamente y se autoconsume en el esfuerzo por sobrevivir mes a mes, comprobando con frecuencia que cada vez la situación es peor que la anterior”. El párrafo es de un texto de los ’90 escrito por María del Carmen Feijóo, referido a las estrategias de los nuevos pobres, pero explica lo que viene sucediendo con las clases medias en Argentina.

En dos años, entre 2018 y 2020, la clase media perdió 18 puntos de participación en el ingreso según Moiguer, compañía de estrategia. Es que en 2018, la clase media llegaba al 50% y en 2020 cayó al 32%. Lo inverso sucedió con la clase baja, la que pasó del 44% en 2018 al 65% este año. El 23% de los hogares argentinos presentarán una caída de nivel entre 2019 y 2020, lo que equivale a tres veces la población de CABA, según Moiguer. Pero los problemas de la clase media y el fin de la movilidad social ascendente no es nuevo. ¿Cuándo comenzó? ¿A quién impactó? ¿Qué pasará?

Cuesta abajo

“En todos los países de América Latina hay una caída pronunciada. La diferencia de Argentina con otros países es que ya veníamos de muchos años de estancamiento económico y, en algunos casos, con ligera movilidad social descendente; de a poco pero bajando. A diferencia del resto de los países de América Latina que tenían estabilidad social, ligera pero ascendente, aquí algo que se venía gestando se potenció. La trayectoria en los últimos años se suma a este fenómeno. A Argentina le va a costar más volver a valores anteriores”, explica Carolina Porcari de Moiguer.

En 2019 la clase media llegaba al 45% y la clase baja al 50%. El descenso en la escala social se verá con fuerza. Desde la consultora proyectan que un 24% de los que eran de clase media pasarán a clase media baja con una caída promedio de sus ingresos del 55% y un 18% descenderá dos escalones y llegará a la clase baja.

También el 36% de los que eran de clase media baja descenderán a clase baja con 40% menos de ingresos y 4% de ese sector caerá a clase baja extrema. Así entonces el 40% de quien en 2019 era clase media caerá de nivel, mientras que el 13% de quienes eran clase baja, cambiarán a clase baja extrema.

A todos les resultará imposible mantener el nivel de vida que lograron tener. Se verá con más fuerza el fenómeno que comenzó en los ’80 y ’90 con los Nuevos Pobres (NUPO), que son los que reciben ingresos por debajo de la línea de pobreza pero que tienen hábitos y costumbres de clase media. Carmen Feijóo lo define con precisión al señalar que “estos grupos de nuevos pobres ven, en este contexto, erosionada su condición de ciudadanía y su autoestima. La vida cotidiana se convierte en una carrera de obstáculos para llegar a fin de mes, y no se percibe la existencia de ningún garante para la satisfacción de las necesidades básicas. El foco está puesto en la capacidad de adaptación del hogar y sus integrantes a estas situaciones de crecientes restricciones”.

Mateo (52) es profesional independiente y, junto con su esposa, también profesional, con mucho esfuerzo lograban tener ingresos como para que sus tres hijos se educaran en colegios privados, fueran al club y además podían salir de vacaciones. También pagaba su medicina prepaga. “Desde hace años mantener todas esas cosas se ha vuelto muy complicado. Tengo que optar por otras prioridades como la del pago del crédito para construir la casa que tenemos. Del resto nos olvidamos hace tiempo”.

Lucía (38) tampoco la pasa muy bien. Es comerciante y explica que la cuarentena le dio el golpe de knockout, “pero la paliza me la venían dando desde hace varios años. Con mi pareja nos cuesta mucho reunir el dinero suficiente para enviar a nuestros dos hijos al colegio privado. Este año lo pudimos hacer pero el que viene no lo vamos a mantener, como tampoco la medicina privada y vamos a vender uno de los dos autos”.

Por su parte Carolina (45) sabe de ajustes. Cuenta que en 2001 perdió su empleo en blanco y a partir de ese momento nunca más logró recuperarlo; sólo consiguió trabajos en negro. “Desde esa crisis vengo adaptándome como puedo, obviamente cada vez estoy peor. Han sido 20 años de caída permanente. A mis hijos no les falta nada, se educan en escuela pública y no tienen obra social. Con las crisis se fueron los gastos que me permitían estar un poco mejor. Hoy apenas sobrevivo”.

Mateo, Lucía y Carolina están, como la mayoría de la gente, viendo cómo enfrentar la caída.

El inicio del derrumbe

Hay consenso en que el largo y agónico derrumbe de la clase media comenzó en 1975, más concretamente en la noche del 4 de junio cuando el entonces ministro de Economía de Isabel Perón, Celestino Rodrigo, informó que el tipo de cambio se incrementaba un promedio del 100%. Así, el impacto en toda la cadena de precios fue automático. El dólar paralelo ya cotizaba arriba de los $ 40, y el aumento del dólar oficial respecto del peso, con cotizaciones desdobladas en distintos tipos (dólar comercial, que aumentó de 10 a 26 pesos, financiero y turístico) fue de entre 80 y 160%. Las naftas subieron hasta 181%, la energía 75%, y las tarifas de otros servicios públicos, entre 40 y 75%.

Néstor Restivo, en su libro sobre el Rodrigazo, cuenta que en los días siguientes continuaron las novedades. “El boleto de colectivo pasó de 1 a 1,50 pesos y los pasajes de trenes subieron entre 80 y 120%. Pero para los salarios se había fijado en mayo aumentos de sólo 38%, elevados a 45% el 12 de junio. Las medidas buscaban reducir el déficit fiscal vía el aumento de las tarifas públicas, para mejorar los ingresos del Estado y favorecer el resultado del comercio exterior vía devaluación, pero también debían cerrar la brecha de la balanza de pagos en donde obviamente predominaban las importaciones. En 1975, además de que el PBI cayó 1,4% después de once años consecutivos de crecimiento, la tasa inflacionaria alcanzó 183%. Sólo en junio, como para arrancar en el shock, el índice de Precios al Consumidor fue de 44%, contra 57% que había arrojado en todo 1974”.

Restivo también es claro al señalar las consecuencias: “Hubo una Argentina transformada de raíz por esa experiencia. Se pueden discutir las razones, pero los datos son incontrastables. Una Argentina en la cual, antes de 1975, la brecha entre los ingresos del 10% más rico y el 10% más pobre de la sociedad era de 12 veces, esa distancia fue progresivamente incrementándose hasta llegar a las 19 veces en 2004. Una Argentina en la que, desde 1975 y según cifras oficiales del Indec, los argentinos de clase media y baja perdieron entre 15 y 49% de participación en el ingreso. Se acabó un país, al fin de cuentas, que por más de tres décadas, antes de 1975, había vivido casi con virtual pleno empleo, seguridad social, expectativas de ascenso social favorables, educación integradora, cohesión de la sociedad. En las tres décadas que vinieron después vio disminuir 0,12% promedio anual su PBI real por habitantes, un acumulado de 23% entre 1975 y la crisis de 2001, y achicar 53% el salario real”.

Después del Rodrigazo y ya con la dictadura militar, vino el modelo aperturista que impactó reprimarizando la economía, eliminando industrias y fomentando la especulación financiera. Así fue como cayó el salario real y en consecuencia se redujo la participación de los trabajadores en el ingreso nacional del 45 al 27% entre 1974 y 1983, debido a la disminución de establecimientos industriales y la reducción de personal ocupado. Luego de la época de la plata dulce y a partir de 1980, los trabajadores comenzaron a perder poder adquisitivo y cayeron en la pobreza muchos ex propietarios de pequeñas empresas y comercios o cuentapropistas. La inflación anual en 1976 llegó al 444%; entre 1977 y 1982 siempre superó el 100% y en 1983 cerró en 343%. Habíamos pasado de la tablita de Martínez de Hoz al “el que apuesta el dólar pierde” de Lorenzo Sigaut, pero el peso finalmente se devaluó con respecto al dólar un 30%.

Más problemas

Con el tiempo vino la hiperinflación de Alfonsín y Menem y el primer gran salto de la desocupación en los ’90 para terminar con la crisis de 2001, la megadevaluación de 2002, el corralito y altas tasas de desempleo y pobreza. Pasados los años de bonanza económica (2003-2008), los distintos gobiernos (Cristina Fernández y Mauricio Macri) volvieron a devaluar la moneda. Por estos días se definirá el ajuste fiscal con el FMI y el año que viene se aumentarán las tarifas de servicios públicos. La caída en la estructura social seguirá, gracias a la inflación, la disminución de ingresos y la pérdida de puestos de trabajo, que ya lleva casi dos años en lo que se refiere al empleo privado registrado.

El salario privado registrado en Mendoza casi no cubre la Canasta Básica, que en agosto llegó a $ 40.575 de bolsillo, último dato del Ministerio de Trabajo, sólo 400 pesos por encima de la Canasta de agosto y casi 800 pesos por debajo de la de setiembre.

Otro problema para la clase media son los impuestos. El mínimo no imponible para pagar ganancias para una persona casada con dos hijos era de $ 73 mil. Al aumentar la inflación y con el incremento aunque mínimo del salario, más gente comienza a pagar ganancias con ingresos bajos. Los especialistas indican que el mínimo no imponible para casados con dos hijos debería estar en $ 111.504 y para solteros en $ 84.291. Hoy es de $ 55.261.

Y otra locura, la casa propia. Imposible construirla. El metro cuadrado está a $ 80 mil, el costo para una vivienda de calidad media de 136 metros cuadrados llega a 11 millones de pesos.

Muy bien refleja con palabras la situación el escritor Rogelio Alaniz, quien en el diario La Nación explicó que “de los años de movilidad social ascendente hemos arribado al tiempo de la movilidad social descendente. Si la aspiración del trabajador de principios de siglo pasada fue la del hijo ‘doctor’ como emblema de logro económico y estatus social, arribamos a la encrucijada en la que el actual ‘doctor’ teme de su hijo el derrumbe hacia la lumpenización o, en el mejor de los casos, el exilio. ‘Mi hijo el exiliado’ parece ser la alternativa. La mirada melancólica hacia una Argentina con altos índices de ocupación y clases medias pujantes que construyeron nuestros abuelos, disfrutaron nuestros padres y alcanzamos a conocer nosotros no, habilita la ilusión del retorno a un pasado imposible”.

Una identidad fuerte con valores simbólicos sólidos

Carolina Porcari de Moiguer entiende que las clases medias forman un universo económico en donde se articulan los ingresos económicos y el trabajo. “Pero más allá del ingreso, es una posición social, es capital social y componente educativo, consumos culturales. El que en 2018 estaba en clase media y cayó, no cambia sus valores culturales; no le descuelgan el título de la pared. Cuando el trabajo se recompone se vuelve más rápido a su universo económico de origen”.

Es interesante también el estudio que realizó Guillermo Oliveto, de la Consultora W, quien determinó que a pesar de la crisis de este año, más gente se percibe de clase media que en 2013.

“A pesar de tener una economía más chica y de que todos seamos más pobres, resulta contradictorio a la intuición y paradójico que la percepción de clase que tiene la sociedad sobre sí misma no se haya modificado. Parados frente al espejo, los argentinos se niegan a ver una realidad que reconocen en ‘el otro’, pero no en sí mismos. En abril de 2013, el 80% se autopercibía como integrante de la clase media. En setiembre de 2020 lo hace el 85%”.

Para Oliveto alguna explicación pasa por que las clases sociales son una construcción multidimensional que contempla la educación, el trabajo, los ingresos económicos, los saberes legados y aprendidos, el hábitat, la herencia física y simbólica, las costumbres, los códigos, el lenguaje y el estilo de vida. “Los valores de una sociedad, sus aspiraciones y su imaginario no cambian tan rápido como los ciclos de la producción y el dinero”, dijo en el diario La Nación y agregó: “A pesar de vivir rodeados de incertidumbre, preocupaciones, restricciones, ansiedad, angustia, temor y tristeza, el sistema de valores no claudica. Aun en el piso de su fragilidad, al continuar reconociéndose como una sociedad de clase media, lo que los argentinos están proyectando es su deseo”.

Feijoo explica que en nuestro país, la existencia de las clases medias “operó como un marco ideal de referencia, como un modelo identificatorio que permitía la operación de autoinclusión en un estrado determinado, tomando como modelo implícito el peso y la importancia social que dichos segmentos tenían en la estructura social y de clases. Su existencia real y el imaginario sobre la misma, definían los contenidos del sueño argentino, de una sociedad abierta, fluida, de movilidad social ascendente en la que el progreso personal coronaba el esfuerzo”.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA