Cuando hablamos de “sector productivo” y su defensa, nos referimos a un grupo de personas y su grupo familiar que llevan adelante un emprendimiento basado en el trabajo de la tierra y, en algunos casos, la industrialización del producto e incluso también su comercialización. Todo esto en escalas pequeñas o medianas, pero con un alto impacto en la cantidad de mano de obra y trabajo que genera, en el desarrollo de pueblos y ciudades y en los ingresos genuinos en las arcas de gobiernos municipales, provinciales y nacionales. Es decir, quienes hacen girar la rueda , con combustible del bueno: el noble trabajo de producir creando recursos.
Desde hace tiempo algunas variables son: la espada de Damocles del sector: la oferta y demanda que “supuestamente” determinan precios; sobrestocks vínicos que presionan los valores a la baja; mercado interno decreciente mercado externo comprometido por falta de políticas que lo apuntalen y dólar poco competitivo. A esto se suma la diversificación obligatoria a mosto y los precios internacionales bajos, uvas comunes de poca calidad, necesidad de diversificación y cosechas abundantes, hasta que la importación de vino marcó un hito que el sector no pudo tolerar. Tantos años con tantas excusas, y de repente se permite la importación de vinos chilenos, con agregado de agua exógena, cuando aquí ese producto estaba prohibido por ley.
Hay competencia desleal por donde se lo mire; complicidad de empresas y gobiernos que mostraron a las claras lo poco que les importa el sector productivo que soportó año tras año las excusas de sobrestocks, que tiraron a la baja el precio del producto. Se produjo el milagro; apareció el vino con agua chileno que mantuvo a los productores en ese estado que linda con la esclavitud, proveedores cautivos vendiendo por debajo de los costos. Por supuesto, por otro lado se aplaude el " vino argentino bebida nacional " ¡Alta paradoja! Por un lado, exquisita valoración del glamour de este producto que convoca incluso a grandes figuras de la farándula nacional.
Por el otro, productores proveedores de la uva y el vino, a los que se los maltrata pagándoles el producto por debajo de sus costos, promoviendo el abandono de las propiedades. Lo que se recibe en pago por el producto, por años, ha sido menos que lo que se necesita para trabajar como corresponde. Por ende, las fincas se abandonan. Para certificar esto como veraz, nos remitimos en primer lugar al Censo Nacional Agropecuario 2018, que concluyó que “hay alrededor de 80.000 productores menos que hacen 16 años, con elevado proceso de concentración de la actividad agropecuaria”. Además según información del INV, tenemos 12.734 viñedos menos que en 1990 (263 menos en 2019 respecto de 2018 y 3.064 hectáreas menos en ese mismo periodo). En 1990 el tamaño medio de una finca era de 5,8 hectáreas, mientras que en 2019 fue de 9,1 .
Justo aquí, en nuestro país, que no es altamente industrializado, o tecnificado, donde la desocupación crece día tras día, donde la pobreza en consecuencia crece constantemente. Donde la gente abandona el campo para irse a las ciudades, aunque su destino sea sumarse a conglomerados en la periferia y trabajar de lo que sea, pero cerca de centros de salud, o educación, o servicios de los que carecen en absoluto en el campo. Aquí en nuestro país, nos damos el lujo de maltratar a las economías regionales, entre ellas la vitivinicultura respecto de pequeños y medianos productores, y hacerlo durante AÑOS! Esto, hasta hacerlos perder trabajo, hectáreas cultivadas, desarrollo rural, recursos genuinos. Es gente honesta que trabaja y vive de su trabajo, paga sus impuestos para que todo el andamiaje de un país, pueda continuar.
Hemos estudiado los números: las exportaciones crecieron según información del INV, el 26,76% de enero a diciembre de 2020. Las ventas de mercado interno, fraccionado subió el 6,i%. El precio en góndola subió durante todo el año en casi todos los vinos, siendo el indice de inflación 36,1%.
El dólar oficial pasó de $ 63,33 a principios de 2020 a $ 91,57 en diciembre (suba del 44,5%) y el blue paso de $ 77,90 en enero hasta los $ 166 en diciembre (variación del 113,09%). Según declaraciones del INV, el stock vínico existente hoy es acotado y no hay en absoluto rondando por el aire fantasmas de grandes cosechas. Por el contrario, heladas tardías, tormentas y falta de recursos para lograr producción óptima, vaticinan una próxima cosecha más bien escasa.
Si se mantiene el porcentaje de uvas tintas necesarias para la elaboración de vinos tintos (85%) como lo aseguran desde el INV, y la fecha de liberación se mantiene o se posterga incluso uno o dos meses, el mercado estará más que equilibrado en cuanto a oferta y demanda. Todo indica una situación muy favorable al productor y elaborador. No obstante esto, ya debería haberse experimentado un ajuste que lleve los precios del vino a un nivel acorde con el aumento de los costos de producción y elaboración, que generen una rentabilidad mínima que permita justificar seguir trabajando y produciendo. Un aumento que los grandes dueños del mercado deberían afrontar o en su defecto explicar públicamente con números en la mano, por qué no pueden pagar. En otras palabras poder entender dónde está la falla de la cadena, donde todos pueden continuar con la industria, menos el productor que vende a pérdida y hoy dice basta.
Como Aproem estudiamos junto con el INTA nuestros costos. A esto sumamos una justa rentabilidad y establecimos un precio que, de no ser pagado de contado ( febrero, marzo o abril ) deberá ajustarse de acuerdo al dólar oficial), ese dólar que es la referencia de todos los que nos venden insumos para producir. Estos son 22 centavos de dólar oficial para el quintal de mezclas, criollas o similares, 0,33 para tintas B y 0,44 para tintas A ( blancas finas similares ), precios que se comportan como un mínimo a partir del cual debemos negociar . Por debajo de ellos, no vale la pena seguir.
Hoy es cuando necesitamos una reparación histórica y un volver a ver al trabajo como el único recurso que sacará adelante al país. Reclamamos un precio justo para seguir o será la hora de dedicarnos a otros cultivos que no serán para promover el turismo en la tierra del sol y del buen vino, ni generarán tanto empleo, ni arraigo en lo campos y pueblos, pero nos permitirá recuperar la dignidad que el sector ha perdido por los años de abusos frente a la mirada evasiva de instituciones, gobiernos y empresas. Salud y que ¡así sea!