Una mirada a la última década muestra que la economía argentina, y la mendocina, está prácticamente estancada y no genera empleo privado en cantidades suficientes desde 2011. Este estancamiento es, en realidad, un retroceso pues, con una población que creció 13% durante ese período, los argentinos somos hoy, en promedio, 11% más pobres que entonces. En pocas palabras: producimos lo mismo que hace una década, pero lo repartimos entre más habitantes, por lo que, en promedio, a cada uno nos toca menos. Esta dinámica no es coyuntural ni aislada; por el contrario, viene de muchos años y tiene consecuencias palpables que nos interpelan a todos: la pobreza hoy alcanza a más de la mitad de los argentinos y mendocinos. Y, más aún, este escenario no se condice con las potencialidades, recursos, necesidades y aspiraciones de nuestra provincia, de nuestro país y de su gente.
Para comenzar a resolver esta compleja y dolorosa situación que aqueja a millones de argentinos, debemos, como país, definir con claridad los objetivos y remover los obstáculos que nos impidan alcanzarlos. Si el objetivo es construir un país próspero que brinde oportunidades a todos sus habitantes, entonces debemos trabajar, después de muchas décadas, en recrear las condiciones para que la economía crezca, sobre bases firmes y en forma sostenida.
Algunas comparaciones pueden ayudarnos a entender el desafío. Entre 1983 y 2023, el mundo creció a un ritmo del 3,4% anual promedio, permitiéndole multiplicar su producción e ingreso casi por 4 en 40 años. Considerando el crecimiento poblacional, esto significa que el ingreso por habitante (medida aproximada de bienestar) creció en el mundo al 2,1% anual promedio desde 1983 a la fecha. En igual período, los países emergentes y en desarrollo crecieron a un ritmo aún mayor, 4,5% anual promedio, multiplicando su producto por 5,8, lo que les permitió acortar la brecha con los países desarrollados. En tanto, América Latina creció al 2,5% anual promedio, casi triplicando su producción (x2,7), con países como Uruguay y Brasil en torno del promedio y otros, como Paraguay y Perú, algo mejor, al multiplicar su producción real 3,5 veces en 4 décadas. Chile, el país más competitivo de América Latina de acuerdo al ranking del IMD, multiplicó su producción algo menos que 6 veces, liderando por lejos en la región. ¿Y Argentina? Argentina apenas si pudo duplicar su producto en igual período, con un comportamiento volátil y zigzagueante de la actividad económica que mostró, casi en partes iguales, años de crecimiento (23 años) y contracción (17 años), siendo ésta una característica distintiva de nuestra economía en estos años.
Entre las causas del estancamiento crónico se destaca una inflación alta y persistente, fruto de la emisión espuria de dinero para financiar déficits fiscales recurrentes. En particular, entre 2005 y 2015 se verificó un crecimiento desmedido del tamaño del Estado (manteniéndose luego en esos niveles hasta 2023) en desmedro del sector privado productivo. Un Estado más grande y muchas veces ineficiente y desenfocado de sus roles indelegables, financió su exceso de gasto con más impuestos y con más deuda (externa e interna) que, sin embargo, resultaron insuficientes, por lo que debió recurrir a la emisión de moneda.
En nuestro país, la inflación ha sido, casi siempre, un fenómeno monetario de origen fiscal que fue minando los pilares de una economía sana al destruir la confianza en la moneda, el ahorro y la inversión, motores genuinos de crecimiento. Pero además empobreció a la gente y afectó sus decisiones diarias, obligándola a ocupar parte de valioso tiempo en defenderse de ella.
Desde diciembre pasado, el gobierno nacional propuso y está implementando un cambio de paradigma. Un primer objetivo estuvo y está dirigido a restaurar el orden macroeconómico y estabilizar los precios de la economía para darle un horizonte de previsibilidad a las decisiones de consumo, inversión y producción de familias y empresas.
Como ejemplos, dos señales concretas:
- La eliminación del déficit fiscal, dejando de emitir dinero y de competir por financiamiento con el sector privado para cubrirlo,
- La estabilización del tipo de cambio, logrando que la inflación converja paulatinamente a la pauta de devaluación.
Sin embargo, la estabilidad es el primer paso, pero no alcanza para crecer. Por eso, el segundo objetivo - el más importante- se orienta a quitar los obstáculos que impiden que la economía crezca en forma sostenible, haciendo las reformas estructurales necesarias (no devaluaciones) para mejorar su productividad y competitividad, bajando el costo argentino de producir y exportar (costos tributarios, logísticos, financieros, laborales no salariales y otros).
Este enfoque deja atrás un modelo en el que el Estado y el gasto público pretendieron, sin éxito, ser los motores del crecimiento, para pasar a otro modelo que busca sentar las bases de un crecimiento sostenido en los próximos años, generando un círculo virtuoso de inversión, producción, generación de empleo y prosperidad, al liberar las fuerzas creativas y productivas de la gente y del sector privado. Con un entorno económico más estable y predecible, y con las reformas que fomenten la competitividad, el país podrá ofrecer un futuro más próspero para sus ciudadanos y reducir la pobreza.
*El autor es economista