La Economía Naranja emerge como una opción para reactivar la economía de Mendoza y revertir su declinación. Nuestra provincia se encuentra en una situación de crisis, tal vez más grave que la sufrida por el conjunto del país y de las provincias vecinas. Los pilares de la economía de Mendoza están tambaleando.
En este contexto aparece la Economía Naranja como opción. Se trata de la actividad centrada en las industrias creativas, incluyendo inteligencia artificial, software, artes visuales y, sobre todo, el Turismo Naranja.
Por razones didácticas, el Turismo se clasifica en colores: Turismo Blanco se centra en deportes invernales; Turismo Azul en deportes náuticos; Verde en Naturaleza; y el Turismo Naranja se apoya en el patrimonio ancestral, enoturismo, gastronomía, fiestas y festivales.
Intuitivamente, Mendoza ha comenzado a transitar el camino del Turismo Naranja, a través de las rutas del vino que brillan hoy, de Chacras a Tupungato, y de la Fiesta Nacional de la Vendimia.
La experiencia acumulada con los años demuestra que estas actividades pueden funcionar muy bien en Mendoza.
Pero ahora se necesita un gran salto de calidad para convertir esos esfuerzos espontáneos y aislados, en una estrategia de desarrollo de mediano y largo plazo, a gran escala, para convertir el Turismo Naranja en palanca de desarrollo socioeconòmico.
El turismo tiene que subir de 3 a 10 millones de recepciones anuales, incluyendo 3 millones de extranjeros, lo cual tiene mayor impacto económico. Para ello, Mendoza tiene que dar un gran salto de calidad, crecer en belleza, servicio y, sobre todo, en identidad.
¿Cuáles son los modelos a estudiar? Perú y Francia
Perú tenía tradicionalmente concentrado el turismo en Machu Picchu. Este destino estaba sobrecargado de turistas, y el resto del país, casi vacío. La solución fue promover el Turismo Naranja desde la gastronomía, lo cual permitió revertir completamente la situación. Actualmente, la gastronomía peruana es casi tan convocante como Machu Picchu, con la ventaja de distribuirse por casi todo el país. ¿Cómo lo hicieron? A partir del abrazo del cocinero y el campesino; la convergencia de la universidad, la empresa y el restaurante. O sea, con la interacción de intelectuales, empresarios, cocineros, sommeliers y agricultores. Con confianza en sí mismos y orgullo por el propio territorio.
Lo mismo sucede en Francia: los 100 millones anuales de turistas que convoca este país, no representan turismo de "sol y playa". Al contrario: el interés principal del turista que visita Francia es la cultura; el placer de recorrer las campiñas, gozando de sus vinos, su gastronomía, sus productos típicos y su identidad. Los franceses levantan con orgullo sus vinos y sus quesos; sus destilados y sus trufas; sus platos y sus copas. Tienen un orgullo profundo de su territorio, y lo visibilizan a través de las Denominaciones de Origen (DO) y las Indicaciones Geográficas.
Ellos saben que una DO es un monumento nacional; una bandera; un símbolo de identidad y de orgullo. Detrás de un vino o un queso con DO, hay un relato épico, protagonizado por campesinos, viticultores, maestros queseros y artesanos. La DO es un modo de comunicar el patrimonio ancestral latente en cada producto típico. Y los productos identitarios se articulan entre sí, para generar gastronomía típica, rutas enoturísticas y gastronómicas.
¿Cuál es nuestro desafío?
Trabajar intensamente nuestro patrimonio eno-grastronómico. Recuperar su identidad. Reelaborar la comida cuyana, con recetas antiguas y nuevas. Revivir el legado de los pueblos originarios, criollos e inmigrantes, adaptado a los gustos y costumbres actuales, tal como hizo Gastón Acurio en Perú.
Las rutas eno-turísticas no pueden concentrarse exclusivamente en el turista ABC1, como se puede ver en Tupungato y Chacras. Hay que extenderlas a todos los segmentos de mercado. En España y Francia se puede comer bien por 12 euros por persona.
Además, hay que romper el modelo de enclave que exhibe el enoturismo hasta ahora en Mendoza, con una concentración muy fuerte en pocas localidades de Luján y Valle de Uco. Hay que abrirlo a Maipú, la Zona Este y todo el Sur. Para ello hay que articular polos atractivos y realizar inversiones importantes para generar flujos dinámicos y convocantes, por donde el turista pueda circular y armar un seductor plan de actividades culturales.
Por ejemplo en Zona Este ya se ha abierto un restaurante a la altura de los del Valle de Uco (Viña Alta, en Montecaseros, San Martín), pero está aislado, porque no hay muchos atractivos turísticos fuertes en ese territorio. Esta iniciativa tiene que articularse con otras locaciones que sirvan como ancla para las redes turísticas. Es urgente recuperar el Molino Orfila, actualmente abandonado y en decadencia. Tal como se hizo con la Casa de San Martín en la ciudad de Mendoza, devenida en taller mecánico durante muchos años, y recientemente recuperada como Patrimonio. Necesitamos que el Estado expropie el Molino Ortega de Junín, lo restaure y libere al uso público, como patrimonio vivo, incluyendo un restaurante concesionado. A ello habría que añadir la puesta en valor del legado del Patriota-viticultor, y primer wine lover de Mendoza, José de San Martín.
¿Y si San Martín hubiera nacido en la zona Este?
Pensemos todo lo que habrían hecho los franceses si Napoleón hubiera tenido su viña y elaborado sus propios vinos. La zona Este sería un polo de referencia mundial para la vid y el vino, si allí hubieran estado la casa, la viña y el molino de Napoleón. Pues bien, San Martín fue mucho más que Napoleón. Basta recordar que el corso reimplantó la esclavitud en el Caribe, para congraciarse con los hacendados coloniales franceses y obtener su apoyo económico. En cambio San Martín luchó siempre por la libertad y contra la esclavitud. Pero dejemos al emperador esclavista y volvamos a Mendoza.
Necesitamos un gran salto de calidad. Aprovechar Vendimia profesionalmente para visibilizar el patrimonio ancestral. Levantar el turismo como piedra angular de la nueva economía mendocina. Turismo Naranja es contar una historia a través de sus mitos, fiestas y gastronomía.
A través de platos de quínoa, maíz (humita) y papa (pastel), tenemos oportunidad de hablar de los pueblos originarios, con sus ingenieros hidráulicos que diseñaron y construyeron la red troncal de canales de riego que -aún hoy-, da vida al agro.
Hablaremos con orgullo de la sabiduría de Incas y Huarpes; del dios Con, adorado en el Aconcagua con su santuario de altura. Contaremos las hazañas del cacique-agricultor Guaymallén y su madre, la Quiña Estepe, primera mujer líder documentada en la historia argentina. Para tener más precisiones sobre el legado huarpe, leeremos el magnífico libro del arqueólogo Alejandro García, Los huarpes en 100 preguntas.
Seguidamente, al servir cebollas y pimientos asados, con ajiacos y valdivianos, explicaremos que con estos frutos de la huerta, San Martín pudo cruzar los Andes con 5.000 soldados; esas cebollas se frotaban en las narices de las mulas para prevenir el apunamiento a medida que se acercaban a los 4.000 metros de altitud. Un secreto que aprendieron los arrieros, héroes cívicos de la independencia de América, junto con los viticultores, herreros, carpinteros y talabarteros.
Podremos entonces explicar a nuestros turistas, que aquella Mendoza vitivinícola tuvo un papel central en la independencia de América. Por el nutriente alimentario que el vino aportó a los soldados durante toda la campaña (bebían una botella diaria después de cada jornada agobiante llevando armas y bagajes por la cordillera). Por la disciplina de los labriegos, que sirvió de base cultural para formar el ejército. Y, sobre todo, por el dominio de artes y oficios que, durante tres siglos, Mendoza desarrolló para levantar la industria vitivinícola como eje de su economía.
Cuando San Martín llegó, encontró aquí las masas críticas de artesanos, herreros, talabarteros, carpinteros, bataneros, fragüeros de cobre, molineros, y demás oficiales que fácilmente se reconvirtieron para aportar al esfuerzo militar. Por eso el Ejército de los Andes triunfó, a diferencia de las campañas anteriores que Buenos Aires mandó por el norte, y fracasaron una tras otra (desastres de Huaqui, Vilcapugio, Ayohuma, Éxodo Jujeño).
Como se puede ver, tenemos historias encantadoras que contar con nuestros vinos, comidas, fiestas y expresiones artísticas. Sólo nos falta sistematizar los recursos para organizar un plan de visibilización, valoración y promoción del patrimonio como herramienta de desarrollo en el marco de la Economía Naranja.
Perfil
Pablo Lacoste es historiador, investigador y docente, autor del libro "La vid y el vino en el Cono Sur de América. Argentina y Chile (1545 -2019)" y de 17 títulos más, propone recuperar el patrimonio cultural como eje para la recuperación económica provincial.