Dos hechos económicos, políticos, sociales y culturales vienen ocupando importante espacio en los medios de comunicación en los últimos meses. Esos dos hechos, aunque muchos no quieran aceptarlo, son las dos caras de una misma moneda. De un lado, diversos sectores empresarios que expresan sus quejas por la “apertura económica y la avalancha de importaciones que los destruye”.
Sólo a título de ejemplo señalemos: textiles e indumentaria, calzado, productos electrónicos, productores de carne porcina, los productores de uva de Mendoza y San Juan.
Todos ellos pidiendo protección y prohibición de importar porque, según ellos, no pueden enfrentar la competencia de los productos importados. A ello se agregan numerosos pedidos de investigación por prácticas de dumping, especialmente de productos importados de China. El argumento es viejo y repetido: “los puestos de trabajo que se perderán”, siempre “echando la tropilla por delante”, para cuidar al que viene detrás.
La otra cara es el “descubrimiento”, por parte de los porteños especialmente, de que existe un país vecino, Chile, moderno con una formidable oferta de productos de alta calidad a precios notablemente más bajos que en nuestro país. Entonces esos porteños, que desde hace años decían que viajaban a EEUU, en realidad la mayor parte iba a Miami a comprar lo que no había, o era mucho más caro en Buenos Aires. En otras palabras y más claras, hace décadas que los mendocinos conocen Chile, van a pasear, y últimamente casi solamente a comprar. Hace décadas que los sectores más pudientes de Buenos Aires y el interior van a EEUU a comprar barato y bueno. Hace décadas que los menos pudientes son el “gallinero libre” donde la “producción nacional” hace estragos. Ellos no pueden ir a Miami o a Santiago en tour de compras; sólo les dejaron el pasaje para La Salada de Buenos Aires o de Santa Rosa.
Ésta es la cruel realidad económica y social donde sectores empresarios (no todos, ciertamente) han logrado, por décadas, protegerse de la competencia, en perjuicio de los consumidores. Tomemos solamente los 14 años transcurridos desde la devaluación de Eduardo Duhalde, de enero de 2002 cuando, al salir de la convertibilidad del uno a uno, el tipo de cambio pasó a más de tres a uno. Esa devaluación implicó una barrera de protección a la industria nacional infranqueable, que luego el kirchnerismo consolidó en forma deliberada con aranceles, autorizaciones y prohibiciones de importar. Según ellos esa protección era necesaria para crear una “burguesía nacional”; ya se sabe muy bien en qué terminó esa burguesía: los López, los Báez, et altri.
Mientras tanto, la Argentina se convirtió en una de las economías más cerradas del mundo y también en una de las más caras del mundo.
Cabe preguntar, a quienes claman protección hasta lograr ser competitivos, la vieja y mala teoría de la "industria infantil", cuántos años necesitarán para lograrlo. La industria automotriz lleva 60 años; la textil quizás más; la del calzado igual; los electrónicos desde que los genios políticos decidieron crear "el polo de la industria informática en Tierra del Fuego".
Un reciente estudio muestra que la economía argentina está entre las cinco economías más cerradas del mundo. La relación importaciones y exportaciones/PBI está entre el 11 y 12% en tanto en Chile es del 30%, en Paraguay del 41% y en Bolivia, 43%.
Chile agradecido, como lo viene reflejando nuestro diario, en particular, en su edición del sábado 10: “Mendocinos van al menos 2 veces al año” a comprar. En el primer semestre de este año, 1.500.000 compras de argentinos se registraron en Chile. Por qué es tanto más barato lo dice un ejecutivo: “Chile ha seguido una política de apertura comercial desde hace décadas, y eso lleva a que el arancel efectivo que pagan las importaciones en Chile en promedio sea menor al 1% y con muchos orígenes igual a cero. Aquí puedes encontrar marcas de los más de 50 países con los que Chile tiene tratados de libre comercio”.
Esos acuerdos abarcan el 90% del PBI mundial, mientras nosotros tenemos acuerdo con sólo el 10% de ese PBI.
Parece que no hacen falta más explicaciones.