La economía, bajo el síndrome del fin de ciclo

La economía, bajo el síndrome del fin de ciclo

Salvo muy contadas excepciones, la jefa del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, aparece en las fotos y delante de las cámaras de tevé con una risa que le cubre casi toda la cara. Pero si las cuentas de la entidad tuviesen vida y capacidad gestual, en vez de reír mostrarían una mueca preocupante.

Algunas expresiones del contrarrelato marcan:

-Las reservas terminarán el año muy cerca de U$S 35.000 millones, y así se habrán perdido unos 7.700 millones desde fines de 2012. O 10.770 millones respecto de 2011, cuando la caída disparó el cepo cambiario y una batería de restricciones con las que el Gobierno intenta, vanamente, contener la sangría.

-En 2009, por tomar como referencia la primera derrota electoral que sufrió el kirchnerismo, el stock de divisas del Central equivalía al 15% del PBI y a diez meses de importaciones. Hoy, ambas ecuaciones arrojan un 6,7% del PBI y menos de siete meses de importaciones. Aquí asoma, nítida, la faz si se quiere oculta del desendeudamiento que pregona el oficialismo.

-Los créditos al sector público ya implican un 170% de las reservas del BCRA y representan el 57% de su activo. El promedio 2005/2009 cantaba, respectivamente, 47% y 27%.

-Y tienen, al interior, un componente nada insustancial. Esa deuda del Tesoro Nacional está constituida, en gran parte, por títulos y adelantos transitorios ya permanentes que rinden cero de intereses: una montaña de plata que, puesta en dólares, rondará U$S 70.000 millones a fin de año y significa un tercio de todas las obligaciones del Estado.

Todo eso pinta a enorme pagadiós, se llama deterioro patrimonial y no parece motivo de risa.

También deja patinando el argumento que Marcó del Pont esgrimió para justificar la última reforma a la Carta Orgánica del Banco Central: esto es, que finalmente la institución sería puesta al servicio de la política económica con inclusión social.

Se trata, llanamente, del uso intensivo de una caja aplicada a dos fines evidentes: cubrir obligaciones con acreedores privados y financiar, vía emisión monetaria, un gasto público que siempre crece arriba del 30%. Cuesta encontrar explicaciones diferentes.

El problema es que esa chequera ya luce sobreutilizada, tal cual muestran los manotazos de Guillermo Moreno en busca de dólares a todo trance, los tijeretazos que les pega a las importaciones y el muy previsible, nuevo apriete sobre el turismo al exterior que se viene.

La de la Anses es otra caja que, de tanto fatigarla, también experimenta eso que los ingenieros definen como fatiga de materiales. Lo prueban dos datos: en 2010, el financiamiento del llamado Fondo de Garantía de Sustentabilidad al Tesoro Nacional equivalía al 12% del PBI; este año se reducirá al 7,4%. ¿Fatiga de materiales o temor a las denuncias y temor por la salud del sistema previsional?

El deterioro de las fuentes de recursos del Gobierno ya echa sombras sobre una afirmación que manejan los especialistas, a cuenta de las performances electorales de Néstor y Cristina Kirchner: “Ahora, la economía está mucho mejor que en 2009”, dice.

En 2009, algunos rasgos clave marcaban recesión, en parte por efecto de la crisis internacional, serias dificultades en el mercado laboral, que alentaron planes del Ministerio de Trabajo para evitar despidos, una inflación real de entre el 14 y el 15% y los coletazos del conflicto con el campo.

Entonces, en la siempre crucial provincia de Buenos Aires el resultado electoral arrojó 32,18% para el oficialismo, claramente centralizado por Néstor Kirchner, contra 34,68% del frente opositor Unión-Pro. O sea, una diferencia de 2 puntos y medio.

En 2013, la economía crece cerca del 3%, según las más realistas mediciones privadas, el empleo está estancado pero sin despidos a la vista, es muy poco lo que puede achacársele a la crisis internacional, la inflación verdadera apunta arriba del 25%, la relación con el campo sigue mala aunque sin paros y el precio internacional de la soja, antes y ahora clave, supera en alrededor del 12% al promedio de 2009.

Nuevamente en Buenos Aires, las elecciones primarias acaban de anotar 29,65% para el cristinismo contra 35,05% de Sergio Massa. Esta vez, la brecha se estira a 5,4 puntos.

Desde luego, en los resultados también cuentan los modos de hacer política de uno y otro. Aún así, el juego de algunos números señala que hoy la economía no da como para que los aplaudidores sigan aplaudiendo. Y tampoco la performance electoral del cristinismo.

Sólo un par de datos más para este boletín de contrastes, aunque en su interior anidan contribuciones importantes del propio Néstor Kirchner.

Hacia 2009, la crisis energética llevaba un buen tiempo incubándose, pero las importaciones de gas y combustibles todavía no marchaban rumbo a los U$S 13.000 millones que alcanzarían este año. En 2008, un período que puede considerarse “normal”, habían ascendido a U$S 4.334 millones.

Otra criatura de Néstor es la locomotora de los subsidios, indiscriminada y despareja en el diseño de origen. En 2009 por esa canilla salieron $ 32.700 millones, que escalarán a unos $ 130.000 millones en 2013.

Hay bastante más en la película completa, como la intervención al Indec desde 2007, el proceso inflacionario nunca enfrentado, un rojo fiscal cada vez más subido o el sacudón que el retraso cambiario le provoca a las producciones regionales. Por donde se mire brotan desajustes económicos tan inocultables como serios.

Antes cauteloso, el propio jefe de la UIA se atrevió a decir: “Si no hacen las correcciones, tendrán menos votos”. Seguramente, a Héctor Méndez le preocupa menos un repunte del Gobierno en las elecciones de octubre y más el sendero por el que marcha la actividad industrial. Lo expresó sin vueltas, cuando aludió a los efectos del bloqueo sobre los insumos importados: “Los resultados son cada vez más graves para el país”, dijo.

La pregunta suelta es qué hará Cristina Kirchner. No ahora, sino después de octubre. Y encadenadas saltan otras. ¿Cambiará su manera de entender la economía, estará dispuesta a modificar el sistema hermético con el que ha gobernado y a escuchar voces disidentes, para el caso de que alguien de su equipo se animara?

¿Quebrará la inercia o seguirá creyendo que si no todo, buena parte de lo que ha hecho estuvo bien, y mantendrá en pie la inflexible regla del amigo-enemigo? La economía parece acompañar el síndrome del fin de ciclo, pero aún así todavía faltan dos largos años para 2015.

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