Dura resistencia a bajar el gasto público

Los episodios de crisis cambiaria de las últimas semanas han sacado al descubierto uno de los más grandes vicios culturales de la Argentina.

Dura resistencia a bajar el gasto público
Dura resistencia a bajar el gasto público

En los últimos 40 años la Argentina vivió teniendo déficit fiscal y la solución  más fácil era aumentar impuestos. Luego, cuando ya no se podía, se acudía al endeudamiento. Hasta la década de los ‘80, lo habitual era tomar deuda con bancos internacionales. Luego de varias crisis de deuda de muchos países, se transformó en emisión de bonos de deuda soberana, que cotizan en los mercados de valores.

La facilidad de tomar deuda hizo que los aumentos de los gastos fueran constantes. Estos aumentos venían, también, de la mano de la inflación que generaban y acumulaban distorsiones bajo distintos artilugios contables y jurídicos.

En tiempos de la Convertibilidad, Argentina abusaba del crédito externo, a pesar de haber tenido recursos extraordinarios por las privatizaciones de empresas públicas. No obstante, debió sufrir distintas crisis en ocasión de las subas de las tasas en EE.UU que, como siempre, afectaban a los mercados emergentes. Pasaron varios "efectos" (tequila, arroz y otros) pero quedó claro que el país se quedó sin crédito en ocasión de la crisis en Rusia, en 1998.

Para entonces, el FMI daba préstamos y elogiaba las políticas de Cavallo y Menem y era muy laxo en sus exigencias, lo que permitía seguir adelante.

Así, el gobierno emitía bonos, pagando intereses cada vez más caros y había bancos que financiaban al Estado diciendo que apoyaban al país.

La situación se hacía insostenible y crecía el riesgo país hasta que luego de la crisis política de 2001, Adolfo Rodríguez Sa, en su corta presidencia, declaró la suspensión de los pagos de la deuda, es decir, declaró el default de la deuda, que fue histórico por su volumen.

También fue histórico porque todo el Parlamento aplaudió la decisión como una reivindicación de soberanía, algo que también alegró a muchos sectores sociales y económicos.

Ahí también nació la pesificación asimétrica, que generó transferencias de ingresos en beneficios de los deudores.

Después de la crisis hubo una mega devaluación, herramienta siempre utilizada para licuar gasto y deuda pública, a costa del nivel de vida de los argentinos y justo en ese momento cambió la tendencia de las tasas en EE.UU., se revaluaron los precios de los productos exportables y el gobierno de Kirchner mantuvo artificialmente devaluada la moneda, incorporando retenciones a las exportaciones y congelando tarifas. La discrecionalidad llegó a "regalar" más de dos millones de jubilaciones a personas que nunca habían hecho aportes.

Estos recursos le permitieron al ex presidente aumentar el gasto en forma discrecional y así se aceleró el gasto en todo el país. En los doce años de gobierno kirchnerista la planta de empleados estatales en el país aumentó en 2 millones, mientras entregaron el gobierno con cepo cambiario, cepo a las importaciones y exportaciones, elevado déficit fiscal y nivel de pobreza y desocupación. Como no tenían crédito, se endeudaron con el Banco Central y organismos nacionales, como el Anses, y dejaron activada una bomba de Lebac.

El gobierno de Macri tomó algunas decisiones que liberaron mercados, pero no hubo decisiones en cuanto al gasto público. Más allá de plantear la necesidad de bajar la inflación, no se tomaron medidas concretas y solo se recurrió a la deuda externa, una vez terminados los problemas con los remanentes de la deuda en default.

Hoy, en medio de la crisis, estamos frente al mismo problema y parece que la clase política no quiere afrontar una baja seria de gasto para no comprometer su futuro político. Y otra vez se quiere recurrir a retenciones a las exportaciones y nuevos impuestos en lugar de bajar seriamente el gasto y bajar impuestos.

Estas soluciones de corto plazo ya no son creíbles y ni siquiera aseguran ser políticamente convenientes para la clase política. Tampoco aseguran un buen futuro porque los elementos estructurales que distorsionan la economía se mantienen firmes y eso no permitirá controlar ni la inflación ni las variables de tipo de cambio.

Hay que tener mucho optimismo y ser muy ingenuo como para pensar que la clase política pensará esta vez en el interés de la Nación. Otra vez los intereses corporativos se anteponen a los de los ciudadanos. La resistencia es muy fuerte.

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