Dueños de una tienda “a la vieja usanza”

Casa Tala es uno de los comercios más antiguos de San Rafael, donde se conservan costumbres como la tradicional libreta del fiado. En el local se mezcla la cultura con la amistad.

Dueños de una tienda “a la vieja usanza”
Dueños de una tienda “a la vieja usanza”

Quienes vienen acá   no  son clientes, son nuestros amigos, es la familia que uno tiene”, explica Fátima (Fatuma) Tala, propietaria  junto a su hermano Ahmed (Michu) y su sobrino Mario de una de las tiendas más antiguas y reconocidas de San Rafael. Sus palabras no son una metáfora, sino que grafican la relación que comparten con sus clientes de años y años.

Es que la Tienda Casa Tala, es un lugar donde perdura el viejo arte de comprar y vender con el regateo para conseguir mejor precio, y donde el contacto social se produce como mezcla de las historias de los ancestros y los vecinos.

Este comercio ubicado en la avenida Mitre al 700, en la zona que era conocida como Colonia Italiana, es todo un ícono en la ciudad. Quién no compró alguna vez telas, artículos de mercería, ropa de cama -por nombrar algunas cosas- en esta tienda tradicional y familiar que tiene sus orígenes en la llegada de Abdo Rahman Tala a San Rafael en 1928, cuando tenía sólo 17 años

“El papi se vino de Siria porque allá había guerra y acá tenía un primo -Ricardo Bajbuj- que vivía en Cañada Seca. Vino en el tren y don Juan Sat lo buscó y lo llevó a lo de su primo”, relató Fatuma. “Mustafá Sat, un sobrino de don Juan lo llevó, había que cruzar el río porque no estaba el puente Nuevo”, contó.

Al principio Don Abdo ayudó en una panadería y un una bodega, pero enseguida empezó a salir en una carretela a vender telas que le daban otros vecinos como Daniel Julián o los Dalmaso. “El papi contaba que no sabía decir más que “vendo porotos” y cuando salía la gente se encontraba que vendía telas”, expresó entre risas.

Mientras ella relata los inicios del comercio de su familia, su hermano continúa atendiendo a los clientes. El mate, una taza de café y en alguna época algún licorcito son parte de la cordialidad de los dueños de casa.

Luego alquiló una casa en el distrito de Goudge donde siguió con el comercio de ramos generales. Allí empezaron a ir los viajantes a llevar mercadería para vender, y entre ellos un hombre que ellos lo trataban de padrino que le decía a don Abdo que tenía una sobrina para él. Esa mujer, era Lucía Musri, quien luego se casó con don Tala.

En Goudge compró un lote donde hizo una casa y una finca con parras que traía de Italia Don Benegas. La gente del lugar, en su mayoría españoles y en gran parte agricultores, le tenía mucho aprecio a este comerciante de origen sirio que siempre colaboraba con sus vecinos. Muchas veces le pagaban la  mercadería que compraban al término de la cosecha, o le entregaban fruta como pago.

Del matrimonio con Lucía nacieron sus cuatro hijos: Mohamed Mario (Negro), Ahmed (Michu), Fátima (Fatuma) y Omar (Puchi), quien nació con labio leporino el doctor Notti le aconsejó llevarlo a vivir al mar porque tenía problemas respiratorios. “Ahí mi papá vendió todo y nos fuimos a Siria, vivimos un año y ocho meses en Damasco, pero regresamos porque a mi padre no le gustó”, agregó.

De vuelta en San Rafael en lugar de asentarse en Goudge don Abdo compró una propiedad en la calle Mitre donde funcionó durante décadas el negocio. En su comercio se vendía de todo.  Juegos de losa inglesa, elementos de aluminio de España, telas de distintos orígenes, formaban parte del negocio familiar. “Mi padre compraba en remates los bultos cerrados donde había de todo: sobretodos, trajes de mujer, lo que se te ocurriera.

“Acá todavía conservamos las cuentas de la casa”, explicó Fatuma. De esa forma anotan en un cuaderno como a la vieja usanza la mercadería que lleva el cliente, que luego pasa y paga, ya que la confianza es la garantía que prima.

Los dos hermanos al frente del comercio -Fatuma y Michu- son docentes jubilados pero siempre ayudaron en el local con el espíritu que les infundió su padre: trabajar con firmeza, afrontando las diferentes situaciones que le tocó atravesar al país. Así, el comercio familiar perduró durante estos 86 años.

La gente va sin apuro a lo de los Tala, ya que en el laberinto de mercancías apiladas y pasillos atiborrados de piezas de género siempre se encuentra lo que se necesita. No es raro que las ventas se desarrollen entre mate, dulces típicos sirios u otras delicias características de la tierra de sus ancestros.

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