Duelos ajenos

Duelos ajenos

Estela está mirando el periódico con su ya habitual jarra de café fuerte y amargo, tomándolo de a sorbos cortos y ruidosos, pasando pacientemente las páginas de noticias amarillistas y conspiranoicas, sonriendo ante el uso periodístico del lenguaje, hasta que llega a la sección de fúnebres. Ahí se detiene, pausa su desayuno dejando la taza sobre la mesa, y recorre cada aviso con el dedo índice de una mano, mientras sostiene el diario con la otra, como si se le fuera a escapar o lxs muertxs se le perdieran en su reducida vista.

Es curioso ese ritual que tiene todos los domingos (único día en que destina una porción de su sueldo a esa colección de ficciones casi caaaasi creíbles). No es que esté vieja y quiera saber si se murió algunx compañerx de su infancia, adolescencia u otra etapa de su vida; Estela tiene apenas diecinueve años y un nombre que está volviendo a ponerse de moda. Tampoco es morbo casi cholulo de enterarse si falleció alguien que conocía por algún lugar un poco más incierto o alguien “reconocidx socialmente” en este pueblo montañés, sino algo que todavía me llama la atención, algo que ella llama Los Duelos Ajenos.

Estela afirma que todxs, en algún momento de nuestras vidas, hemos hecho o hacemos uno con alguien totalmente ajeno al contacto directo pero que de alguna forma llegó efímeramente a nuestra cotidianidad, y que a través de esos duelos le asignamos un ratito de trascendencia a ese pasaje y/o leve o gran marca que dejó esa gente en nuestra subjetividad. Me resulta un concepto tierno y un proceso enriquecedor ese que me comenta después de ese momento de Duelo Ajeno de esta mañana. Me cuenta que se ha imaginado los últimos días de esas personas de acuerdo a los avisos que han publicado lxs allegadxs a lxs difuntxs. Eso es algo que no todos hacemos, me aclara después.

La primera vez que hablamos de esto fue el día en que se murió Spinetta, una semana después de que ella se mudara a la casa, que me vio cabizbaja en la computadora y me preguntó qué me tenía tan pachucha. Le expliqué y tuve que ahondar en la explicación, ya que ni siquiera yo entendía por qué una muerte tan ajena me había llegado tanto. Todavía no lo entiendo del todo, no solamente en el especial caso del Flaco, cuya música me había acompañado en mi parte más hippie de la adolescencia, sino en otras ocasiones, en que otros personajes con quienes no crucé palabra ni vi a menos de diez metros murieron y me afectaron.

A Estela también le extraña un poco todavía este comportamiento de la gente, lamentando esas defunciones lejanas casi tanto como las cercanas. Alguna conexión sentiremos con esxs muertxs, afirma ella, y a veces esos vínculos distantes son más intensos que los próximos, inclusive muchas veces lo que intensifica esas conexiones es justamente esa distancia, completa mi compañera de casa. Una buena dosis de razón tiene, aunque sigue intrigándome su ritual, como si necesitara de alguna forma despedirse de gente que nunca conoció, pero al imaginarse sus vidas, aunque sea los últimos instantes de las mismas, logra adivinar un vínculo.

Ese vínculo imaginario puede ser el que nos una a esxs tantxs difuntxs extrañxs que lamentamos, y esos Duelos Ajenos pasan a ser tan válidos como los propios porque construimos su validez como construimos los vínculos cercanos: mentalmente, imaginariamente, sobre estructuras ficticias como nubes. ¿Por qué entonces no llorar a esxs muertxs lejanxs? ¿Por qué hacerlo con lxs cercanxs? ¿Cuál es la medida de trascendencia de esxs individuxs? ¿En qué basamos esa medida y por qué lo que nos genera y su causalidad tiene que estar cuantificado y/o justificado?

Estela no tiene respuesta para todas estas preguntas, aunque ya se las ha hecho. La única forma de contestar a tantos interrogantes ha sido este ritual que ahora termina, pasando de página, sorbiendo otra vez su café, asumiendo una postura corporal más relajada y volviendo a reírse levemente al llegar a los clasificados.

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