El lunes próximo, y con los resultados electorales en la mano, florecerán muchas teorías y muchas especulaciones acerca de las medidas que el gobierno debería tomar para acortar la brecha entre el dólar oficial y el paralelo y conseguir una reactivación genuina de la economía estimulando las inversiones.
Pero el principal interrogante que se debe develar es cuándo volverá la Presidenta a ejercer su cargo y cómo lo hará. Es que la actual situación nos muestra un gobierno casi sin conducción. El ministro Randazzo afirmó que la estatización del Ferrocarril Sarmiento la tomó él sin consultar a Cristina. Es evidente que tampoco le consultó a Boudou que ejerce provisoriamente la primera magistratura.
Del retorno de la presidenta y de su estado anímico y su fortaleza física dependerán muchas de las decisiones que se tomen. Los economistas más serios reconocen que Argentina está muy lejos de la explosión hiperinflacionaria, como la de 1989 o de una crisis cambiaria como la de 2001, pero también reconocen que si no se toman decisiones se agudizarán las distorsiones de los precios relativos y eso puede hacer que las consecuencias se anticipen o, incluso, se precipiten.
El orden de los factores altera el producto
Los operadores económicos que influyen sobre políticos y algunos comunicadores sugieren que lo primero que se debe hacer es tomar decisiones sobre el tipo de cambio, ya que el drenaje de divisas de las arcas del Banco Central es muy peligroso.
Y sobre esto existen diversas opiniones surgidas del mismo seno del gobierno. Un ala quiere tipos de cambio múltiples, otra prefiere un impuesto sobre compras en el exterior y otros prefieren una mayor represión, generando la categoría de “delito” para la compra, venta y tenencia de activos en moneda extranjera.
Cualquier medida que tome el gobierno sobre el tipo de cambio, sin corregir otras variables macroeconómicas, lo único que conseguirá es mayor presión sobre el dólar paralelo. El precio de esta especie es la consecuencia de una profunda crisis de confianza y si no se soluciona este problema, de naturaleza estrictamente política, solo se profundizará el caos.
Hay quienes explican que la pérdida de reservas es consecuencia del cepo cambiario. Pero, en realidad, el cepo fue la consecuencia de la fuga de divisas. El cepo, es verdad, no pudo frenar la fuga, que se materializó por otras vías. Cuando Cristina ganó la reelección, hace dos años, había 52.000 millones de dólares de reservas y este año terminará con 32.000 millones.
Levantar el cepo sin cambiar condiciones macro solo aceleraría la pérdida de dólares.
En realidad, hay que admitir que el problema del tipo de cambio es la consecuencia de la manipulación de la política cambiaria para disimular la creciente inflación y sus consecuencias.
El tipo de cambio se atrasó porque el gobierno decidió usarlo como ancla anti inflacionaria. Pero al no cesar las decisiones que generaban la inflación, se atrasó el tipo de cambio y se estimuló la fuga de capitales.
La inflación, el enemigo no reconocido
Cuando uno se enfrenta a un problema lo que nunca debe hacer es ignorar el problema. Esto suele ocurrir cuando dicho inconveniente surge de las políticas que aplica el mismo al que se le generan los problemas. En estos casos, para reconocer el error, se comienzan a buscar atajos, enemigos y todo tipo de artilugios para hacer creerle a la población que el problema está en otro lado.
Esto le ha ocurrido al gobierno con la inflación. Al principio de la gestión de Néstor Kirchner, habían crecido tanto los precios de las materias primas, que, para asegurar el abastecimiento interno, el gobierno puso retenciones compatibles con el precio que quería en el mercado interno, y ahí cayeron el trigo, el maíz, el girasol, la leche y la carne. Como consecuencia, los productores plantaron menos trigo, menos maíz, menos girasol, se liquidó stock de vacunos y se cerraron tambos. Todos esos campos se dedicaron a cultivar soja.
Como consecuencia de estas políticas, aumentaron los precios de todos los productos y ahora nos falta trigo, hay menos maíz y muy poco girasol, menos vacas lecheras y 10 millones menos de cabezas de ganado, pero nos sobra soja para alimentar los chanchos de China.
Luego, el gobierno comenzó a expandir el gasto y estimuló aumentos importantes en los salarios para incentivar más el mercado interno y apareció la inflación. Mientras era de un dígito, nadie dijo nada, pero cuando llegó a los dos dígitos comenzaron las medidas artificiales.
El gobierno ya había congelado el precio del petróleo y el gas en el mercado interno, lo que generó que las empresas no hicieran más inversiones y solo extrajeran lo que ya tenían descubierto. Así, la producción bajó, pero al aumentar el consumo, el gobierno debió importar a precio internacional y subsidiar la diferencia.
Por otra parte, se decidió mantener congelados los precios de los servicios públicos que, en 10 años, han sufrido muy pocas variaciones. A medida que aumentaban los costos, el gobierno también cubría las diferencias con subsidios. En el caso de la electricidad y el gas, además, se importa cada vez más.
Además de precios controlados, se decidió cambiar las formas de medir la inflación, para lo cual se desplazó a la cúpula del Indec y se la reemplazó por un grupo militante que saca una medición mentirosa con los números que quiere tener el sectario de comercio, Guillermo Moreno.
Hace 5 años que la inflación oficial es más baja que la inflación paralela (que miden las consultoras privadas), es un fenómeno muy parecido al del dólar.
La primera argumentación era mantener esos números para pagar menos por unos bonos que se actualizaban por inflación. Pero al dar índices más bajos, aparecían tasas de crecimiento neto más altas, y hubo que pagar por otros bonos que tienen un cupón que genera dividendos en base al crecimiento de la economía.
Mal negocio, porque hemos pagado por esos cupones atados al crecimiento mucho más de lo que hubiese que haber pagado por los bonos indexados que, además, fueron canjeados y cancelados.
Pero como la inflación era real, el gobierno decidió congelar el tipo de cambio y actualizarlo muy por debajo, incluso de la inflación oficial. Pero, entre índices de inflación no creíbles, y la percepción del atraso cambiario, muchos aprovecharon a comprar dólares baratos y sacarlos del sistema. La fuga de capitales durante el proceso kirchnerista superó los 60.000 millones de dólares.
¿Por dónde empezar?
Es la pregunta del millón. La lógica indicaría que el gobierno debería fijar políticas que muestren un camino destinado a terminar con el déficit fiscal y algunas decisiones ligadas al tipo de cambio.
Cualquier decisión que tome va a impactar y el gobierno deberá lidiar con cierto malestar social. El problema, y es el mayor interrogante, es cuánta fortaleza política y convicción tendrá la Presidenta y su equipo para tomar las decisiones.
El único método posible es no atarse a dogmas ideológicos, porque de hacerlo, el mercado los va llevar a terminar haciendo un ajuste ortodoxo y, en ese caso, los dos años de tránsito hacia el fin del mandato presidencial se pueden transformar en un calvario. Insisto, fortaleza política y convicciones respecto de las decisiones serán señales fundamentales para recuperar la confianza.