No podemos calificarlo de "antidemocrático" en razón de que siempre asumió la primera magistratura de Nicaragua en elecciones libres. Pero sí podemos afirmar que Daniel Ortega se está convirtiendo en uno de los últimos eslabones de una cadena que en su momento construyó Hugo Chávez, que ganó adeptos en América Latina bajo el nombre de "Revolución Bolivariana", pero que se fue diluyendo y desapareciendo en el mismo momento en que murió su creador y paralelamente el petróleo dejó de ser la moneda de valor para sostener una pseudo ideología que se pretendía instalar en esta parte del mundo.
Ortega está viviendo un momento político muy complicado, con marchas y concentraciones de protesta que en la represión han costado la vida de más de sesenta personas y que se encuentra atravesando una crisis económica y social sin precedentes.
Los países del continente y los organismos internacionales competentes, deberán seguir con especial atención lo que está aconteciendo, de modo tal de poder llamar a la reflexión a las partes y evitar que continúe el derramamiento de sangre.
Ortega surgió de una familia de clase media que, para enfrentar la continuidad "histórica" en el poder de la familia Somoza (desde 1950 a 1979 un "Somoza" presidió el país durante 24 años), lideró la denominada Revolución Sandinista, de ideología izquierdista y que contó con el apoyo de Cuba y de Venezuela.
Triunfó en elecciones, en la última oportunidad en 2016 integrando una fórmula con su esposa, Rosario Murillo, una "primera dama" que a sus 65 años es considerada la mujer más poderosa de Nicaragua. Poeta, escritora y vocera exclusiva del Gobierno, fue ganando poder primero como coordinadora del Consejo de Comunicación y actualmente coordina planes de emergencia, jornadas de salud y organiza los actos gubernamentales.
Tiene programas propios de radio y televisión en los que prioriza la invocación religiosa, lo que provocó malestar en la cúpula la iglesia, que calificó a los mensajes de "demoníacos, basados en la envidia y con toda clase de maldad".
Las protestas sociales se desataron a partir de una reforma de la Seguridad Social, impulsada por el matrimonio en el Gobierno, que aumentaba las contribuciones de empleados y de trabajadores y recortaba un 5 por ciento las pensiones.
La medida se adoptó después de que organismos internacionales alertaran sobre el riesgo para el sistema por el elevado costo de las pensiones.
Los empresarios nicaragüenses, que se habían mantenido aliados a Ortega, se unieron a los estudiantes y jubilados para oponerse a la reforma, que al final fue revocada. A ellos se sumaron campesinos que salieron de sus comunidades montados en camiones, que se oponen a la construcción de un canal interoceánico, concesionado a un inversor chino.
Sin embargo, más allá de esas situaciones puntuales, lo que más complica a Daniel Ortega en su gobierno es la situación internacional. Fue uno de los bastiones en la defensa de la revolución cubana y luego de la "bolivariana" impulsada por Hugo Chávez. Sin embargo, Cuba dejó de "exportar" su revolución, mientras la "bolivariana" se va desgajando y se quedó sin fuerzas por la muerte de su impulsor, la falta de dinero por la caída del precio del petróleo y esencialmente por los cambios de gobierno, vía elecciones, que se produjeron en esta parte del continente y que han dejado sólo a Evo Morales en Bolivia como único defensor de aquel intento político internacional.
Los países vecinos observan con atención lo que está sucediendo en Nicaragua, pero hasta el momento no se han expedido públicamente sobre la situación, a excepción de Costa Rica, cuyo canciller ha manifestado que "(los países) no podemos permanecer indiferentes" ante las muertes, anticipando la posibilidad de que se solicite la opinión de la Organización de Estados Americanos.
Es de esperar que luego de la decisión de Ortega, que no haya más derramamiento de sangre en Nicaragua y que la paz retorne a la región, incluyendo en ese marco a una Venezuela, sumida cada vez más en el caos generado por la incompetencia de su presidente.