Don Juan Draghi Lucero fue único en ese camino cotidiano de ir descubriendo nuestras profundas raíces. En él había un no sé qué muy particular cuando se internaba en los relatos vinculados al quehacer íntimamente relacionado con lo rural, con todas las labores del campo y su gente, abordado ya desde la tarea práctica, que conocía como nadie, hasta la perspectiva poética del verso y la prosa.
Don Juan -decía Los Andes en 1995, un año después de su muerte- poseía el arte de narrar, de escribir contando con inclusión de regionalismos que enriquecían y daban vitalidad y vivacidad al relato, lejos de la vanidosa exhibición erudita.
“El arte para mí siempre ha representado cierta cosa esotérica, casi prohibida, porque está tan fuera de lo común, tan lejos de lo ordinario, que pareciera casi en un mundo aparte, oculto...”, solía decir Draghi Lucero.
Autodidacta, fue poeta, historiador, novelista y folclorólogo, un investigador infatigable del pasado, un crítico de la esclavitud y un denunciante del abandono del campo, un rescatador de los episodios desconocidos del paso de San Martín por nuestra provincia y de otros hombres que dejaron su huella: el Molinero Andrés Tejeda, el sabio francés Miguel Amado Pouget (precursor de la vitivinicultura moderna), el explorador y escritor Manuel José Olascoaga.
En 1938, publicó el "Cancionero Popular Cuyano" con piezas de poetas populares y otras anónimas recogidas en Mendoza, San Juan y San Luis y con un prólogo histórico descriptivo de la región de Cuyo. Reivindicó la tonada como medio de expresión de los campesinos, como una poética singular que permite al cantor huir de las miserias circundantes y exorcizar la tristeza.