Por Luis Alberto Romero - Historiador. Club Político Argentino. luisalbertoromero.com.ar - Especial para Los Andes
En los tiempos en que había golpes de Estado, junio y setiembre eran los meses preferidos por los militares. Los golpes del 16 de junio de 1955 y 9 de junio de 1956 fueron fracasos terribles. Los del 4 de junio de 1943 y el 28 de junio de 1966 fueron exitosos e incruentos. Ambos tuvieron la impronta de la espada y la cruz, y ambos clausuraron una posibilidad para el arraigo de la democracia liberal e institucional.
En 1943 se había completado la fusión entre el nacionalismo y el catolicismo integral que nos acompañó durante cuarenta años. La Iglesia local siguió con firmeza el rumbo fijado por el papado para la recristianización de la sociedad y del Estado.
La consigna de instaurar a Cristo en todas las cosas se expresaba en la fórmula Cristo Vence. Con esa perspectiva, impulsaron a la Acción Católica, se vincularon con el antiliberalismo nacionalista y se dedicaron a adoctrinar al Ejército, donde en 1943 ya habían ganado esa batalla.
El ejército se había hecho nacionalista también por otras razones. Había filogermanismo antibritánico, ideas de autarquía y de grandeza nacional, tutelada por el Estado y un mesianismo constitutivo, que los convertía en guardianes de los intereses supremos de la Nación.
¿Por qué tomar el poder en ese momento? Suele señalarse, no sin razón, la erosión de la legitimidad del gobierno, fundado en el fraude, y el rechazo al candidato proaliado que impulsaba el presidente Castillo para 1944. Esta mirada oscurece lo principal: en esas elecciones podía triunfar una fórmula política democrática y antifascista.
El frente antifascista venía formándose desde 1936, cuando la Guerra Civil Española partió las aguas entre la opinión liberal y de izquierda y la nacionalista y católica. Sus integrantes fueron cambiando. Entraron y salieron comunistas, católicos y conservadores, y los socialistas y radicales no se entendieron. Fallaron en 1937 pero en 1943, con la guerra que empezaba a definirse, aumentaron sus posibilidades para la elección de 1944.
El golpe de junio de 1943 probablemente apuntó a evitar esta posibilidad, mucho más temida que la entrada en guerra. Se trataba de prevenir la alternativa de un régimen democrático y liberal.
Los efectos fueron contradictorios. En los años siguientes, el gobierno de junio, radicalmente nacionalista y católico, consolidó a su antagonista democrático, cuya victoria parecía segura en 1945, luego del fin de la guerra. Pero a la vez, del gobierno de junio emergió Perón. Sin abandonar sus sólidos apoyos de origen, diseñó una alternativa política original y exitosa, que realineó las fuerzas y ganó limpiamente.
El peronismo miraba al futuro, pero mantuvo sus raíces en la revolución de 1943, regularmente conmemorada. Los nuevos sindicatos se sumaron al Ejército y la Iglesia para sustentar una democracia corporativa, que combinó la doctrina social de la Iglesia, el Estado de bienestar y el fascismo, y cortó la posibilidad de una democracia liberal.
¿Contra quién se hizo el golpe del 28 de junio de 1966? Una campaña de opinión, muy bien organizada, había identificado al presidente Illia con una tortuga. Se decía que la Argentina, con una enorme potencialidad, estaba paralizada por gobiernos ineficaces y carentes de legitimidad.
Carlos Altamirano ha hablado de una idea de época: el cambio de estructuras, el salto adelante, la revolución, con versiones muy distintas pero coincidentes en el diagnóstico: acabar con una democracia liberal espuria.
Una de las versiones de esa revolución consistía en la conformación de un frente nacional, conducido por un caudillo, un nuevo Franco. Onganía, que había disciplinado al Ejército, debía cortar el nudo gordiano de la “partidocracia”, congelar los conflictos a golpes de autoridad, negociar ordenadamente con los grandes actores sociales, unificar las fuerzas y permitir el despliegue de la potencia nacional.
Los propagandistas del golpe presentaron la imagen de un país al borde del colapso. Pero en los años sesenta, más allá de las oscilaciones cíclicas, la economía argentina creció y maduró, y la política económica de Illia no fue ajena a esto.
La conflictividad social y política, que parecía insoportable en su momento, resultó casi insignificante comparada con lo que vino en los años setenta. También se descubrió que el tan criticado sistema institucional, aun con fallas de legitimidad, era capaz de procesar razonablemente los conflictos.
Luego de 1955, el problema político más grave fue la proscripción del peronismo, que minó cualquier legitimidad democrática. Todos fueron responsables. La UCRP mantuvo un antiperonismo cerril en tiempos de Frondizi, mientras la UCRI apostó a ganar de un golpe la masa de votos disponibles. Entre todos contribuyeron a establecer la idea de que, sin proscripción, el peronismo se impondría ampliamente.
La política del gobierno de Illia, realizada sin grandes declaraciones, apuntó a la incorporación regulada, reduciendo las resistencias de los antiperonistas, y de muchos peronistas que se encontraban más cómodos con la proscripción. Los partidos neoperonistas ganaron en muchas provincias, se incorporaron al Congreso y participaron de los acuerdos indispensables para un gobierno que no tenía mayoría propia.
Unos se acostumbraron a convivir con ellos y otros aprendieron las reglas del juego democrático. 1967 sería la prueba de fuego de esta política de incorporación. Pero Illia fue derrocado antes, de modo que ignoramos cómo hubiera resultado.
Como en 1943, el golpe de 1966 frenó una posibilidad de afirmación de una democracia institucional. Sus enemigos estaban a derecha e izquierda, y ansiando combatir entre ellos. De momento lo que se consolidó fue una nueva versión de la Argentina corporativa, a la que Onganía quiso dar un sesgo autoritario y católico, con sus cursillistas, su moralina, y también con la Ley de Obras Sociales, gestada durante su gobierno.
Hoy sabemos que el resultado fue mucho peor. Aunque la historia excede ampliamente los factores aquí señalados, la torpeza de Onganía y la liviandad de quienes lo encumbraron fueron un factor apreciable en la aceleración de la espiral de violencia.
¿Que hubiera ocurrido con un gobierno democrático legitimado? ¿Que hubiera pasado si la institucionalización del peronismo hubiera madurado? Nadie lo sabe. Pero valía la pena haberlo intentado.