En los últimos quince días hubo dos casos de secuestro de perros en el departamento de Guaymallén. Ambos sucesos tienen tanto características similares como disímiles: las dos víctimas fueron mujeres que viven solas con sus mascotas; en los dos casos los perros aparecieron; en uno de ellos hubo denuncia policial y en otro se pagó algo menos de lo que los secuestradores requerían. Y también en los dos hechos, las víctimas sufrieron un estrés postraumático.
CASO I
El primer suceso tuvo lugar el sábado 1 de julio en Villa Nueva. Allí, Claudia -una docente de 46 años que prefiere no dar datos personales por el temor que vivió en el hecho- caminaba con su perra “Sacha”, una caniche de color blanco.
“Siempre la saco a dar una vuelta por las tardes, caminamos algunas cuadras cerca de casa y si bien la llevo siempre con correa, hay veces, como los sábados y los domingos, la suelto para que vaya sola”, rememora.
Ese sábado, a las seis de la tarde, Claudia caminaba unos metros atrás de su mascota de 4 años. “La perra dobló por calle España y la perdí de vista pero no me preocupé porque pensaba verla cuando yo llegara a la esquina”.
Pero no fue así, al llegar al cruce de las calles López de Gomarra y España, donde hay una plaza, Claudia no vio más a “Sacha”.
Pregunté a la gente que estaba en las veredas y en la plaza, pero nadie había visto nada. Solo una mujer me contó que vio a un auto que se paraba y volvía a arrancar, pero no recordaba haber visto a la perra”.
La mujer se quedó más de una hora. Recorrió la zona y preguntó por “Sacha” a quien pasara por ahí. Pero nadie sabía nada. “Al cabo de un tiempo volví a mi casa y ya era de noche. Llamé por teléfono a una sobrina que vive cerca y me dijo que a lo mejor “Sacha” se había perdido y que alguien la tenía en su casa y que esperara hasta el día siguiente”.
Claudia le contestó que la perra había desaparecido a unas ocho cuadras de su casa y que allí nadie la conocía.
“Lo que hay que hacer es imprimir fotocopias con la cara de la perrita y pegarla por los postes de la zona donde se perdió”, fue lo que le dijo la sobrina.
Como ya era de noche, ambas quedaron que el día siguiente comenzarían con el operativo para dar con “Sacha”. En su computadora, la sobrina había hecho un diseño con la cara de la perra.
Ofrecían una recompensa de 1000 pesos.
“Todo eso lo íbamos a hacer el domingo”, recuerda la mujer.
Pero hubo cambio de planes.
Pedido
A las 21 de ese mismo sábado, sonó el timbre de la casa de Claudia.
“Eran dos adolescentes de no más de 16 años. Yo los atendí por la ventana porque de noche no abro la puerta a nadie. Uno de ellos me preguntó si yo había perdido una perra por la tarde. Casi me muero de la alegría”.
Claudia pensaba que los chicos habían la encontrado por más que el animal no estaba con ellos. Entonces cayó en la realidad.
“Uno de ellos me mostró la foto de la perra en la pantalla de su celular y una grabación con sus ladridos. Me dijo que los mandaba un señor que era el que la tenía”.
Los adolescentes le contaron que el hombre les dijo que ella debía darles dos mil pesos para que le trajeran a la perra. “Además el más grande de los chicos me advirtió que no llamara a la policía y que la plata se la tenía que dar en ese momento”.
Sin mucho tiempo para pensarlo, la mujer fue hasta su habitación y trajo 800 pesos. Se los dio por la ventana y, entre lágrimas, les dijo que no tenía más que eso y que por favor no la engañaran.
A las 12 de la noche sonó el timbre de su casa y cuando salió por la ventana vio la mujer una bolsa negra “como de consorcio”, con lo que sería su perra adentro. Reconoció a “Sacha” por los ladridos. Cuando abrió la bolsa “a la que le habían hecho unos agujeros para que respirara, la vi”, dice Claudia contenta.Como dato extraño, hay que decir que en la bolsa, además del perro, “había un porro de marihuana (sic) que tiré al inodoro”.
No hizo la denuncia.
CASO II
Virginia (41) es una profesora de gimnasia que vive sola en una casa del barrio Unimev. Bueno, vive con su perro “Tomi”, un caniche inquieto. Tan inquieto que su dueña lo deja que ande por los jardines del barrio solo. Por eso el animal cuenta con un collar en el que está escrita la dirección y el celular de su propietaria.
El martes pasado, se hizo de noche -tipo 18.30- y el perro no apareció. A la media hora, la mujer recibió un mensaje de voz por WhatsApp.
- Hola, tengo un perro que le compré a un hombre para mi hijita pero a ella no le ha gustado. Vi que tiene colgado este número y me gustaría devolvérselo. Pero le aclaro que yo pagué 1.500 pesos. Así que me los tiene que devolver.
Virginia entró en pánico. Era raro: el perro llevaba una hora perdido y en ese lapso alguien lo había encontrado, lo había vendido y el “comprador” ahora quería devolverlo.
La mujer llamó por teléfono a quien tenía a “Tomi” cuando ya eran las diez de la noche del martes. En la conversación quedaron que el hombre le llevaría al perro a las 23 en una esquina del
Unimev. “Pero el hombre no vino”, dice Virginia. Cuando ella lo volvió a llamar el sujeto le dijo que fuera hasta la feria de Guaymallén para hacer la entrega, pero ella no fue. Luego, el hombre le bloqueó el teléfono.
Esa noche, Virginia llamó al 911 y denunció la extorsión del secuestrador de su perro.
Aparecido
Al día siguiente el hombre había dado de baja al celular. Sumida en la pena, la mujer pasó todo el miércoles a la espera de novedades que no aparecían.
A la mañana, vino la policía a su casa y se hizo la denuncia en la Oficina Fiscal 9. En el lomo del expediente se lee: “averiguación hecho”. “Quiero resaltar que fui muy bien atendida en la fiscalía y por los policías”, dijo la mujer.
Más tarde, algo pasó -tal vez el hombre se enteró de la intervención policial- y ese día a las 18, cuando la dueña del perro no estaba en casa, el sujeto apareció por el barrio con “Tomi” en brazos. Fue hasta donde había una vecina de Virginia -una nena de 12 años- y le preguntó si conocía al perro
- Sí, es “Tomi”, el perro de Virginia, mi vecina - le dijo la nena.
- Bueno, acá te lo dejo. Decile que ya va a tener noticias mías.
El hombre se subió a su auto y Tomi quedó con la niña. Al rato, la dueña del perro llegó y tuvo lugar el reencuentro entre ama y animal.
Una hora más tarde, el teléfono de Virginia volvió a sonar. Era el presunto secuestrador pero esta vez se comunicaba desde un aparato distinto. El hombre volvió a pedirle el dinero. La mujer le dijo que ya había hecho la denuncia y que él tenía que acusar a quien teóricamente le había vendido al perro.
“Está bien, está bien...”, fue la respuesta del hombre del otro lado del teléfono.