Si dos décadas atrás alguien hubiera señalado que en ese corto lapso de tiempo (para una industria milenaria como es la vitivinícola, 20 años "no son nada", como dice el tango) una bodega argentina podría ubicarse entre las diez primera del mundo en lo que a ventas se refiere, más de uno hubiera considerado que se trataba de un pronóstico optimista que no se condecía con la realidad. Sin embargo, no fue una, sino que son dos (Trapiche y Fecovita) las que han logrado una distinción que muchos en el mundo desearían alcanzar, lo que no hace más que ratificar que las posibilidades de nuestra principal actividad agrícola se mantienen abiertas.
Debemos partir de la base de que la vitivinicultura es una industria muy compleja como para tomar todo literalmente basado en la cantidad de vino exportado por un país o de dinero ingresado por esa salida de vinos. A modo de ejemplo podemos señalar que muchos de los chatteaus franceses son pequeñas bodegas que alcanzaron un altísimo grado de prestigio por la calidad de sus vinos, razón por la cual sus propietarios prefieren mantener la cantidad de vino elaborado pero priorizando la calidad de sus caldos e inclusive reciben calificaciones por las "añadas" que inciden sobre las calidades.
Por otra parte aparecen grupos económicos importantes, como los que surgieron en Estados Unidos cuando dispuso enfrentar, con los varietales, el prestigio alcanzado por las denominaciones de origen europeas e impulsar paralelamente lo que se denominó el "nuevo mundo" vitivinícola. Esto le abrió las puertas a otros países, como Sudáfrica, Chile y la Argentina para incursionar con éxito en el mercado mundial. Un aspecto esencial que lleva mucho trabajo para imponerlo; es el caso de lo que sucedió con algunas empresas chilenas, como Concha y Toro, que comenzaron mucho antes que la Argentina en su ingreso a los mercados. También debe advertirse que en este último caso -el de tomar la situación por el concepto de la cantidad- resulta necesario mantener la calidad de los caldos, ya que en caso contrario el consumidor reaccionará negativamente.
Pues bien, en ese complejo mundo, al que sólo se puede ingresar con habilidad, inteligencia y mucho coraje, dos empresas (Trapiche y Fecovita) han logrado ubicarse entre las top-ten de las bodegas en el plano de las ventas por volumen. Y con toda seguridad hay otras que no deben estar muy lejos en el ranking general. Se indica que Peñaflor registra ventas anuales por 446 millones de dólares, con exportaciones por 180 millones de la moneda norteamericana, mientras Fecovita nuclea a 54 bodegas y miles de productores que comercializa en promedio unos 260 millones de litros en la Argentina y varios millones de litros en exportaciones. Un posicionamiento interesante, teniendo en cuenta que se ha logrado en un momento difícil para la actividad en el orden local por la escasez de cosecha de los dos últimos años y el aumento en la principal materia prima, la uva. A ello debe sumarse que, al menos durante la anterior gestión gubernamental se implementaron políticas económicas y fiscales que terminaron perjudicando a la industria. De allí que los diferentes actores de la industria hayan solicitado audiencias con funcionarios nacionales, incluyendo al propio Presidente de la Nación, para plantearle sus inquietudes, a la espera de soluciones. Debemos hacer mención también a que esas medidas (dólar planchado en un "ambiente" de inflación interna constante), aumentos en las retenciones e incremento de los costos de insumos y en el transporte, terminaron perjudicando a decenas de pequeñas bodegas que habían incursionado con cierto éxito en los mercados internacionales pero que debieron renunciar a esas intenciones ante la realidad de trabajar "a pérdida" y no contar con espaldas financieras como para afrontar el problema.
Si la vitivinicultura mendocina logró crecer a nivel internacional en momentos difíciles en el orden local, podría esperarse que exista un futuro más promisorio en el corto y mediano plazo, en la medida que cambien algunos aspectos, tanto en el plano económico como en el impositivo. Una posibilidad que podría beneficiar a esas pequeñas bodegas boutique que habían incursionado con éxito en algunos emprendimientos pero que debieron dejarlos de lado por los serios problemas de competitividad que debieron enfrentar.