Dos batallas decisivas hace un siglo y medio

Dos batallas decisivas hace un siglo y medio

El 11 de noviembre de 1866 estalla en Mendoza una sublevación en un contingente destinado a marchar al frente de la guerra con el Paraguay. Se suman los presos de la cárcel y destituyen al gobernador Melitón Arroyo.

Han pasado varias semanas desde que se conociera el rechazo del asalto por el ejército de la Triple Alianza de las fortificaciones de Curupaytí, incrementando las resistencias a esa guerra en los paisanos siempre reacios, como en otras guerras internacionales, al reclutamiento para el ejército de línea.

Recién desde el 12 de octubre de 1862 el país tiene un Gobierno nacional reconocido en las 14 provincias con todas sus instituciones funcionando. Después de Pavón cuando las fuerzas de Buenos Aires, al mando del general Paunero, se internaron en el interior, no hubo casi resistencias salvo en La Rioja con el Chacho y varios jefes federales emigraron a Chile. Enterados de la revolución en Mendoza, Juan Saá y otros emigrados regresaron a Cuyo y Felipe Varela, a Catamarca.

En Mendoza había asumido el gobierno Carlos Rodríguez, ex senador de la Confederación por San Luis y se agregó el coronel Juan de Dios Videla. La sublevación se extendió rápidamente a San Juan y San Luis, donde fueron derrocados sus gobernadores.

Entre los revolucionarios cuyanos, había estancieros y personas con actuación en los gobiernos de la confederación. Distinto era lo que reunía Varela, que lograba partidarios en el territorio que, desde las lagunas de Guanacache, sigue en las travesías sanjuaninas y los llanos riojanos, tierras áridas, con escasa agua, empobrecido, refugio de desertores, bandidos y cuatreros. Los problemas de pobreza se agravaban con los problemas para exportar ganado a Chile.

Mitre actuó con celeridad. Se trasladó desde el Paraguay a Rosario y trajo varios regimientos consigo. Paunero se dirigió nuevamente a las provincias. La primera prioridad era evitar que Córdoba se sumara y luego atacar a los rebeldes cuyanos. Por otro lado mandó quinientos fusiles al general Antonino Taboada, nombrado jefe del Ejército del Norte para que enfrentara con una división santiagueña y otra tucumana a Varela. Las tropas de Paunero fueron hasta Belle Ville en tren. Hasta allí llegaban las vías del Central Argentino.

El general Paunero destacó como vanguardia al coronel Arredondo. Dividió sus tropas para atraer al enemigo, que lo hizo el 1 de abril de 1867 en San Ignacio en el camino entre San Luis y Villa Mercedes. El ejército nacional contaba con 1.600 hombres; el mandado por Saá, cinco mil, aunque algunas fuentes aseveran que eran casi ocho mil. No se trataba de montoneras. Contaban con infantería, caballería y artillería. Pero a pesar de estar el ejército argentino con un hombre cada tres de los colorados, se impuso la calidad de la oficialidad y la veteranía de los soldados de línea fogueados en las trincheras del Paraguay, sin dejar de tener en cuenta el mejor armamento.

En realidad en un momento la caballería rebelde puso en aprietos al ejército de Arredondo, pero la decisión del Teniente Coronel Luis María Campos, futuro ministro de guerra en la segunda presidencia de Roca -que también estuvo en esta batalla- de cargar con su infantería a la bayoneta calada, logró una victoria contundente. Tan decisiva que los rebeldes no intentaron ninguna resistencia y huyeron a Chile.

El 9 de abril tiene lugar la batalla de Pozo de Vargas. El general Antonino Taboada, provoca la marcha de Varela a La Rioja. Ha cegado los pozos en el camino y lo espera en Pozo de Vargas, aguadas aledañas de la capital riojana bien atrincherado. Cuenta Taboada con menos de dos mil efectivos frente a los cinco mil de Varela que carga con su caballería y logra dispersar a la del Ejército del Norte, pero las cargas de caballería se estrellan frente a la dura resistencia de la infantería santiagueña y Varela se retira con menos de doscientos hombres, en el campo de batalla, quedando mil muertos de los rebeldes y mil prisioneros. El Ejército del Norte tiene doscientos muertos. Varela seguirá peleando con fuerzas cada vez más disminuidas dos años más hasta que el joven Roca lo derrota definitivamente y se interna en Bolivia.

Los prisioneros son destinados a servir en la frontera con los indios del sur y al frente paraguayo. En el parte de batalla Taboada informa que entre los prisioneros hay oficiales y soldados chilenos y armamento de ese país.

Los revolucionarios habían sostenido una nutrida correspondencia con Solano López informando de sus movimientos y alentándolo a seguir la lucha porque ellos podían provocar la caída del gobierno nacional. Por otro lado siempre esperaron que Urquiza se sublevara, a pesar de que el organizador del país siempre dejó en claro que el partido federal debía encarar la busca del poder por los mecanismos constitucionales. Urquiza era un militar avezado y tenía claro que esa revolución estaba condenada al fracaso, pero además era un estadista y conocía las enormes diferencias de recursos entre las provincias interiores y Buenos Aires que era la base entonces del poder nacional. La riqueza del país en 1864 ascendía a 690 millones de pesos oro. De ese total Buenos Aires contaba con 430 millones. Pero esto no era una guerra de provincias contra porteños sino de provincias contra un gobierno nacional. Ésta fue la última, en lo que suele llamarse las provincias interiores. Hubo, luego, las sublevaciones entrerrianas y finamente fue la provincia de Buenos Aires, la última que enfrentó a la Nación y fueron derrotadas.

Esta sublevación fue la esperanza de Solano López, para agredir al país con la invasión a Corrientes, pero sucedió dos años después, cuando su final era cuestión de tiempo ante la enorme desproporción de recursos económicos y poblacionales entre los contendientes.

Estas dos batallas, que recordamos, fueron clave en la construcción de un Estado nacional capaz de imponer la ley, promover el progreso y modernizar el país.

Las opiniones vertidas en este espacio no necesariamente coinciden con la línea editorial de Los Andes.

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