Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
Cristina Fernández de Kirchner dice pensar, en lo esencial, lo mismo que el Papa Francisco, sobre todo en lo que respecta a los grandes temas internacionales. Pero esta semana tuvimos la posibilidad de contemplar a ambos en tarimas mundiales donde se pudo verificar con suma facilidad que, excepto en generalidades donde todos acuerdan, no coinciden prácticamente en nada importante o concreto.
Son casi cara y ceca de una moneda. Lo cual no es nada extraño porque nunca coincidieron. Francisco, el Papa, sigue pensando exactamente igual a como pensaba cuando era en Argentina el cardenal Jorge Bergoglio.
Cristina pensaba en aquellos entonces igual a como piensa ahora, excepto que antes sobreactuaba su odio contra Bergoglio porque lo necesitaba acusar de enemigo principal y hoy sobreactúa su acercamiento a Francisco porque lo necesita como su principal aliado internacional.
Dos fábulas sin reciprocidad, porque Bergoglio jamás consideró a Cristina su enemiga como ella lo consideraba a él, ni Francisco considera a Cristina su principal aliada como ella quiere colgarse de él ahora.
Él siempre fue coherente con respecto a la Presidenta, en cambio ella cambió ciento ochenta grados su evaluación del sacerdote, y lo hizo por el más craso oportunismo, no porque haya cambiado de ideas.
El mundo según Cristina
Por una decisión absolutamente incomprensible, que muy probablemente tenga que ver con falsas expectativas con las que el moribundo Hugo Chávez tocó el superego de Cristina haciéndole creer que ella podría ser su heredera en el liderazgo continental de la izquierda populista latinoamericana, en los dos últimos años, en la Asamblea de la ONU, la señora de Kirchner fue poniendo en un igual nivel de importancia internacional (o incluso superior) al fallido pacto con Irán con el tradicional reclamo sobre Malvinas, igualando una reivindicación nacional irrenunciable con una tramoya en la cual se quiso negociar un genocidio con sus principales sospechosos. El cambalache llevado a su enésima potencia.
Ella no ignora que su error fue de marca mayor porque la excusa de que quería reabrir el diálogo con Irán para que la causa AMIA saliera de su punto muerto, se cayó a pedazos cuando los persas vieron que el pacto no les servía para eliminar las alertas rojas de Interpol de sus dirigentes acusados. Entonces Irán traicionó a la Argentina incumpliendo unilateralmente el funesto pacto.
Pero frente a este estrepitoso fracaso (que puede incluso tener consecuencias penales para los que intentaron negociar lo innegociable, como lo advirtiera Nisman poco antes de que lo suicidaran) la presidenta pretende salvar su responsabilidad tratando de colgarse de la nueva política internacional por la cual Irán y EEUU están negociando la cuestión armamentística.
En realidad una cosa no tiene absolutamente nada que ver con la otra y jamás la Argentina negoció con Irán previendo este nuevo escenario internacional, pero eso no obsta para que el kirchnerismo pretenda también instalar su relato negador de la realidad en los senderos mundiales.
El año pasado, cuando aún no había muerto Nisman, la presidenta argentina tuvo en la ONU una de sus declaraciones menos felices en su intento de querer diferenciarse de EEUU al modo de una combativa de izquierda. Dijo: “Primero fue Al-Qaeda. Luego aparecieron los que iban a hacer la primavera árabe. Ahora es el ISIS, este nuevo engendro que degüella gente por televisión, con una puesta en escena cinematográfica de la que desconfío”. Luego sostuvo que el ISIS la amenazaba por su cercanía con el papa Francisco.
Cristina dice lo mismo que sostienen los ultraizquierdistas prediluvianos que se quedaron en la guerra fría, como Carmelo Suárez, secretario General del Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE), quien afirma suelto de cuerpo que el Estado Islámico “es un montaje imperialista", denunciando que este grupo armado “no es más que un invento de Estados Unidos, de la CIA y del servicio secreto israelí, el Mossad”.
A esa idea de que EEUU y el Estado Islámico son la misma cosa, que sostuvo Cristina el año pasado en la ONU, este año le agregó que el espía Jaime Stiuso, del que ahora insinúa que fue quien mandó matar a Nisman, está protegido por el gobierno de EEUU porque éste de algún modo es su cómplice.
En fin, de este tipo de delirios facho-izquierdistas, antisionistas y supuestamente antiimperialistas -sólo aceptados por grupúsculos conspiracionistas minoritarios- se nutre la Argentina para desarrollar su política internacional a fin de tratar de ocultar el grosero error cometido con el tríptico AMIA-Irán-Nisman, donde no dejó macana por decir ni irresponsabilidad por cometer y cuyas consecuencias -no sólo para la presidenta sino para el país- se sufrirán durante mucho, muchísimo tiempo.
El mundo según Francisco
Mientras la presidenta argentina libraba su guerra santa mundial contra el imperio para entusiasmo únicamente de los suyos, el Papa visitaba Cuba y los EEUU para entusiasmo del mundo entero y para reconfirmar la apertura de la que él fue uno de los grandes protagonistas.
En el Congreso del país del norte dijo algunas frases que confirman, por enésima vez, que entre su pensamiento y el de Cristina, medió y media un abismo conceptual.
Urgió a estar atentos frente a cualquier tipo de fundamentalismo y reivindicó a los padres fundadores de EEUU y a Abraham Lincoln como grandes defensores de la libertad. Dijo que “el mundo contemporáneo nos convoca a afrontar todas las polarizaciones que pretenden dividirlo en dos bandos”.
Y sostuvo magistralmente que “sabemos que en el afán de querer liberarnos del enemigo exterior podemos caer en la tentación de ir alimentando al enemigo interior”.
Continuó con que es necesario erradicar “las nuevas formas mundiales de esclavitud, que son fruto de grandes injusticias que pueden ser superadas sólo con nuevas políticas y consensos sociales”.
Dijo que en la historia política de EEUU “la democracia está radicada en la mente del pueblo”, haciendo una clara defensa del liberalismo político del capitalismo norteamericano, que no es usual en la Iglesia tradicional, quien generalmente sólo se limita a la crítica de los excesos económicos del capitalismo pero no a sus virtudes democráticas. Una síntesis novedosa introdujo el Papa.
Pronunció contundentemente otra frase que se adapta como anillo al dedo para la Argentina K: “Es difícil enjuiciar el pasado con los criterios del presente”, para evitar el falseamiento de la historia o el adoctrinamiento ideológico que por estos pagos es moneda frecuentísima.
Indicó Francisco cuál es el método para edificar los países: “Construir una nación nos lleva a pensarnos siempre en relación con otros, saliendo de la lógica del enemigo para pasar a la lógica de la recíproca subsidiariedad”.
Reiteró que “un buen político opta siempre por generar procesos más que por ocupar espacios”. Justo viniendo del país donde lo único que importa es ocupar espacios.
Identificó su misión: “Construir puentes” que es “cuando países que han estado en conflicto retoman el camino del diálogo”.
En síntesis, que si Bergoglio cuando aún no era Francisco hubiera hablado de luchar contra las polarizaciones, de eliminar la lógica amigo-enemigo, de no utilizar la historia para justificar el presente, de la defensa del consenso por sobre el conflicto, o de que la democracia está radicada en la mente del pueblo norteamericano, etc, etc, hubiera sido acusado por los K de neoliberal y enemigo del pueblo. Por lo que en realidad nada ha cambiado: Francisco sigue siendo Bergoglio y Cristina sigue siendo Cristina.