En el convulso pasado mes de diciembre se cumplieron dos años desde que asumió la presidencia Mauricio Macri al frente de la coalición Cambiemos. Mitad de mandato, que ameritan el intento de realizar un balance de la gestión. ¿Cuánto se cambió en dos años con Cambiemos, si es que se cambió? Esa es la pregunta que nos hacemos.
Cuando Macri asumió la presidencia lo hizo con una consigna clara, el cambio. Cambio frente a los rasgos de autoritarismo y la alarmante tendencia a la polarización y el enfrentamiento propios del kirchnerismo.
En este punto parece estar la clave de la cuestión. Creemos que el rasgo principal que hasta ahora diferencia a la gestión actual de la precedente ha sido un cambio de estilo político que, paradójicamente, se presenta como no político.
Si el kirchnerismo aseguraba haber vuelto a poner en primer lugar a la política en la Argentina, el macrismo pretendió reemplazarla con una aséptica idea de sana administración. Si la política es violencia, conflicto, relación amigo-enemigo, la administración es gestión pacífica de lo público que permita a todas las partes ser beneficiadas equitativamente. La política divide, la administración nos asegura orden y bienestar.
El primer gesto de este estilo fue la conciliación, que hábilmente usó el oficialismo en la primera parte de su mandato y le permitió un éxito en dos frentes: la fragmentación de la oposición peronista y el acuerdo -especialmente con los gobernadores- para la sanción de leyes consideradas imprescindibles.
Durante 2017, por el contrario, la conciliación pareció dejar lugar al enfrentamiento y la polarización. Al ser un año electoral en el que el gobierno se jugaba su capital político, el discurso se hizo más duro y confrontativo.
El recurso retórico de "la herencia recibida", amplificado por la ofensiva judicial contra muchos funcionarios y personajes de la administración anterior, fue el eje de una campaña que le permitió al oficialismo un, inesperado para muchos, triunfo electoral. El segundo puesto de Cristina Fernández en las elecciones de octubre para senadores por Buenos Aires fue el símbolo de lo acertado de esta estrategia.
Sin duda el hecho más importante de 2017, la victoria electoral ubicó al macrismo como la primera minoría a nivel nacional. Una buena desmentida de los pronósticos derrotistas que se amparaban en la historia reciente -las derrotas de medio término de los gobiernos no peronistas-, pero que tampoco ofrece al oficialismo el camino libre: seguirá necesitando de acuerdos con las fuerzas opositoras para sacar leyes. Afortunadamente, el aislamiento político de la ex mandataria y la división peronista, sumados a los acuerdos con los gobernadores, le permiten todavía un buen margen de acción.
Muchos de los votantes de Cambiemos en 2015 y 2017 parecen estar conformes, hasta aquí, con la gestión. La imagen positiva de la administración, según encuestas, está apenas por debajo de 50%.
Los optimistas se apoyan en lo que consideran buenos actos de gobierno: la salida del cepo y el pago a los fondos buitres que dan credibilidad y permiten la reinserción internacional del país; el ya comentado cambio en el estilo político, sumado a una mayor "institucionalidad", por oposición al autoritarismo y arbitrariedad kirchneristas; y, sobre todo, el accionar de la justicia en el juzgamiento de los actos de corrupción. del gobierno anterior.
Sin embargo, una mirada más detenida muestra algunos puntos alarmantes. Por un lado, la política económica del gobierno no ha dado los resultados previstos: la inflación recién comienza a bajar luego de su subida en 2016, y la economía lentamente va recuperándose pero no al ritmo esperado; la pobreza y la desocupación apenas se han movido respecto de 2015; el endeudamiento avanza a un ritmo acelerado, destinado mayormente a cubrir el déficit fiscal, y no ha llegado la lluvia de inversiones vaticinada.
Por otra parte, el gobierno ha demostrado nula capacidad de comunicación con la sociedad. La acción en los casos de Santiago Maldonado y la desaparición del ARA San Juan lo mostraron. Macri, reacio a abusar del espacio como Cristina, comunica mal, poco y tarde.
Para cerrar, el gobierno ha sostenido la independencia de la justicia en los juicios a los funcionarios y empresarios kirchneristas, pero un básico conocimiento de la historia argentina muestra que los jueces suelen actuar al calor oficial. Si bien el gobierno ha dado algunas muestras de mayor transparencia, cuestiones como las de Panamá Papers o la concesión de obra pública pueden ser problemas a futuro.
Pensando en un triunfo del macrismo en 2019 hay serios problemas a resolver por delante. Tal vez el principal sea el de la reducción del gasto público, postergado hasta ahora. Mientras el gobierno, envalentonado con el triunfo electoral, encara una serie de reformas que han demostrado ser bastante resistidas por un sector de la sociedad -en especial la previsional-, no ha hecho nada por recortar el gasto político. El recorte de algunos puestos políticos en la administración choca con otros gastos irritantes y ridículos, sobre todo con el festival de nombramientos de amigos y parientes.
Tal vez, la razón sea que Macri y Cambiemos han evitado ser calificados como la derecha o el neoliberalismo en el juego de polarización con el kirchnerismo y la izquierda. Hasta ahora, la falta de reformas profundas, el gradualismo, el mantenimiento de la estructura de subsidios, el tono político medido, le han dado la razón, incluso frente a sectores más ortodoxos o combativos que le reclaman el ajuste económico urgente y mano más dura contra el kirchnerismo.
La actitud del lunes 18/12, evitando la acción represiva que se había salido de cauce el jueves anterior (14/12), probablemente sea el principal triunfo del macrismo en esta dirección. De todos modos, con vistas a futuro, sin dejar de lado una cierta sensibilidad social, el gobierno deberá ser más audaz en las reformas para recortar el déficit del Estado.
A su vez, deberá mostrarse más decidido en el ejercicio de sus atribuciones presidenciales, especialmente más claro y oportuno en la comunicación, si quiere mantener el caudal político conseguido en octubre.