A veinticinco años del atentado contra el centro comunitario judío más grande de Argentina, que dejó un saldo de 85 muertos y 300 heridos, todavía puedo escuchar el llanto de los fallecidos mientras camino por las calles de esta ciudad.
He regresado para pasar la semana con la comunidad judía del país, vivir con ellos el duelo en este terrible aniversario y reunirme con funcionarios del gobierno para exigir que finalmente se haga justicia.
En marzo de 1992, la embajada de Israel en Buenos Aires había sufrido un ataque que cobró 29 vidas. Dos años después, el 18 de julio de 1994, el atentado suicida con un coche bomba en la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) se convirtió en el ataque más mortífero en contra de la comunidad judía de la diáspora desde el Holocausto. Sin embargo, hasta ahora no se ha dado una explicación oficial detallada y no se ha esclarecido quién lo planeó ni se ha arrestado a los responsables.
En el cuarto de siglo transcurrido desde el atentado, los líderes argentinos han intentado ocultar la verdad sobre las personas que están detrás de este acto terrorista y sus posibles cómplices en el gobierno.
Este no es mi primer viaje a Argentina. Vine inmediatamente después del ataque para estar con quienes perdieron a algún ser querido. Unos días después, Carlos Menem, el presidente de Argentina en turno, me concedió una audiencia privada en su residencia e intentó convencerme de que no habría ningún tipo de encubrimiento, de que Argentina descubriría la verdad.
Sin embargo, durante años hizo todo lo posible para acallar los reclamos de justicia con nuevas falsedades y negó cualquier conocimiento sobre los culpables.
Un año después, cuando regresé a Buenos Aires, en mi continua búsqueda de la verdad para consolar a mis compatriotas judíos en su eterno dolor, experimenté de primera mano el encubrimiento. La gente de Menem intentó hacerme callar. Una de las personas designadas para investigar el ataque, el antiguo juez Juan José Galeano, me citó en su oficina, donde intentó amedrentarme e intimidarme con amenazas apenas veladas para que dejara de investigar por mi cuenta.
Las maquinaciones no terminaron en ese momento. En 2013, la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner intentó enterrar la historia al firmar un memorando de entendimiento con Irán en el que acordaron realizar una investigación conjunta del ataque.
¿Irán debía investigar el atentado? La simple idea sonaba tan absurda como pedirle a Al Qaeda investigar a los hombres que pilotearon los aviones hacia las torres del World Trade Center en Nueva York.
Ahora, todo parece indicar que Irán participó de alguna manera en el ataque y que sus aliados de Hezbolá fueron los perpetradores. Alberto Nisman, un fiscal honesto y valiente, ya había presentado esos cargos formalmente en 2006. Pero fue asesinado en 2015, un día antes de acusar a Menem y Fernández de Kirchner de encubrimiento y revelar información sobre las acciones sangrientas de Irán y Hezbolá.
En este momento, Menem y Fernández de Kirchner son senadores en Argentina, por lo que cuentan con inmunidad y no pueden ser procesados. Pero podemos preguntarnos: ¿a quiénes querían proteger?
¿Menem intentaba encubrir la participación de algunos rufianes neofascistas y de ultraderecha que había colocado en puestos importantes de la inteligencia y seguridad argentinas? Entre los más conocidos de estos personajes notorios de ultraderecha se encontraba el coronel Pascual Oscar Guerrieri, nombrado por Menem como asesor de la Secretaría de Inteligencia del Estado.
¿Fernández de Kirchner suscribió el memorando de entendimiento con los iraníes a cambio de petróleo y operaciones comerciales? ¿Por eso Argentina, vergonzosamente hasta el día de hoy, mantiene relaciones diplomáticas con Irán?
No conoceremos la respuesta a estas y muchas otras preguntas hasta que no nos deshagamos de la montaña de engaños acumulados sobre los muertos. Solo entonces, Argentina podrá hacerle justicia a su memoria. Entonces cesarán los gritos que aún rondan en mi mente.
No es posible devolver la vida a los muertos. Sin embargo, con investigaciones serias, realizadas con transparencia, no solo lograremos una transformación moral, sino también sanear la historia.
Así podremos darles cierta paz a los difuntos y a los sobrevivientes que todavía los lloran.
Avi Weiss, activista de los derechos humanos, es el rabino fundador del Instituto Hebreo de Riverdale y las escuelas rabínicas Yeshivat Chovevei Torah y Yeshivat Maharat.