“¿Antofagasta? ¿Qué vas a hacer ahí?” Son las preguntas de quienes escuchan hablar sobre el destino catamarqueño.
A ellos, a ustedes, les diremos que hay increíbles senderos de herradura, más de 20 volcanes, ciertas formaciones geológicas con oro y plata, hilos de agua que corren en la zona puneña donde además hay truchas, para despuntar el vicio.
Y hay más campos de lava y cerros con médanos para explorar y practicar sandboard, 4x4, enduro, mountain-bike, por ejemplo. Eso sí, no estarán solos: flamencos rosados, vicuñas, suris, gallaretas engrandecen el paisaje.
Estamos en Catamarca, estamos en la Puna, denominación que los incas signaban como "tierra fría" (la traducción del término en quechua). Y a pesar de que sí, la temperatura especialmente en invierno era condicionante de la vida o la muerte para aquellos, hoy sabemos que la vasta área dejó crecer hermosas tradiciones. Si hay una sensación al llegar es la de inmensidad, la de un espacio inabarcable, misterioso, lejano.
Entonces hay que fijar la vista para no perderse en un sueño, en los rojos, amarillos, negros, violáceos que colorean las montañas, en las verdes vegas, en alguna laguna.
¿Sabían que situada en la Región Andina, la Puna es el sitio más despoblado de la tierra? Este territorio -que se extiende por Perú, Chile, Bolivia y Argentina- ocupa en nuestro país las provincias de Jujuy, Salta y Catamarca.
Precisamente desde San Fernando del Valle de Catamarca comienza la aventura. Habrá que tomar la ruta nacional 38 hasta la intersección con la ruta nacional 60, pasando por la localidad de Aimogasta, en la provincia de La Rioja; luego se empalma con la ruta nacional 40 y más tarde con la ruta nacional 43 hasta Antofagasta de la Sierra, destino desde el que se puede recorrer un circuito único, regado de imponentes volcanes, lagunas e inmensos salares.
Los 585 kilómetros que separan a esta pequeñísima localidad -de sólo tres cuadras de largo y con apenas una de sus tres calles asfaltada- de la capital provincial, atraviesan en su recorrido de pavimento y ripio las villas de Londres y Belén; y, entre otros, los poblados de Corral Quemado, Puerto San José, El Eje, San Antonio, Barranca Larga y El Peñón -el que, junto con Antofagasta y Antofalla, constituyen el lugar de mayor densidad poblacional de la zona-. Cabe indicar que el trayecto puede realizarse en un viaje de aproximadamente doce horas en camioneta 4x4, o de quince en el colectivo.
Tan lejos, tan cerca
Antofagasta de la Sierra es la capital del departamento homónimo y constituye el municipio más alejado de San Fernando del Valle de Catamarca, y el que se encuentra a mayor altitud en la provincia: posee una elevación media de 3.700 metros sobre el nivel del mar y su morfología volcánica ostenta numerosos conos de más de 6.000 metros, con depresiones que conforman cuencas cerradas, poblados de lagunas y salares.
Con casi 28 mil kilómetros cuadrados de extensión, esta región representa para el turista la zona más virgen de la provincia con una de las densidades poblacionales más bajas del país: apenas un poblador cada 100 kilómetros cuadrados.
El pueblo se levanta en una depresión del terreno -rodeado por paredones de piedra de 100 metros de altura-, producto de la presencia de dos ríos. Al sur se erige el Torreón, hito natural y vestigio arqueológico que caracteriza y señala la villa. Construcciones de adobe y de piedra, corrales de pircas y más allá algunas casas de cemento y alamedas.
Hay casas de familia para alojarse y algunos alojamientos más formales, pero lo que más abunda es la aventura.
Pensemos que concentra en un radio de apenas 100 km a la redonda numerosos vestigios arqueológicos (pucarás, pinturas rupestres), salares extensísimos (Antofalla, Salar del Hombre Muerto), valles, una reserva de biosfera, y alrededor de 200 volcanes en toda la Puna catamarqueña, en la que sobresale el Galán, cuya caldera, con casi 35 km de diámetro -producto de una colosal explosión-, es la más grande del mundo.
Entonces sabrán amantes de los descubrimientos a mano propia que es pertinente permanecer varios días en Antofagasta de la Sierra. Si bien el turismo crece, allí cultivan nueces, uvas y aceitunas, crían llamas y ovejas y con su lana elaboran preciadas prendas.
Mientras el viajero esté en la zona notará que experimentará todas las estaciones del año en un solo día, debido a la gran amplitud térmica del lugar: de día, el sol es implacable, con temperaturas superiores a los 30º C; de noche, las infinitas estrellas y la soledad calan hondo en los seres que duermen al cobijo de los hasta 5 grados bajo cero de temperatura.
Las escasas precipitaciones (inferiores a los 200 mm anuales), la gran insolación y la alta evaporación en la zona, dan lugar a que los suelos sueltos y permeables de las cuencas muy pocas veces presenten agua permanente, y a que se generen verdaderos mares de sal en los salares y salinas de los alrededores.
La extrema aridez, la escasez de oxígeno y los paisajes deslumbrantes hacen que a menudo sucedan algunos fenómenos atmosféricos que bien parecieran vinculados a lo sobrenatural, que escapan a la lógica humana y que convierten a este ambiente en un sitio de infinitas leyendas y misterios, absolutamente cautivantes para los que viven en el lugar y para quienes lo visitan.
Tanto unos como otros tienen otro posible enemigo del que resguardarse: la alta elevación de todo el territorio, que puede provocar el llamado mal de altura, soroche o apunamiento, producido por la escasez de oxígeno, que provoca desde un simple dolor de cabeza y nuca, hasta náuseas y vómitos. Para prevenirlo, y hasta saber cómo reacciona el organismo, conviene cuidarse con las comidas, el alcohol y el tabaco y evitar correr o agitarse. Las hojas de coca, de venta masiva en esta región, se consiguen en bolsitas en todos los almacenes apenas se empieza a subir y sirven para aliviar los efectos de la falta de aire.
El suministro es simple: con los dedos se toman algunas hojas y se las coloca en la boca sin masticar, formando el acollo -un bollito-, junto con una pizca de bicarbonato de sodio para que la planta suelte su jugo. Con el mismo fin se utiliza el té de coca o de puspusa, entre otras hierbas de la zona.
Cultura viva
Una buena época para visitar Antofagasta es cuando se celebra el Carnaval junto con la Feria de la Puna. Esta exposición agroganadera transcurre de día, mientras que el Carnaval se vive de noche, con carrozas, música de quenas, sikus y alegría general a lo largo de la calle principal.
En la feria se cocina bajo tierra un gran curanto, que comen locales, turistas y visitantes de pueblos vecinos como Antofalla, El Peñón y San Antonio de los Cobres. En la Plaza 9 de Julio se arma un fogón alrededor del cual los vidaleros cantan y dialogan entre sí con estrofas punzantes.
Con la proximidad del verano, el 10 de diciembre, se celebra la fiesta de la Virgen de Loreto, patrona del pueblo, venerada además todo el año en la pequeña iglesia del lugar. El festejo comienza con el descenso desde pueblos vecinos de los santos patronos vestidos para la ocasión, que desfilan en las pequeñas procesiones conocidas como misachicos, acompasados por el tum-tum de los copleros y sus cajas.
Pero las tradiciones de esta legendaria región no se viven únicamente en fechas preestablecidas; están presentes en cada actividad que realiza la gente del lugar, convencida de que su existencia es una junto a la de la Pachamama o Madre Tierra.
A ésta veneran agradeciéndole, dándole de comer y pidiéndole permiso, a través de ofrendas de bebidas, cigarrillos u hojas de coca en las apachetas (esos montículos de piedras que se construyen a los costados de los caminos andinos).
Qué se puede visitar
Volcán Galán y Laguna Diamante: el recorrido por el cráter del Volcán Galán es la excursión más impactante de toda la zona.
También la más larga y cansadora, ya que se requiere de camionetas 4x4, que hacen un recorrido circular de 340 kilómetros por una huella a veces en mal estado, en una traqueteada jornada de doce horas. Su gigantesca chimenea es desafío para los escaladores.
La excursión pasa por el poblado de El Peñón, donde se abandona la ruta para continuar por una huella que se dirige directo al volcán. En el camino se ven los flamencos que pueblan la Laguna Grande, mientras se va ascendiendo por la ladera sur hasta el borde mismo del cráter, a 5.000 metros de altura (el fondo del cráter está a 4.000 metros).
Desde lo alto se ve el inmenso cráter de 35 kilómetros de extensión y la Laguna Diamante, que con su llamativo color turquesa está poblada de flamencos y es fuente de aguas termales.
Se puede acceder a ella sólo en vehículos 4x4, enduro o a caballo, siempre bajo la guía de baqueanos. Al descender al interior del cráter aparecen unos extraños "hervideros de lodo" que dan la sensación de que las entrañas del volcán todavía bullen.
Los vehículos atraviesan de punta a punta toda la superficie de este cráter de 2,5 millones de años, que recién fue catalogado como tal por los geógrafos en 1970, cuando una foto satelital mostró su explosivo origen. En el trayecto de salida se bordea una altísima chimenea volcánica, mientras a lo lejos se divisa el radiante Salar del Hombre Muerto.
Salar del Hombre Muerto: en el borde de esta inmensa mancha blanca que brilla bajo el sol se encuentran las antiguas minas de oro de Incahuasi, que fueron explotadas por los Incas y, posteriormente, por los españoles.
Se conservan casas y hornos construidos con piedra y adobe, los que constituyen un asentamiento arqueológico de gran interés. El salar hoy es explotado para la exportación de su producción: cloruro y carbonato de litio.
Campo de Tobas: expone una interesante muestra de petroglifos, es decir, pinturas rupestres grabadas en las rocas y en el suelo por descascarillado o percusión, que representan la forma de vida que llevaban los aborígenes del lugar. Todavía se encuentran restos de cerámica indígena e ínfimas puntas de flecha de obsidiana en el suelo.
Antofalla: su salar, el más largo de Sudamérica, con 163 km de largo y un ancho máximo de 12 km, se muestra en todo su esplendor. Su volcán homónimo, de 6.409 metros de altura, invita al montañista a conquistar su cumbre.
Desde allí, saludando el paso de vicuñas, suris, patos y otras especies que tímidamente se presentan al viajero, se llega hasta el Campo de Piedra Pómez.
Campo de Piedra Pómez: con sus formas únicas talladas por el tiempo, que le dan una presencia impactante similar a la de un paisaje lunar, esta extensión confirma que en el pasado existió una actividad volcánica considerable, y es digna de visitar.