Por Thomas L. Friedman - Servicio de noticias The New York Times © 2017
Todos los presidentes tienen una temprana prueba en política exterior, y Donald Trump no es la excepción. De hecho, ya está en curso la prueba de Trump y tiene cierto parecido a la que enfrentó un joven presidente, John Kennedy. En efecto, la crisis de Trump se ha descrito mejor como una “crisis de los misiles cubanos en cámara lenta”, solo que su impulsor no es Fidel Castro sino el bizarro déspota de Corea del Norte, Kim Jong Un.
Si esta crisis no los mantiene despiertos por la noche es que no están poniendo atención.
Veamos, tenemos un presidente estadounidense inexperto, macho, feliz con Twitter, enfrentado contra el líder de un culto político dinástico norcoreano que está construyendo misiles nucleares de largo alcance que podrían llegar a Los Ángeles, y que -presuntamente- dos mujeres le acaban de eliminar a su medio hermano, Kim Jong Nam, al embarrarle un agente nervioso letal en la cara cuando iba en tránsito por un aeropuerto malasio.
¡Hey!, ¿qué podría salir mal?
Esta crisis de los misiles coreanos se ha alargado muchísimo más que los famosos “13 días” de la crisis de los misiles cubanos, pero no se dejen engañar por eso: “Nos encontramos en un importante punto de inflexión”, explica Robert Litwak, del Centro Wilson, uno de los más destacados expertos en Estados corruptos. “Corea del Norte está a punto de tener un éxito estratégico que le permitiría a su dirigencia atacar a Estados Unidos con un MBI nuclear o misil balístico intercontinental.
Necesitamos abordar eso ahora. Difícil de creer, pero este reino ermitaño con una economía del tamaño de la de Dayton, Ohio, “se encuentra en un punto en el que, para 2020, podría tener un arsenal nuclear de la mitad del tamaño del de Gran Bretaña, con misiles capaces de golpear a la patria estadounidense”, dijo Litwak.
¡Qué tengan un lindo día!
Mientras que en Estados Unidos,todos los ojos se han centrado en Trump, Corea del Norte ha estado concentrado en perfeccionar la miniaturización de sus reservas nucleares para las ojivas nucleares que pudieran caber en misiles balísticos de largo alcance y en probarlos metódicamente con éxitos variables, hasta ahora.
Como resultado, explica Litwak en su nuevo libro, “Preventing North Korea’s Nuclear Breakout”, Corea del Norte se encuentra en la cúspide para pasar de un arsenal de bombas nucleares que, se estima, estarían en la adolescencia media, a un arsenal que podría ser tan grande como de 100 ojivas nucleares; y de misiles que solo pueden golpear al Japón y a Corea (¡y a China!), a unos que pueden cruzar el Pacífico.
Trump no creó este problema -se lo han heredado los ex presidentes Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama- pero tendrá que arreglarlo. Y ha alcanzado un punto en el que a Estados Unidos solo le quedan tres opciones: horrible, mala y peor. Como las describe Litwak: “bomba, consentimiento o negociación”.
Al bombardear los sitios nucleares y de misiles en Corea del Norte, se corre el riesgo de escalar a una segunda guerra coreana (posiblemente nuclear), con más de un millón de víctimas. Las instalaciones nucleares norcoreanas son “calientes” y bombardearlas podría tener consecuencias incalculables en términos de radiactividad. Si no, consentir este avance significa que este Estado fallido podría -increíblemente- convertirse en una importante potencia nuclear con alcance mundial. “Así es que eso solo deja a la negociación”, dice Litwak.
Que Donald Trump negocie con Kim Jong Un tiene una cualidad de espectáculo de pago a la carta, pero es la última opción mala. Y para que sea más interesante, el modelo que seguiría Trump, arguye Litwak, es un tratado nuclear que Obama consiguió con Irán, al que aquél describió alguna vez como “el peor tratado que se haya negociado alguna vez”.
Reconsideremos.
Obama tuvo las mismas tres opciones con Irán: bombardear, consentir o negociar. No quería bombardear las instalaciones nucleares iraníes debido a los acontecimientos incontrolables que se podrían desatar, y no quería consentir. Así es que Obama negoció lo que Litwak llama “un tratado puramente transaccional” por el cual Irán acordó un alto de 15 años al procesamiento de material fisible para usarlo en armas, a cambio de una flexibilización significativa en las sanciones, y no se cubrió ningún otro comportamiento.
¿La apuesta de Obama? Algo pasará en estos 15 años que será “transformacional”, dice Litwak, y proporcionará la única seguridad real: un cambio en el carácter del régimen iraní.
Trump debería seguir ese camino, arguye Litwak: hacer que Corea del Norte congele sus ojivas nucleares en los niveles actuales -alrededor de 15-, congele toda la producción de material fisible que se puede usar en armas y que congele todas las pruebas de misiles balísticos, para que no pueda llegar hasta Estados Unidos, a cambio de relajar las sanciones económicas y algo de ayuda económica.
“Se trataría de un acuerdo transaccional que restrinja las capacidades de Corea del Norte y haga ganar tiempo para una transformación, justo como lo hizo el tratado con Irán”, dice Litwak. El culto Kim debería aceptarlo porque los mantiene en el poder con una mínima disuasión en contra de una invasión estadounidense. Y, finalmente, China podría estar dispuesta a ayudar con este tratado, porque es probable que el congelamiento de la capacidad nuclear de Corea del Norte previniera que los rivales de China -Japón y Corea del Sur- obtuvieran sus propias armas nucleares. Sin embargo, Trump necesitará a China, así es que debería pensar dos veces sobre iniciar una guerra comercial con ella.
Trump descubrirá pronto que en política exterior todo se parece al Obamacare, fácil de criticar, más transaccional que transformacional, pero todas las otras opciones son peores. Y no existen los triunfos puros para alardear de ellos. Esos solo suceden en los programas de televisión.