Sobre calle Remedios Escalada de Dorrego hay una máquina del tiempo que no necesita generar 1.21 gigavatios -como la máquina ideada por el creador de la película volver al futuro, Robert Zemekis para desplazarse hacia atrás en el reloj. Tampoco hacen falta científicos canosos ni plutonio.
Basta con ingresar a la mercería de doña Lucía Sammarco, una joven que luce sus 92 años -aunque dice olvidarse siempre de los últimos dos- con orgullo detrás de mostradores de madera que ya perdieron su lustre, su color y en algunas partes, hasta sus piezas.
Cada día, durante la mañana y la tarde, la mujer abre las puertas del local ubicado entre las calles Andrade y Juan B. Justo y que dirige hace medio siglo. Eso sí, asegura que "los feriados me los tomo, porque a veces hay que descansar" y no tarda en quedarse callada. Sus pocas palabras se pierden dentro del negocio que conoce del silencio de las noches dorreguinas.
Medio siglo, igual
Lucía esperaba a la pareja de periodistas que la visitaron hace tiempo. Antes, los mismos trabajadores habían visitado la zona por otros motivos, cuando descubrieron la mercería ubicada a mitad de cuadra, frente a la plaza Ejército de Los Andes, donde hay un paradero de taxis y también de trole.
Allí se produjo el primer contacto, aunque las urgencias no permitieron que se le hiciera la prometida nota. Seis meses más tarde, casi repitiendo aquella primera vez, Lucía abre la puerta, y la reja, de su local como reprochando el olvido de los cronistas.
"Lucía, tus recuerdos son cada día más dulces , el olvido solo se llevó la mitad", dice la canción de Serrat que tiene el nombre de nuestra protagonista. Y sí, los recuerdos afloran en el lugar.
Las paredes están decoradas con publicidades de productos que ya no existen y es difícil ver algún artículo que sea nuevo. "La decoración me la hizo Rosa, una sobrina, cuando era chiquita. Después se casó y se fue a Italia a vivir", comenta.
"Empezamos mi papá y yo, pero él solo un poquito. Yo fui siempre la que venía a trabajar. Después tuve que dejar un tiempo porque me fui a Los tres gorditos, pero volví y aquí estoy", dice la mujer que se admite costurera.
Hay cajones con cientos -parecen miles- de carretes de hilo que han perdido sus colores, unas relucientes pinzas de depilar, y un cartel de medias "Cocot" de una jovencísima Graciela Alfano. Juguetes que fueron comprados para niños que hoy ya están pensando más en su jubilación y las típicas escarapelas, propias de las mercerías.
"A los artículos para vender todavía los voy a comprar yo. Siempre fui en trole, pero ahora no me dejan, así que tengo que ir a buscarlos en taxi", cuenta Lucía agregando que como los tiempos son difíciles también debe vender elementos de librería y que durante muchos años, el local también funcionó como quiosco.
"Tenía muchos juguetes, pero he tenido que ir vendiendo todo, sin reponer casi nada. La plata ya no rinde. Está todo muy flojo", indica con un pañuelito en su mano que estruja de vez en cuando, nerviosa por las preguntas del periodista y algunos flashes que se escapan y la sorprenden.
El hilo del barrio
Como si hubiera sido a propósito, Lucía acaba de terminar su sesión de peluquería y esta lista "para la foto". Mientras posa, algo incómoda, cuenta que durante tantos años al frente del local vio cambiar mucho al barrio.
"La calle siempre fue de tierra y el trole antes no hacía este recorrido, que pasa por la puerta, sino que pasaba por una de las calles de atrás", haciendo referencia a la calle Espejo. "Pero ahora está más lindo, aunque un poco inseguro", afirma.
Al mismo tiempo, recuerda que tiene clientes de toda la vida, y que algunos son médicos y abogados, entre otras profesiones. "Pero la memoria no me ayuda. Me he olvidado sus nombres", asegura la casi centenaria jubilada a quien la vida no le dio hijos pero si muchos sobrinos.
Un olvidado calendario de 2011 está ubicado junto a la salida. Lucía camina despacio, acompañando a los trabajadores de prensa. No tiene apuro, quién lo tendría a los 92 años.
"¿Cuándo sale la nota?, porque me lo preguntó mi sobrino abogado", pregunta escondiendo su indudable curiosidad por verse en el papel. Cierra la puerta de rejas y mientras agradece confirma que allí se queda: "No he pensado en abandonar".