Doña Hortensia y la vida en el campo a los 94 años

Vive en un puesto del secano santarrosino a varios kilómetros de la ruta 7. Sus hijos quieren llevarla al pueblo pero ella se niega: “Todavía tengo cosas para hacer”.

Doña Hortensia y la vida en el campo a los 94 años

El puesto La Calandria queda bien al norte de Las Catitas, casi llegando a Lavalle y para llegar hasta allí hay que abandonar el asfalto de la ruta 7 y largarse a andar por camino de tierra; son más de 35 kilómetros hasta ver la tranquera y después de cruzarla, todavía hay que meterse más adentro del campo, si es que eso es posible.

Ahí finalmente uno da con el rancho, a la sombra de unos pimientos, rodeado de corrales y gallineros y precedido por un molino de viento que saca agua para las vacas, los caballos y a veces, cuando el municipio de Santa Rosa se ha demorado en arrimar una tancada, también para la gente.

"¿Usted sabe qué es lo más importante? El agua mijito y acá, en el campo eso se nota. Si a la vaca le falta el agua, por decir un ejemplo, se vuelve loca y le hace un destrozo", cuenta María Hortensia Gómez, viuda de don Pascual Donaire y dueña del puesto La Calandria.

La doña tiene 94 años y sentada junto a un bracero repite que no va a bajar al pueblo, por más que se lo pidan los hijos: "Allá no tengo nada para hacer y ando estorbando, acá en el campo siempre estoy ocupada y además, en una de esas vivo como mi papá, que fue hachero y que llegó a los 105 años", sonríe y mira por la ventana hacia el campo: "Por ahí viene un ternero pampa", anticipa y uno mira sin ver y sin escuchar lo importante, solo yuyos, arena y viento, pero enseguida aparece por la huella el animal.

Hortensia ha vivido toda su vida en esos campos de algarrobos, jarillas, chimangos y pumas; no usa lentes ni toma remedios: "No sé lo que es un dolor de cabeza", asegura; no se priva en las comidas ni con el vino y le gusta la chanfaina "con menudos de chivo"; prefiere lavar a mano, cocina, amasa; obvio, sabe carnear y también lo duro que es cortar leña, a veces juega a los naipes cuando la visitan los nietos y también, por las dudas, sabe tirar con escopeta: "Es que tengo los perros muy regalones y no saben cuidar", dice para justificar la pistola que guarda en un bolso.

Doña María enviudó hace 22 años y se acostumbró a vivir sola y sin vecinos a la mano, como ocurre en los puestos del monte donde tampoco hay enfermeros o policías y aunque en el último tiempo la acompañó un hijo soltero, el Roque, el hombre falleció en junio: "Se murió durmiendo y me lo había anticipado el día antes; esa mañana cuando lo fui a ver tenía los pies duros y helados", cuenta la mujer emocionada: "Y como por acá no pasa nadie, recién a la tarde pude avisarle a mis otros hijos; estuve todo el día con el finado y como nadie venía, casi me pongo a velarlo yo sola, pobrecito mi hijo".

De todos modos, Hortensia está grande y aunque se muestra independiente, anda medio sorda y tiene un problema para caminar desde hace unos siete años, cuando se cayó de arriba de un árbol tratando de bajar a una gallina. "En esos días no podía ni caminar y me robaron todas las cabras; después me sanó un curandero de La Paz", recuerda.

Es por esos achaques que desde la muerte de Roque, dos de las hijas de doña María Hortensia se reparten los días de la semana para hacerle compañía: "Lo mejor sería llevarla a mi casa, pero no quiere dejar el puesto, si ni siquiera la podemos llevar al pueblo para que le den un audífono por la sordera", se queja Antonia, una de las hijas mientras prepara unos mates sobre un fogón: "La vida en el campo es dura, solitaria y fea, pero ella no piensa abandonar el puesto y no podemos dejarla sola".

Hortensia escucha y reniega: "No me voy nada; acá estoy bien y todavía hay cosas para hacer", dice mientras teje con lana un saco celeste y recuerda: "Yo misma le hacía la ropa a mi marido y a mis hijos".

Afuera, pero también por las piezas del rancho, media docena de perros van, vienen y a veces, molestan al ganado que se arrimó al molino para tomar agua; parte de la familia que vino desde Catitas a visitarla está preparando la comida: ravioles caseros, pollos y un asado de charqui, que es carne de ternero salada y colgada al aire durante varios días.

Aunque Hortensia no le presta mayor atención al asunto, su hija Antonia dice que tener luz eléctrica en el puesto sería un gran adelanto: "Las baterías solares no cargan más que para uno o dos focos y el motor de corriente funciona con nafta, pero no siempre hay y se rompe fácil; acá, lo mejor sería la corriente, que pasa por el camino pero que hay que traer hasta el puesto y es una tirada de 1.500 metros, muy cara", dice y no sabe bien si hay algún subsidio o ayuda para jubilados, que le permita a dona Hortensia tener luz eléctrica en su casa.

Llega la hora del almuerzo, abundante como acostumbra la gente de campo más allá de la humildad del rancho y todos se sientan a la mesa, bromean y hablan de la tarea pendiente de marcar el ganado; doña Hortensia presta atención, trata de escuchar lo que se comenta mientras le entra a unas costillas bien asadas, que desprende con la mano y un cuchillo; en un momento sonríe franca; ganas de vivir.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA