“En la puerta del Pequeño Cottolengo no se le preguntará a quien entre si tiene un nombre, sino tan solo si tiene un dolor”. Ésa frase insignia de Don Orione bien puede resumir el sentido de un trabajo que desde hace ya 50 años se realiza en el “hogarcito” de Godoy Cruz.
Actualmente, 32 especialistas atienden a 26 personas con discapacidades (se hospedan 23). Mónica Wancel, Directora Técnica, explica que “son personas con patologías mentales y motoras desde el nacimiento”. Para ilustrar, señala que, aunque tienen entre 25 y 62 años, el desarrollo mental de la mayoría es similar al de un bebé de 1 a 3 años. El retraso mental profundo y otras complicaciones implican una alta dependencia para actividades diarias como bañarse, comer y moverse.
El primer encuentro suele generar impresión y quien está frente a ellos por primera vez no sabe bien cómo reaccionar. Así, en medio de la entrevista un joven empieza a gritar y Wancel explica que, como cualquier bebé, es su forma de expresarse para llamar atención. Una orientadora se le acerca, comienza a mecer su silla y una sonrisa aparece en la cara del muchacho.
“El objetivo es mantener lo que ellos tienen, que puedan conservar sus funciones cognitivas”, afirma la directora para aclarar que por la edad que tienen no se puede avanzar mucho. Sin embargo, si no se ejercitan y mantienen, se les abre la puerta a distintas enfermedades.
Las tareas en el “Cottolengo” comienzan todas las mañanas a las 6 y en dos horas logran bañar a los 23 pacientes. Después del desayuno van al “Centro de Día”, un salón con una modalidad de trabajo con varias actividades. Almuerzan temprano al mediodía, tras un descanso retoman las actividades hasta la cena de las 20 y finalmente se preparan para descansar. Para ellos es importante el tiempo libre y durante los fines de semana relajan los horarios, además de participar en misa los domingos.
El Centro de Día es quizás el lugar más colorido del cottolengo, con amplia iluminación, sillones, globos y banderines de colores. Allí y en sus salitas contiguas se hace kinesiología, música, manualidades y hasta hidroterapia. Otro orgullo del lugar es una pequeña huerta en el largo pasillo verde que forma el patio y donde hasta puede verse un tomate pequeño.
Algo a destacar es que en la obra se hace un abordaje filantrópico-espiritual y Rodrigo Revinski es el sacerdote a cargo. “Nosotros reconocemos que en ellos mismos está Jesús”, afirma el cura después de comentar que han organizado misas específicas con ellos e invitan a la comunidad para que los vean como a uno más. Wancel concuerda y entre risas suma que a veces los hospedados “se mandan alguna macana pero no tienen sentido de maldad”.
Las habitaciones son dos para las cuatro chicas que hay y las otras son para varones, hasta cuatro personas según la condición. En cuanto a la comida, cada día hay un menú diferente guiado por una nutricionista.
Otra cosa que destacan desde la administración es el compromiso del personal: “Los que están en el día a día, esto va más allá del sueldo. Son parte de la familia”.
Un punto clave es el mantenimiento del lugar y el administrador Sebastián Alcaraz cuenta que las familias (si es que tienen) no están obligadas a hacer aportes, ya que se mantienen a través de algunas donaciones y convenios con obras sociales. Esto implica una serie de requisitos, como una plantilla completa de profesionales y la total higiene de las instalaciones con auditorías. El problema ahora es que aún esperan pagos de 2015 mientras que los costos de insumos y sueldos siguen subiendo.
Para Alcaraz, la clave está en la solidaridad de la gente. "Va a ser falta, sólo con ella se podrá asegurar y mejorar la calidad de vida. Ellos merecen lo mejor", sintetiza. Además de dinero, piden colaborar con pañales para adultos elastizados (usan 320 por día), leche en polvo, alimentos enlatados y artículos de limpieza. Contacto: salcaraz@donorione.org.ar.
El padre Cottolengo
Con los estragos de la Primera Guerra Mundial, el sacerdote Luis Orione inauguró en 1915 un asilo para excluidos. El nombre lo tomó de San José Benito Cottolengo y poco a poco la obra se extendió por toda Italia.
Don Orione llegó hasta Argentina y en 1935 se colocó la piedra fundacional en Claypole (Buenos Aires) para iniciar una obra que hoy en todo el país atiende a 1.500 personas. La versión mendocina llegó en marzo de 1966, con una construcción que no soportó el terremoto de 1985 y originó el traslado a su actual casa de calle Juan B Justo, junto a la Iglesia Nuestra Señora del Carmen.
El Cottolengo Don Orione Mendoza como institución sin fines de lucro ha recibido apoyos y reconocimientos durante su historia. El más reciente fue la Declaración de Interés del Senado de la Provincia en conmemoración a su 50º aniversario.
Para el padre Revinski, a nivel social se ha mejorado bastante con la Ley de Discapacidad y un mejor trato, pero aún falta. “Antes llegaban en canastitas o cajas. Hoy gracias a Dios existen muchas asociaciones que trabajan estos temas. Más que preocuparse, hay que ocuparse”, reflexionó.