Dominio del cóndor

En el marco de los Llanos, entre parajes inhóspitos y pequeñas postas fértiles, la ruta de los caudillos y el territorio protegido dominado por las imponentes aves.

Dominio del cóndor
Dominio del cóndor

“Cuando era niño me quedaba pegado mirando los cóndores. Llegué hasta allí arriba buscando a las cabras, que suelen ir hacia donde tienen los arbustos y las plantas aromáticas. Ahí están en su salsa”, relata José de la Vega, en voz baja y pausada. Así fue que este hombre nacido y criado en los llanos riojanos descubrió la Quebrada de los Cóndores.

José, o “Joyo” como lo conocen por estos pagos, se apasiona con la historia del lugar que, en definitiva, es su propia historia. El refugio La Posta de los Cóndores, en medio de la sierra de los Quinteros, es el hogar de su familia desde tiempos remotos. Su esencia corre por todas y cada una de las piedras y árboles centenarios de este apacible puesto rural, un camino que fue transitado por caudillos como Facundo Quiroga y el Chacho Peñaloza.

“Acá se afincaron mis tatarabuelos, Benigno y Catalina de la Vega. Todo tiene una historia, esa vieja radio, los muebles, todo -señala Joyo con modesto orgullo-. Se dice que en esa misma habitación donde ustedes duermen, ha pernoctado el Chacho, que andaba controlando el ganado y cortaba camino por la sierra”.

Las habitaciones de piedra fueron construidas originalmente por los Olongastas, primitivos habitantes del lugar. La familia De la Vega se ocupó de preservarlas, y así quienes visitan este rincón riojano pueden disfrutar de las frescas noches serranas durmiendo en cuartos centenarios. “Los llanos de La Rioja siempre fueron relacionados con la seca, el desierto y la emergencia hídrica pero la mayoría de la gente no sabe que existen estos lugares. Llegar a la posta es una aventura. Estamos en el corazón de la sierra, en un santuario natural. Acá uno es el protagonista. Es muy difícil que te encuentres con gente ahí arriba. El lugar es todo tuyo”, resume un Joyo apasionado.

Largo camino a la quebrada

Amo y señor de las alturas. Inspirador de leyendas milenarias. Ave insignia de Sudamérica. El cóndor, antiguamente utilizado en sacrificios rituales por los pueblos originarios, que estaban convencidos de que bebiendo su sangre heredarían su energía y poder, hoy se encuentra relativamente más protegido, pero aún así, se suma al universo de las especies en extinción. Sus enormes dimensiones la convierten en la segunda ave voladora más grande del planeta detrás del albatros. El cóndor puede llegar a medir más de tres metros de una ala a la otra y aproximadamente un metro y medio de largo de la cabeza a la cola. Los machos llegan a pesar quince kilos, en tanto las hembras unos once.

“En los viejos tiempos la gente miraba al cóndor como un depredador. Se decía que mataba el ganado y entonces los cazaban, incentivados por el gobierno. En esa época, a fines de los sesenta, se pagaba por sus patas. Todavía persiste en algunos aquella idea de que es dañino, aunque en estos tiempos la visión ha cambiado”, afirma Joyo. Entonces eran perseguidos por los puesteros que criaban cabritos pero el cóndor es carroñero. Ahora, los lugareños que antes les disparaban, guían a los turistas.

Poder avistar muy, pero muy cerca este gigante es el motivo del viaje hasta la Reserva Natural Quebrada de los Cóndores, donde sobrevuelan en medio de este  paraje regado de cactus en flor, sembrado de acacias, quebracho colorado y añejos nogales, y perfumado por exquisitas aromáticas como el poleo y la jarilla.

El trayecto hasta su morada es toda una aventura: partiendo desde la Posta hay que andar a caballo más de dos horas cuesta arriba, cruzar arroyos, sortear tramos rocosos y esquivar ramas que lastiman. El trayecto se hace junto a alguno de los guías del lugar que, al mismo tiempo, se encargan de velar por la fauna autóctona.

Durante el camino, cuesta arriba, se avistan los primeros ejemplares A lo lejos, se confunden con el Jote, mucho más chico, de vuelo menos vistoso y sin el collar en el cuello que caracteriza al emperador de las alturas. Los guías marcan la diferencia, ante el ojo inexperto del viajero. En la cumbre de un morro lindero se pueden ver las cuevas donde viven. Se las reconoce a la legua por el guano, las manchas blancas de excremento en los alrededores del nido.

El último tramo hay que hacerlo a pie. Los caballos quedan atados, a la sombra de un molle, custodio de la puerta imaginaria al reinado del cóndor. Un par de horas después, llegamos a la cumbre, donde un peñasco sobresale del acantilado a 1.800 metros de altura: el Mirador de los Cóndores. Una vez allí, sólo resta aguardar.

Dicen que el amanecer y las primeras horas del día son las ideales para que el ave levante vuelo, aprovechando las corrientes térmicas de aire caliente y elevarse así hasta lo más alto (alcanzan los 7.000 metros aproximadamente) y por mucho tiempo, incluso llegando a planear por horas.

Los guías llevan trozos de carne como cebo para intentar atraerlos, que dejan al borde del precipicio. Luego de un rato, la espera tiene su recompensa y, finalmente, divisamos dos ejemplares, a lo lejos, surcando el horizonte. El cóndor suele volar en pareja y es monógamo: elige a su compañero de por vida. Incluso cuando uno muere, el otro se suicida tirándose en picada. En cuestión de instantes, sobrevuelan raudamente el Mirador. Poco después, comienzan a llegar algunos más.

El cielo del valle súbitamente se puebla de cóndores. Algunos planean a lo lejos, perdidos en la inmensidad del desfiladero, y muchos otros se muestran cara a cara. Sus patas de garra meten miedo y la cresta del macho impone respeto. Se acercan con velocidad y cautela, sin perder armonía. Sus alas extendidas son sencillamente imponentes. No es raro quedarse largo tiempo pasmados con la cabeza colgada hacia atrás observándolos, y al enderezarla ver a alguno muy cerca, atento, genial.

Datos útiles

Cómo llegar: Desde la ciudad de La Rioja se debe tomar la Ruta 38 hasta Punta de los Llanos, y doblar hacia el sur en la ruta provincial 29 hasta la localidad de Tama. Allí nace un camino de tierra (transitable por autos comunes) hasta Pacatala (20 kilómetros), y luego hay que seguir 20 kilómetros más ascendiendo el cerro hasta Santa Cruz de la Sierra.

Cuándo ir: En esta zona, debido a sus características geográficas y climáticas siempre hay una media de seis a ocho grados menos que en la capital riojana. La mejor época para visitar el lugar es entre mayo y setiembre.

Excursiones y alojamiento. En La Posta Quebrada organizan las excursiones a la quebrada. La estadía incluye desayuno, almuerzo y cena con comidas típicas. www.postaloscondores.com.ar.

E mail: postaloscondores@yahoo.com. Tel: 03826-15676064. 
Más información:  www.turismolarioja.gov.ar

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