Se miraron largo rato. Ella intentaba darle una orden y Andaluá -el brioso tordillo- apenas se inmutaba. "Estás muy en tu mente y él está en el corazón. Tratá de conectar. No percibe claridad y se pone nervioso", marcó Caroline desde afuera de la cerca. El sol del mediodía golpeaba fuerte sobre el corral.
La mujer levantó el pecho, cambió su postura y le indicó con firmeza. Sabía que no era bueno levantar los brazos. Entonces, Andaluá empezó a caminar y, ante una nueva señal, a galopar. Entonces, ella se detuvo y él imitó la acción. Mantuvieron ese diálogo por minutos.
“¿Puedo hacerle una caricia?”, preguntó al final Mónica, agradecida. “Es un regalo al alma, él me ayudó a encontrarme”, sentenció emocionada. Varios en el establo hicieron fuerza para no quebrarse.
Que se puede domar un caballo salvaje sin fustas ni espuelas, sin más herramientas que la confianza y el respeto mutuo, es lo que vino a demostrar este fin de semana, a San Carlos, la suiza Caroline Wolfer. La mujer es conocida en el mundo por su fórmula de doma sin violencia ni imposición, la que aprendió de los mismos caballos y ahora divulga en distintos países, culturas e incluso a través del coaching empresarial.
"Me ha tocado domar animales muy difíciles, rudos, tercos... pero a medida que me dediqué a lo que se conoce como 'sacarles los vicios', me dí cuenta que no eran los caballlos a quienes había que corregir sino a los dueños. Un caballo es simple, no sabe fingir y tiene el poder de ser nuestro espejo", comenta la rubia, que está dirigiendo una clínica de doma natural y desarrollo personal, "El caballo y el ser", en la finca Gregorio Uco, de Pareditas.
El ambiente que ofrece el lugar es ideal. Romina y Martín Gómez son los anfitriones. Llevan años indagando y capacitando para fomentar el bienestar animal. Mientras don Carlos Farías va cocinando la carne a la olla a fuego lento en la enramada, la magia está ocurriendo al final de los nogales: en el corral. Los aprendices -un grupo de 15- llegaron allí por distintos motivos y desde distintos puntos del país pero todos comparten la pasión por los caballos.
El taller está en la fase Comunicación y cada uno quiere probarse frente a Andaluá (después vendrán otros). Este “hannoveriano” tiene 5 años de edad y, hasta hace un mes, era totalmente salvaje. Sobre la arena, los alumnos intentan aprender su idioma. Caroline guía con acotaciones desde la tranquera y el resto comparte comentarios y alienta -mates y risas mediante- desde la tribuna.
"Hacé de cuenta que es tu marido", le gritan a Mónica, quien trataba con demasiada cautela levantar la pata del caballo. "La lástima queda afuera del corral", arengó la especialista. Mónica Fernández es de Chabas, un pueblito de Santa Fe. Desde niña, cuando sus padres eran contratistas en un campo, pasaba horas contemplando a los caballos y ese deslumbramiento nunca murió. Al cumplir los 50, le dijo a su esposo que no quería fiesta ni viaje... sólo un caballo: "Ahora tengo a mi Tornado y soy feliz. Hurgando por Internet me enteré de Caroline y ahora sé que yo voy a ser la domadora de mi potrillo".
"Lo que más cuesta es despojarte de todos los prejuicios. Lo que hace el bicho es desnudar tu espíritu. Si no sos genuino, no te registra, no conecta", señaló Diego Fratini, un comunicador que está incursionando en el mundo equino.
“Uno se pone nervioso allá adentro y el caballo percibe todo”, agregó don Alejandro, capataz de una estancia en Tunuyán a quien su patrona le pagó este curso.
Belén Martínez es veterinaria y tiene un aras de ejemplares pura sangre. Se entusiasma al afirmar que ha realizado todas las clínicas de Caroline y que dan un resultado excelente. "No hay que tener miedo. El animal siempre da avisos de cómo va a reaccionar. Hay que acallar la mente y atender", sostiene y grafica con el ejemplo de su pequeña de 6 años -Dulcinea- que es una excelente domadora.
Comunicación y relación, desensibilización (para ensillar y montar), ayudas de equitación natural, son algunos de los bloques de esta particular clínica de Wolfer, quien seguirá su gira por la Patagonia. Las experiencias son personales pero todos coinciden en que los caballos son “excelentes maestros” y que esta “sociedad convulsionada” debería recurrir más a ellos para aprender a convivir en paz.
Una cabalgata a través del país
Escuchar a Caroline y verla moverse en el corral confirma que es una mujer que encontró su camino. No le fue fácil. Su familia “no era de caballos” y no comulgaba con la idea de un proyecto así para su vida. “No sé por qué, pero de niña supe que quería ser domadora”, acota.
En su pueblo en Suiza había sólo un potro y su dueño no lo podía domar. Todos le tenían miedo. Ella le pidió trabajar con él. A los 11 años, y después de innumerables caídas, lo había domado. Entonces, sus padres vieron que la cosa era seria y le pagaron clases de equitación.
“En estos cursos aprendí lo que no hay que hacer. Se basan en técnicas, pero lo esencial es la comunicación y la intuición”, dice. Recorrió el mundo buscando aprender y los caballos se lo enseñaron.
Estuvo en Irlanda, Inglaterra y Canadá. Hace 10 años llegó a la Argentina para aprender. Sin embargo, se encontró con la doma tradicional y violenta muy arraigada. “Terminé siendo yo la que da las clínicas”, ríe.
Además de domar caballos y dar clases de coaching, Wolfer es apasionada por las cabalgatas de más de mil kilómetros. Su sueño es cruzar la Argentina a caballo.