Doma de veganos - Por Luciana Sabina

No es tolerante obligar a otros a cambiar de alimentación saboteando sus actividades, pero responder con una agresión física no es correcto.

Doma de veganos - Por Luciana Sabina
Doma de veganos - Por Luciana Sabina

Durante las últimas jornadas hemos sido testigos de una aguerrida lucha entre veganos y gauchos, combate que hubiese deleitado al mismísimo Domingo Faustino Sarmiento.

La batalla campal tuvo lugar en el predio porteño de la Rural, cuando un grupo de jóvenes lo invadió -violando la propiedad privada- para obligar a los asistentes a escuchar sus consignas.

La respuesta careció de toda elegancia. Una serie de jinetes persiguieron y desconcentraron el tumulto a rebencazos limpios.

Lejos de compadecerse por los usurpadores, la tribuna arengó a sus admirados gauchos y los auxiliaron arrojando elementos de diverso calibre a los veganos invasores.

Desde luego, algo tan fascinante no podía quedar solo allí y ambos grupos -caracterizados adecuadamente- debatieron en la televisión abierta.

Entre boinas y gestos circunspectos los colega de Martín Fierro expresaron sus puntos de vista. Del otro lado jóvenes, cuasi adolescentes, hicieron gala de “doctrinas progres” definiendo a los animales como “seres sintientes”.

La situación, lejos de ser cómica es grave. Tratando el tema con justicia, dentro de las posibilidades que nos da la subjetividad humana, ambos bando estuvieron mal.

No es tolerante obligar a otros a cambiar de alimentación saboteando sus actividades y por otra parte, responder con una agresión física dista mucho de ser correcto.

Lejos de tamañas reacciones, la historia demuestra que la salida a este tipo de escenarios estuvo siempre en manos de la tolerancia, el respeto y la información.

Observemos, por ejemplo, como la sociedad occidental dejó de asistir a espectáculos protagonizados por animales. A través de los medios se difundió durante los noventa el sufrimiento que estos padecían en el Circo. De allí a considerar a los zoológicos espacios espantosos hubo solo un paso.

Semejantes cambios fueron efectivos porque abarcaron más allá de lo superficial, hicieron pie en las conciencias. Sin ir más lejos el trato a los perros callejeros no es el mismo que hace algunas décadas. Este es otro punto interesante para analizar la mecánica del cambio.

A fines del siglo XIX -y gran parte del siglo XX-, los canes que habitaban las calles en soledad eran exterminados por el gobierno. En un Los Andes de 1887 leemos:

“Envenenamiento de perros: Según sabemos la municipalidad ha dado principio a efectuar el envenenamiento de perros. Las personas que deseen conservar sus perros (… )  deber proceder a sujetarlos en sus casas, pues de lo contrario correrán mala suerte”.

Hoy, un envenenamiento masivo de perros es perseguido por las autoridades y ocupa los titulares denunciándolo.

No sabemos si el día de mañana comer un asado será visto como barbarie por las mayorías y si el hombre encontrará otros modos de alimentarse. Pero si podemos afirmar que la violencia y el autoritarismo jamás serán su base.

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