La Argentina es un país que vive una paradoja económica desde hace muchas décadas, que resulta difícil de entender para quienes no han atravesado las vicisitudes de la economía en esos largos años. Tal paradoja radica en que el país aumenta su deuda externa para financiar el déficit fiscal, mientras simultáneamente los residentes aumentan los denominados activos externos, o sea, sus dólares en inversiones en el exterior.
Los números son elocuentes y sorprenden. La deuda externa al cabo del tercer trimestre de este año, según datos del Indec, ascendió a U$S 253.741 millones y aumentó 20.000 millones respecto al últimos trimestre del año pasado. El aumento ha sido constante por el endeudamiento del gobierno. Y es posible que cuando se conozcan los datos del segundo trimestre, período en el cual Banco Central perdió gran cantidad de reservas por la corrida cambiaria, el número anterior sea mayor.
Mientras tanto los dólares, depósitos en el exterior, bonos y acciones de sociedades y propiedades de argentinos fuera del sistema doméstico o del país siguen aumentando. A la misma fecha, primer trimestre de este año, el Indec registra un monto U$S 276.449 millones, los cuales son activos que pueden o no estar declarados en la AFIP. Al respecto debe recordarse que, a consecuencia del blanqueo, se redujeron considerablemente los activos no declarados, muy poco retornó, aunque al menso ahora los dueños pagan impuestos.
Este problema que en lenguaje periodístico se conoce como "fuga de capitales" viene de lejos y con mayor o menor intensidad sigue hasta el día de hoy. En nota muy didáctica el economista N. Litvinoff explica el fenómeno. Lo primero que hay que tener en cuenta es que esa fuga no implica necesariamente operaciones ilegales. Muchos inversores particulares o institucionales o empresas fugan capitales de manera totalmente lícita declarando los envíos y justificándolos ante las autoridades pertinentes.
Técnicamente se entiende por fuga de capitales cuando las divisas son retiradas del sistema financiero y por ende de la órbita del Banco Central.
Básicamente se trata de dólares que salen del circuito económico local. Las formas que adopta la salida de capitales son diversas, tales como la remisión de utilidades de empresas extranjeras, compra de dólares para atesoramiento, pago de intereses de la deuda, gastos de turistas argentinos en el exterior, entre otras.
Los efectos de la salida de capitales en países como el nuestro que necesita inversiones considerables es nociva, pero es necesario entender las causas que la provocan. Hay dos principales. Una es la inflación: llevamos 70 años con inflaciones altas, hiperinflaciones, con la sola excepción del tiempo de la convertibilidad. En un período inflacionario tan largo y tan alto la moneda nacional pierde al menos dos de las tres funciones que debe cumplir. Deja de ser reserva de valor, no se puede ahorrar en pesos, porque precisamente pierde valor. Incluso para diversas operaciones, como las inmobiliarias, la moneda nacional no sirve como unidad de cuenta, las propiedades se valúan en dólares y se transan en esa moneda. En definitiva nuestros pesos sirven sólo como medio pago interno, con las excepciones señaladas.
El segundo factor es la recurrente inseguridad jurídica y la desconfianza en las instituciones que ella crea. Además de la expropiación encubierta que es la inflación, en nuestra historia reciente podemos citar dos expropiaciones (confiscaciones en realidad) de ahorros. El Plan Bonex en 1989 y la pesificación de los depósitos en dólares en 2002. Así. los argentinos adultos saben que la única forma de preservar ahorros es comprando dólares.
No pocos, sobre todo durante el actual gobierno, confían en el sistema financiero y los dólares quedan en los bancos en cajas de ahorro y plazos fijos, están dentro del sistema económico. Esos depósito ascienden a U$S 30.000 millones.
En resumen el asunto de los dólares es una cuestión sociológica y cultural, resultado de las pésimas políticas de los gobiernos. De ahí que la expresión de Macri de que "hay comenzar a pensar en pesos y no en dólares", pronunciada repetidamente por los funcionarios de turno, es por lo menos ingenua en el mejor de los casos.