Los argentinos acostumbramos a homenajear a las personalidades de nuestra historia en la fecha de su fallecimiento. Hoy, 31 de agosto se conmemora un nuevo aniversario de la desaparición del doctor Florencio Escardó, a los 88 años de edad. El “Padre de la Pediatría Argentina”, como se lo llamó, nació en Mendoza, hijo de padres uruguayos, el 13 de agosto de 1904.
Cursó su escuela secundaria en el Colegio Nacional de Buenos Aires. En 1929, aún muy joven, se graduó de médico en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Fue decano de esa Facultad y posteriormente vicerrector de la Universidad imprimiendo a los colegios de la Universidad, el Nacional donde había estudiado y el Comercial Carlos Pellegrini una reforma oportunamente criticada: los hizo mixtos.
Su carrera médica se desarrolló en hospitales de Buenos Aires, pero donde fue trascendente su acción fue en el Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez, donde por 45 años fue jefe de Pediatría. Con la experiencia viva, entendió que debía modificarse la situación de los niños que eran internados, cuyo contacto familiar se permitía exclusivamente en los horarios de visita, el que se limitaba a dos horas diarias. Ello producía a los niños enfermos internados un dolor adicional a sus padecimientos, consistente en una sensación de abandono por parte de su familia y la falta de cariño.
Advertida la situación, en la sala a su cargo (la número 17) implementó la medida de internar en el hospital a las madres de los niños enfermos, entendiendo que ninguna persona puede confortar mejor a sus hijos que sus propias madres. La decisión en muchas oportunidades fue criticada duramente por algunos de sus colegas, pero que resultó inamovible e introdujo un concepto humanitario sin par.
Escardó no se limitó al ejercicio de la Medicina Pediátrica, también fue profesor, escritor científico y profesional, de otras temáticas relacionadas con la salud y la familia, humorista y poeta. Dirigió con su esposa la psicóloga Eva Giberti una revista vinculada con la niñez, adolescencia y juventud, única: “Nuestros Hijos”, que mi madre compraba y leía habitualmente con marcado interés.
Durante años Escardó también escribió una columna en la edición dominical de La Nación, bajo el seudónimo “Piolín de Macramé”, crónicas cortas sobre diversos temas, realmente imperdibles. Tuve la fortuna de conocerlo personalmente y entrevistarlo en 1979.
La NASA había puesto en órbita en 1973 la primera estación espacial no tripulada llamada Skylab. En 1979 se decidió dar por finalizada su misión, anunciándose mediáticamente que los técnicos de la agencia espacial no podían determinar con certeza en qué lugar de la Tierra caería. Esas manifestaciones, que me parecía imposible que se difundieran de forma tan liviana, como si nada, me movilizaron, hasta que me senté frente a mi vieja Olivetti y plasmé en papel la indignación que sentía, exclusivamente con el ánimo de guardar para mí mismo un testimonio de mi estado de ánimo, que por supuesto aún conservo. El 11 de julio de 1979, finalmente el Skylab cayó sobre Australia, sin mayores consecuencias, pero la inseguridad de la situación ya había merecido la alarma de todo el planeta. El domingo siguiente, leí en La Nación la columna de Piolín de Macramé titulada “Los niños y el Skylab”, que coincidía casi palabra por palabra, con mis conceptos.
Luego de conseguir un contacto para visitarlo, fui recibido días después por tan destacada personalidad, en su consultorio de la avenida Santa Fe de la Ciudad de Buenos Aires, convertido en su oficina, donde estudiaba e investigaba múltiples temas. El doctor Escardó ya no atendía enfermos.
Lo visité con una carpeta en mis manos que contenía su columna y mi artículo. Me pidió muy dispuesto, y con mucho afecto, que le contara de que se trataba mi escrito, y qué inquietud me llevaba a visitarlo. Luego se abocó a leerlo detenidamente. Una vez que finalizó la lectura levantó la vista y me preguntó por qué me extrañaba la coincidencia de conceptos.
Acepto que no supe que contestarle.
Escardó comenzó a esbozarme su idea, dedicándole al tema mucho tiempo, con lujo de detalles. Según me relató, la cuestión era parte de las investigaciones científicas a las que estaba dedicado en los últimos tiempos, respecto a la energía mental generada por las personas con sus pensamientos, y transmitida por ondas extrasensoriales. Siguió diciéndome que no era posible saber si mi energía o la de otra persona que había generado la idea, los conceptos parecidos, había mudado hacia él o viceversa, pero que estaba seguro que esa corriente ocurría.
La entrevista duró más de dos horas, en las que compartimos un café que pidió a su secretaria a quien trataba con dulzura y respeto. Tiempo que gocé y disfruto cada vez que lo recuerdo. La experiencia me dejó una gran alegría interior, y confieso que desde ese momento comencé a leer algunos documentos que Escardó me recomendó y otros que fui recogiendo en el tiempo, los que me llevaron a tomar el tema con verdadero respeto.
Esa visión sobre el tema la conservo hoy intacta, basada en la seriedad intelectual de quien me introdujo en el tema, y el rigor científico de las investigaciones a las que pude con el tiempo acceder.
Vaya hoy, una vez más, mi recuerdo afectuoso para un grande: el doctor Florencio Escardó.