En 1943, con mi familia, conocimos a un muchacho que orgulloso traía su título docente bajo el brazo y un nombramiento de director maestro suplente de nuestra escuela.
Tenía 18 años. Nos impresionaba su paso seguro, firme, su voz sonora, contando sus planes en educación. Su nombre es Arnaldo Danilo Ríos.
Nosotros vivíamos en Philipps, Junín, y nuestra escuela era nacional N° 86 del lugar.
Él estaba destinado a Los Otoyanes, donde debía fundar una escuelita. Como vecinos distritales, sabíamos que era un lugar desolado, desierto, pero también estábamos en conocimiento, que el Gobierno nacional, junto al Banco Interamericano de Desarrollo gestionaron la entrega de tierras fiscales con un préstamo gradual para construir su vivienda (querían poblar) y luego armar una finca con vides, frutales, olivos y animales.
Todo, con años de gracia, para amortizar en sucesivas cosechas.
Hoy, es un bello lugar productivo. Por esa razón planificaron una escuela.
El director debía comenzar su titánica tarea: erradicar alimañas limpiando el campo de víboras, lagartijas, ratas, arañas y diversos insectos. Levantar dos espacios, con lo que había: adobes, cañas, palos (para el techo) y el baño afuera. Los pisos eran de tierra y no había electricidad; usaban las lámparas Petroman. Se pintaron con cal las paredes, con máquinas manuales para sulfatar, que funcionaron también como una fumigación.
El tiempo pasó y ya familiarizado con el lugar, comenzó la búsqueda de alumnos, recorriendo esas distancias a caballo, bicicleta o largas caminatas por huellas. Al iniciar el año siguiente, trajo a su joven y bella esposa, ambos compartían sus ideales. En una piecita comían, dormían y soñaban, en la otra la escuelita, su tarea había empezado.
Pasaron cuatro años de esfuerzos para mejorar el lugar y fue entonces que el gobierno lo trasladó como maestro de grado titular a nuestra escuela, la N° 86 de Philipps.
Allí, comienza su docencia, dirigido por una directora con experiencia. Ambas escuelas por su precariedad, eran “escuelas rancho”.
En 1955, el gobierno de turno, por sus ideas políticas, repentinamente lo inhabilitó como docente. Como hombre de bien, buscó trabajo. Muchos querían ayudarlo y aceptó ser administrador de una finca muy grande. Tres largos años pasaron, con gran dolor por tamaña injusticia, pero él siempre abocado al trabajo.
Un ministro de Educación de la Nación revé su caso y lo nombra director en la escuela nacional de Las Catitas. A los 6 años rinde concurso para supervisor y lo gana. A los 6 años siguientes vuelve a rendir como supervisor general y vuelve a ganar. A los 5 años, ya jubilado es nombrado miembro del Consejo Escolar.
Una vez retirado del Sistema Educativo, continuó sumido en la docencia. Junto a sus hijos fundó la Escuela de Oficios Newton en calle Entre Ríos de Ciudad, además de dos sedes, en San Martín, (Mendoza) y en Buenos Aires.
Al tiempo, comienza a recabar datos de todas las escuelas nacionales de la Provincia y de todos los involucrados en su creación. Con ello, escribe un libro, que presentó en la Biblioteca General San Martín. En esa presentación, en el discurso, hizo honores a los docentes más destacados en sus escritos. Entregó libros a cada una de las escuelas. Al terminar dijo: “He cumplido con la vida, he traído hijos al mundo, he plantado árboles y he escrito un libro”.
Esta prolífera vida no debe pasar desapercibida. Hoy con noventa y cinco años, llenos de silencios, recuerdos y nostalgias, nos preguntamos. ¿No es acaso un héroe olvidado"
Emma Elisa Serre
DNI 2.513.939