La Argentina cumple hoy doce meses en el matadero y no halla la puerta de salida. La inflación, el riesgo país, la devaluación y la fuga de capitales empeoran. Y todo sobre la espalda de una sociedad que se empobrece.
En 2018 temblaron los emergentes pero la Argentina la pasó mal como nadie. Las causas: debilidad financiera, mala praxis oficial e historia de incumplimientos. El mundo también le facturó la anemia institucional a un país en el que, por ejemplo, sólo el 2% de los casos de corrupción tienen sentencia condenatoria.
Un cóctel de actualidad porque Cambiemos amplificó problemas que había dejado el kirchnerismo- y anomalías históricas hizo recrudecer la desconfianza en el país. Y ese fenómeno se potenció porque la generación de riqueza se reduce con, por ejemplo, la capacidad industrial ociosa en un 42,5%.
Ayer, casi como una extravagancia del destino, se inició un nuevo proceso de desarme de posiciones financieras en el país, con ventas masivas de bonos. La posibilidad de un default no se disolvió ni con el crédito del FMI: el próximo gobierno deberá pagar 185.083 millones de dólares de deuda en sus cuatro años de mandato. Todo parece indicar que lo peor, por dramático que suene, aún no pasó.
Se espera que el campo apure la venta de la cosecha por la liquidación de divisas, pero sobre todo por el cobro de retenciones que viene un 10% abajo del año pasado, cuando hubo sequía. Esto ya obligó a Mauricio Macri a intensificar el ajuste fiscal recortando gastos previstos para obras públicas en el año electoral.
En el Gobierno ya admiten que este año podría no haber equilibrio fiscal. Pero lo que más los desconcierta es el comportamiento de la inflación, dado que no responde a una política monetaria que en siete meses sacó de la calle 1 billón de pesos a cambio de tasas que alcanzaron el 74% anual.
La inflación tomó una tendencia inercial. Es, quizás, lo más peligroso porque nadie sabe cuáles son los factores. Las deducciones oficiales -que vienen marcadas por errores de cálculo- indican que los formadores de precios aumentan mirando hacia atrás. Ese ajuste por el pasado provoca expectativas futuras negativas. Y eso retroalimenta la suba.
Lo que alarma es que Cambiemos suprimió lo que había identificado como raíces de la inflación: el déficit primario se desplomó; se eliminó el financiamiento del Banco Central al Tesoro; las tarifas están ya casi sin subsidios; y se hundió al consumo a costa de una recesión. Y sin embargo los precios avanzan.
Para Macri esta crisis ha sido decisiva: no sólo amenaza su posibilidad de reelección sino que hasta reconfiguró el escenario geopolítico sudamericano en el nuevo eje de poder con los Estados Unidos, dado que el Presidente argentino ha sido borrado como el pretendido líder regional que fue al principio de su mandato.
Lanzado en la campaña, Macri polariza con Cristina Kirchner, la cara del populismo y el quebranto de las variables macroeconómicas que tanto asusta a los mercados. Tanto que la mera publicación de su libro fue leída por la city como un prelanzamiento electoral que ayer aportó a la tensión cambiaria y bursátil.
En esa sobrerreacción se lee que si bien Cristina es el cuco para la city, los inversores ven al Gobierno debilitado y, principalmente, desorientado congelando precios mientras dice que no cree en ello. La incertidumbre política no es entonces sólo por el regreso del populismo sino porque Cambiemos jamás se consolidó como gestión de éxito. El riesgo país sube por lo que viene, sea Cristina o Mauricio.