Distinguieron a mendocinos expedicionarios en la Antártida

Se trata de 119 hombres, muchos de las Fuerzas Armadas y otros tantos civiles, que desde 1963 han pasado alguna temporada en el continente blanco. Anécdotas.

Distinguieron a mendocinos expedicionarios en la Antártida
Distinguieron a mendocinos expedicionarios en la Antártida

“Quienes hemos estado en la Antártida la llamamos ‘la novia fea’: la amamos y no sabemos por qué”, cuenta entre risas Carlos García (46), suboficial de la Fuerza Aérea y quien ya ha participado de cuatro expediciones al continente blanco. Además, este mendocino integra la Asociación agrupación antárticos de Mendoza, entidad que desde 2001 encabeza e impulsa proyectos educativos para difundir todo lo que tiene que ver con el quehacer en aquel continente.

Ciento diecinueve expedicionarios que mantuvieron una relación con esa “novia fea” en algún momento de sus vidas, algunos reincidentes y otros como aves de paso, fueron reconocidos durante la mañana de ayer en la Legislatura. Los viajeros, entre los que hubo personal de las Fuerzas Armadas y civiles, aprovecharon el encuentro para intercambiar anécdotas, abrazos, saludos y sacarse fotos que serán encuadradas y enviadas a las bases argentinas de la Antártida.

Además reconocieron a los dos mendocinos que comandaron la expedición que dio con los restos del avión de Benjamín Matienzo en la Cordillera de los Andes en la década del ‘50 (ver aparte).

Pertenencia

La primera expedición con mendocinos partió al continente austral en 1963 y las misiones se extienden hasta la actualidad. “Los expedicionarios son científicos, médicos, gente del Servicio Meteorológico Nacional y miembros de las Fuerzas Armadas, pero no hacen tareas militares. Cumplen funciones técnicas y logísticas, apuntadas y basadas en el apoyo a la ciencia y a la tecnología”, aclaró García luego del acto de ayer.

El suboficial resaltó que la estadía de cada persona depende de su función y que puede ser de un año, seis meses, dos o simplemente uno. “Es todo un sacrificio el de estar alejado de la familia, de los seres queridos, de los cumpleaños y fallecimientos de ellos. Es un desarraigo muy fuerte el que se vive. Pero a la vez es un magnetismo casi inexplicable el que te atrapa y te hace querer quedarte o volver”, agregó el hombre que ha participado de cuatro expediciones desde 1994.

Justamente desde la asociación que integra fue donde lograron que se apruebe la ley de Mapa bicontinental, que establece que en los mapas de Argentina, el sector nacional antártico tenga la misma escala que el territorio continental. “Si te fijás, la extensión de la Antártida argentina es la misma que la de todo el país, por lo que Ushuaia vendría a ser el centro de territorio nacional”, agregó.

El médico Javier Ortiz (quien viajó en 1996, 1997 y 1999) confesó, a su turno: “Llevo a la Antártida en mi corazón”.

“¿Qué es ser antártico? Si lo buscamos en el diccionario, la definición habla de la persona que vive allá. Pero para quienes estamos acá y hemos ido alguna vez sabemos que es una de las emociones y experiencias más grandes de la vida, comparable con tener un hijo. La Antártida es una zona más civilizada que cualquier otra en el mundo. Y no me refiero a comodidad cuando digo ‘civilización’, sino me refiero al estar siempre para ayudar y saber que siempre va a haber alguien para ser ayudado”, reflexionó el neurocirujano.

Repostero, no reportero

Javier García tiene 48 años, es repostero y ha viajado tres veces a la Antártida desde 1989. La más reciente fue justamente este año, expedición en la que estuvo seis meses en el continente blanco.

“En el comedor de la Base Marambio hay un cartel que dice ‘Cuando llegaste no me conocías, cuando te vayas, me llevarás contigo’ y es muy cierto ese cartel. Estando lejos uno extraña mucho a la familia, pero son sentimientos encontrados, ya que estás enamorado del lugar y por otro lado extrañás y cuando volvés sentís como ese imán que te lleva a querer volver a la Antártida”, contó a su turno el repostero.

Precisamente, es su profesión la que le ha dado una de las mejores anécdotas que recuerda de sus años en las bases argentinas. “Fue cuando estuve entre 1989 y 1990. Cuando estaban dividiendo las mesas y lugares para dormir me preguntaron mi profesión y yo les dije que era repostero, pero por el ruido del helicóptero no escucharon bien y entendieron ‘reportero’. Así fue como me fueron presentando a todos como el reportero hasta que en un momento mi jefe me vio y ahí aclaró la confusión”, siguió García.

Los cumpleaños en la Antártida también son inolvidables. Es que nadie, jamás, podría olvidar la ceremonia que consiste en sacarlo a la nieve prácticamente desnudo o hacerlo volver descalzo al refugio. Es algo que se hace en todos los cumpleaños, religiosamente y sin excepción.

“Las comidas compartidas también son momentos muy lindos. Todos los sábados, por ejemplo, se come pizza con cerveza. Y algunos fines de semana, los que saben cocinar hacen shows de pastas, que es servir seis o siete variedades de pastas con salsas distintas”, agregó.

“Somos todos hermanos, padres y amigos a la vez. Por ahí hay algunos bajones de extrañar a la familia real, pero nunca falta ese amigo que está ahí para levantarte el ánimo. Es fundamental que estemos todos unidos”, sentenció.

El recuerdo del Irízar

El buque rompehielo Almirante Irízar es un ícono de los argentinos antárticos, más allá de que desde 2005 está en desuso luego de que se incendiase.

“Yo he cruzado el Pasaje de Drake (que separa América del Sur de la Antártida) 12 veces y nunca pude hacerlo con buen tiempo. Dos veces pasé con tormentas muy grandes, con olas que pasaban por encima nuestro. Me acuerdo que después de la Navidad de 1996 volvíamos a Argentina y hubo una tormenta tan grande que en lugar de intentar cruzarla, pusimos ‘rumbo sopa’, que consiste en ir montado sobre la tormenta, para que no afecte al buque”, contó el godoicruceño Fernando Dávila (50), capitán de fragata y miembro de la dotación que viajó en el Irízar entre 1996 y 1997.

Su primera expedición fue a Bahía Paraíso en 1985 y 1986, pero este espíritu lo trae como herencia de su padre. “Fue el único mendocino que integró la primera expedición al Polo entre 1953 y 1955, junto a general Pujato. Fueron quienes fundaron la base Belgrano I, que es la más austral del mundo. Y yo quise recorrer los pasos que había hecho mi viejo”, contó.

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