No es una entrevista, es directamente una charla, o más bien una conversación. El encuentro se extiende por poco más de una hora y es suficiente para entender cómo concibe el mundo y el día a día el diseñador industrial alemán Gui Bonsiepe, de importantísimo legado en infraestructura, tecnología e industrialización en América Latina y quien, además, dejó su huella imborrable en Argentina, Chile y Brasil (y la sigue dejando).
Su obra más destacada en Mendoza, y por la que muchos lo reconocen, fue el trabajo de señalización e infraestructura en la década del '70 en el estadio Malvinas Argentinas -que por aquel entonces llevaba su primer nombre, Estadio Ciudad de Mendoza-.
"El trabajo lo empezamos en el '75 y era un concepto muy distinto al que se ve en los mundiales de hoy. Actualmente son tan internacionales que las obras, el diseño y todo se hace con material importado. Pero en el '75, cuando empezamos los trabajos, se priorizó la industria local. Hicimos los carteles, la señalización con chapa perforada para que en los agujeros se colocaran pequeños botones blancos de plástico".
"Ellos formaban palabras como 'Salida' o 'Taxi' para que la gente se informe.Y lo bueno es que, al ser tan simples y hacerse íntegramente en el lugar, no tenían que estar terminados con mucho tiempo de anticipación. Se podía esperar hasta último momento. Los botones que formaban las letras vendrían a ser lo que hoy son los píxeles, pero ni se hablaba de ese término en aquel momento", cuenta con humildad y en un fluido español el creativo de 79 años mientras está sentado debajo de una de las lámparas del Museo de Arte Contemporáneo de Mendoza.
Con su técnica, Bonsiepe desarrolló también el mobiliario de las distintas salas del estadio mundialista de cara a la Copa del Mundo de 1978, siempre recurriendo a material nacional.
"Creo que marcó un hito, porque ya se había hecho una señalización así, con botones, aunque buscaba la idea de transmitir tridimensionalidad en imágenes. Pero no existían precedentes de usar el recurso para hacer carteles señalizadores planos", continúa el teutón.
Su modelo se aplicó también en los estadios mundialistas de Mar del Plata, Córdoba y las dos sedes de Buenos Aires (el Monumental y la cancha de Vélez Sársfield).
En Chile y Brasil, en tanto, contribuyó en la creación de institutos de desarrollo, ciencia y tecnología, con otro desafío entre ceja y ceja: escapar a la tirana y limitada mentalidad de los gobiernos militares de la región, quienes eran contrarios a impulsar las industrias nacionales. "De Chile me tuve que ir con un exilio forzoso", se sincera.
¿Es el diseño sinónimo de revolución, según la óptica de Bonsiepe? "Más que a la revolución, el diseño está vinculado al concepto de utopía. Uno hace diseño porque está disconforme con cómo es el mundo. Si uno viviese en un paraíso, estaría conforme y no querría cambiar nada. Pero no vivimos en un paraíso, es más bien parecido a un infierno, Y queremos cambiarlo, modificar el status quo para mejor", aclara.
Un proyecto truncado
Taciturno y con perfil bajo, con una pequeña mochila (o un bolso un tanto grande) en la que lleva sus pertenencias más urgentes colgando de uno de sus hombros, Bonsiepe inicia un viaje en su memoria hasta fines de la década del '60, cuando llegó a Chile. Y lo relata detalladamente.
"En el '68 llegué a Latinoamérica por un contrato con las Naciones Unidas y me instalé en Chile. Allí trabajé después con el gobierno de Salvador Allende y armamos un grupo de desarrollo industrial con el que creamos el Instituto de Desarrollo Tecnológico de ese país. Fue una iniciativa muy buena, porque creábamos desde juguetes hasta tocadiscos, pasando por maquinaria agrícola, mobiliaria económica y cajas para el transporte de pescado. Y era todo con material nacional".
Todo transcurría en paz, hasta 1973. "El martes 11 de setiembre fue el golpe de Estado. El viernes previo nuestro grupo fue citado a La Moneda para reunirse con Allende, quien quería trasladar el centro que se había inaugurado a esa locación. Pero no fue a la cita y no llamó, y eso me llamó mucho la atención. Después, cuando pasó el golpe, entendí por qué ese día no había ido", relata el especialista.
Cinco semanas después del derrocamiento de Allende, Gui se vio prácticamente empujado a abandonar Chile. "Unos días antes, los militares nos habían convocado a todos los funcionarios. Recuerdo que fui y nos pusimos todos en fila. A muchos se los iba haciendo salir y ahí los golpeaban con los fusiles. Tuve suerte de que a mí no me sacaran. Otro día me llamaron aparte y me tuvieron en un interrogatorio de casi cuatro horas. Me di cuenta de que no podía seguir así y mi esposa inició el contacto con el cónsul alemán en Chile, y me fui", sigue con el relato.
Los cambios de aire en su vida llevaron al diseñador a traer el amor por la industria nacional y el diseño a Argentina. Y los trabajos en los estadios mundialistas son una clara muestra de ello.
"El del '75 era un gobierno peronista, que apostaba por los productos nacionales y quería reforzar la industria local. Fue histórico que se me contrate para hacer los carteles, es algo que no se había hecho nunca ni se volvió a repetir. Pude preparar esa técnica, pero el contexto no era el mejor. Argentina era el único país que aguantaba, mientras los otros países de América del Sur pasaban dictaduras. Y en el mundo era plena época de Guerra Fría, con Estados Unidos controlando todo y con miedo a que se repita lo de Cuba", agrega en el desarrollo de la charla.
Al igual que ocurrió en Chile, Bonsiepe fue notando cómo el gobierno de Jorge Rafael Videla (con Martínez de Hoz a la cabeza de las políticas económicas) renegaba de la industria local para ceder ante las importaciones. "Fue lo mismo que ocurrió con el menemismo. Argentina en los '60 era líder en diseño industrial, más avanzada aún que muchos países europeos. Pero eso se perdió cuando se priorizaron las políticas cambiarias. El proyecto de los estadios para el mundial del '78 prosperó porque se hizo antes de los militares, de eso no me caben dudas", reflexiona.
En el Malvinas fueron pocas las cosas que excedieron la industria nacional. Entre ellas se destacan las butacas y la tecnología de las torres de iluminación.
"Las butacas se hicieron con material importado de Austria. Tenía que ser un plástico especial, que aguantara el calor y las inclemencias climáticas de Mendoza. Por un amigo yo sabía que se habían hecho unas especiales para los Juegos Olímpicos de Munich en 1972, por lo que pedí que se importe un acero especial para inyección de las butacas y se imitaran las de Munich. Nos aseguramos de que no haya burbujas de aire ni ninguna imperfección".
En medio de la reunión hace una pausa y se entristece un poco al enterarse (porque no ha visitado el Malvinas renovado) que esos carteles y esas butacas ya no están en el lugar. "Ojalá, al menos, estén bien guardados en un depósito", agrega.
El diseño, hoy
Luego de pasar por Chile y Argentina, una vez más espantado por los militares, Bonsiepe llegó a Brasil (1981). Allí fue contratado como asesor del Consejo de Ciencia y Tecnología de ese país. "Era rarísimo, porque había científicos e ingenieros, pero no tenían diseñadores industriales. Me pidieron colaboración para hacer el plan de desarrollo tecnológico de Brasil y se creó un laboratorio de diseño industrial para preparar a profesionales en el lugar", sostiene.
Años más tarde viajó a Silicon Valley, EEUU. Fue en 1987, en la época en que Apple ya había maravillado al mundo con su primera Macintosh y las computadoras personales iniciaban su auge. Eso le sirvió para especializarse en el rubro y regresar a su Alemania natal para tomar una cátedra sobre computadoras y nuevas tecnologías.
Desde su lugar, el diseñador industrial alemán está convencido de que su profesión es sinónimo de autonomía. "Por eso no es bien visto por los países hegemónicos que evolucione en América Latina, por ejemplo. Porque ellos quieren que esos países sólo sean exportadores de commodities, de soja, de trigo... Pero lo bueno del diseño es que está orientado en contra de ese proceso negativo y nocivo", se envalentona.
Hoy, alejado de la práctica propiamente dicha, se ha dedicado a los libros (ha escrito dos y va por el tercero). Sin embargo, su objetivo no es centrarse en la teoría en sus escritos, sino ampliar lo empírico.
"Estoy un poco preocupado, porque la enseñanza del diseño se ha transformado en un negocio, en una moda. Se popularizó de tal modo que hoy ha sido contraproducente. Porque la manicura hoy se denomina 'diseñador de uñas' o el peluquero 'diseñador de cabello', por ejemplo. Actualmente el diseño se está vinculando a algo efímero, frívolo y me preocupa. El mercado es importante, pero hay necesidades que están por afuera, como ocurre con el medio ambiente. No todo se resuelve en el mercado".
Para el cierre, deja un razonamiento más que interesante. "Varios colegas europeos me preguntaban por qué me fui y me vine a América Latina. Y tienen todo su derecho a cuestionarlo, discutirlo. Pero yo lo hice porque me di cuenta de que había muchas cosas para hacer. Y las hay todavía. Si viviera otra vez, haría lo mismo que hice".