Hace pocos días destacábamos en nuestras páginas de la sección Vecinos, la inauguración de un salón comunitario en el barrio Antártida Argentina, del distrito General Belgrano (Guaymallén).
Aunque los municipios realizan obras para la gente, lo que está fuera de discusión, en estas circunstancias, es que la obra de más de 400 m2 fue realizaba por la unión vecinal del lugar, llamada Amistad.
En una palabra, la comunidad dio respuesta a las necesidades e inquietudes de los moradores de un barrio.
A partir de la inauguración de ese complejo, los pibes de la zona pueden practicar distintos deportes y los grandes también tienen un ámbito de reunión y programación de otras actividades, de las cuales no están excluidas el esparcimiento, el entretenimiento y el sencillo almuerzo de camaradería.
Ponemos de modelo lo ocurrido en el barrio Antártida Argentina porque, por razones de espacio, no podemos abarcar todo el universo de ejemplos del gran Mendoza y la provincia misma en este tipo de acciones, donde los dirigentes vecinales aparecen con determinación para encauzar ideales y desarrollos de infraestructura.
En esa parte del populoso Guaymallén advertimos la presencia de un vecinalista de fuerte compromiso y largo camino en estas lides, como es Héctor Antinori, quien a sus 80 años sigue trabajando por el mejoramiento de la vida barrial.
Del mismo modo, en otro departamento al sur del nombrado, en Luján de Cuyo, hace poco la Municipalidad del lugar destacó la labor de décadas de José Félix Riccardi quien, a sus 83 años, no resigna el reclamo justo para la barriada que habita y no trepida en ser gestor de otros requerimientos, que bien puede ser el agua potable que se pierde en algún lugar u otra falencia en cualquier espacio público, más allá de su lugar de residencia.
Por algo, a Riccardi lo bautizaron con el apodo de "Tábano", debido a su persistencia en reclamar lo que considera justo.
Antinori y Riccardi no se conocen pero representan similares papeles y han contribuido con su gestión a mejorar las áreas donde les toca residir.
Las relaciones vecinales forjan el diario vivir, y es así que comunidades desmovilizadas y despreocupadas por sus vecinos, no avanzan hacia el desarrollo local y esa modalidad de convivencia es causa de una vida barrial que tiende a la desintegración, al desinterés y a la escasa o casi nula participación.
Afortunadamente la provincia de Mendoza tiene muchos puntales como los que hemos descripto, y esa función interactiva la cumplen tanto hombres como mujeres, ya que estas últimas nutren los cuadros dirigenciales con mucha convicción y compromiso.
Son entonces a esos representantes a los que dirigimos estas líneas de reconocimiento. Ellos se han opuesto en forma convincente al deterioro del medio ambiente, dedicándose a conseguir obras de infraestructura, a fomentar la pertenencia del vecino con su área local, y a procurar alejar a los niños, adolescentes y jóvenes de la delincuencia, la drogadicción y el alcoholismo, entre otros problemas sociales.
En estos grandes dirigentes vecinales el mayor logro ha sido poder organizar a su comunidad detrás de necesidades o demandas concretas: cloacas, luz, asfalto, tarifas, comedores sociales y mucha dedicación a los planteles juveniles.
Lo que en principio parecieran ser problemas de una familia o individuales, estos conductores sociales con algún tipo de liderazgo logran asociar a los vecinos para concretar sus anhelos a través de la unión vecinal, la cooperativa de agua, los clubes de barrio y tantas otras formas de asociación.
El problema que se plantea en la actualidad es saber quién los remplazará porque, si bien hay muchos jóvenes agrupados que ayudan en comunidades vulnerables, en general se aprecia que falta una generación de recambio que pueda continuar el legado de aquellos hombres y mujeres que, como Antinori y Riccardi, dedicaron gran parte de la existencia al desarrollo comunitario.
