Las obras que, a partir de mediados del siglo XVIII, se realizaron sobre el curso de la “Acequia de la Ciudad”, de poco sirvieron para controlar las inundaciones estivales. Cuando en 1776 Mendoza, formando parte de la Provincia de Cuyo, pasó a depender del Virreinato del Río de la Plata, y dentro de éste a la gobernación de Córdoba del Tucumán, se retomó el tema del control del sistema hídrico.
El gobernador Rafael de Sobremonte fue quien tomó la iniciativa de realizar una obra de mayor envergadura en la boca del río, aguas arriba, como solución radical al problema de la regulación del entonces Zanjón (actual canal Cacique Guaymallén). Según el ingeniero hidráulico Jacinto Anzorena, Sobremonte se habría dado cuenta de que, para remediar los estragos producidos por las inundaciones del río y del zanjón, era indispensable solucionar tres problemas fundamentales:
-La regulación de la entrada de las aguas de riego al canal y desviación de las excedentes por el cauce del río hacia abajo.
-La forma de impedir que los materiales de acarreo, tanto del propio río como de los cauces secos que vienen del oeste, invadiesen el cauce del zanjón formando los embanques tan perjudiciales al libre curso de las aguas.
-El desvío de las crecientes que bajan de los cerros, o la adaptación del canal principal para recibirlas.
Descripción de la obra
La “toma y puente” que se construyó consistió en un dique distribuidor de las aguas del Río Mendoza, con una toma de aguas para la “Acequia de la Ciudad” (actual Canal Zanjón) y un derivador de los sobrantes, que devolvía el agua innecesaria al río. La propuesta de Comte, que fue la que se materializó, tenía la particularidad de utilizar la obra también como puente; posibilidad que se presentó como una ventaja (entre otras), y por la que se la prefirió frente a la propuesta y oferta de Corvalán. El contrato de construcción de la obra fue firmado en Mendoza el 18 de octubre de 1788.
A pesar de lo estipulado, la obra no se realizó tal cual se había proyectado, ni se tuvieron las precauciones constructivas y refuerzos estructurales que, dadas las características del emplazamiento, se hacían indispensables para resistir a los embates del río. La construcción estuvo sembrada de inconvenientes que comenzaron luego de las desinteligencias que surgieron entre el contratista Comte y su fiador Espínola.
El 5 de agosto de 1791, una comisión “ad hoc” realiza un prolijo detalle de las presuntas fallas e incumplimientos en los cuales ha incurrido el fiador Espínola. La obra realizada fue de inferior calidad que la proyectada, según se desprende tanto del descargo de Espínola, como de la inspección realizada por los cabildantes mendocinos constituidos en comisión.
Hacia octubre de 1792, se insiste en los arreglos con el nuevo arquitecto Jaime Roquer. En 1795, 1797 y 1798 hay nuevas reparaciones que conducen a nuevas frustraciones hasta que, finalmente en este último año, se dan por terminados los intentos de rescatar la obra de la toma y puente de los españoles.
Según Anzorena, el primero de estos problemas sólo quedó solucionado definitivamente recién con el dique que, 3 km aguas debajo de la Toma, construyó el ingeniero italiano Cipolletti durante el gobierno de Tiburcio Benegas (1887/89). Los otros dos, sin embargo, no pudieron ser resueltos por el tipo de solución técnica elegida por Cipolletti. Nuevamente el régimen del río volvió a traicionar las expectativas de los mendocinos para controlar sus aguas y se llevó puesto el dique construido por Cipolletti, el que debió ser reconstruido por el Ing. Conalbi. A pesar de ello, el actual dique lleva el nombre del Ing. Cipolletti.
Debería esperarse entonces a las primeras décadas del siglo veinte para dar una respuesta acertada a los problemas de regulación de las aguas del río Mendoza.