“Dios mío, Charly se murió” - Por Laura Antún

“Dios mío, Charly se murió” - Por Laura Antún
“Dios mío, Charly se murió” - Por Laura Antún

Viernes 3 de marzo de 2000. Decenas de periodistas de Mendoza esperaban en la vereda del hotel Aconcagua la conferencia de prensa del entonces ministro de Trabajo de la Nación, Alberto Flamarique. Sabíamos que Charly estaba en el hotel, encerrado después de tener otro episodio con la Policía de Mendoza, una especia de ‘Utah mormona’ para el genial músico.

Charly ya había estado en una comisaría mendocina en 1987, cuando lo detuvieron por bajarse el pantalón en un recital. Ese 3 de marzo acababa de salir de otro destacamento y de pagar una fianza, imputado por “abuso deshonesto y lesiones leves” luego de una reyerta con una fan en el bar La Reserva.

Inés Animale, Alejandro Constanzo (TN), Marcos Álvarez -hoy corresponsal de TN en Miami-, Gustavo Chirino de Canal 9, Los Andes y el camarógrafo de Canal 7 Daniel Raquela esperábamos en la vereda de San Lorenzo cuando Raquela, rápido en reflejos, encendió la cámara y tomó la única filmación disponible del video más célebre del rock nacional.

Desde la vereda no se veía la pileta. Vimos caer a Charly mientras esperábamos una conferencia de prensa de rutina. Vimos morir al genial compositor de “Nuevas Olas” y “Alicia”. Se nos heló el corazón. ¿Dónde cayó? ¿Qué pasó? “Se murió”, gritaban.

Flamarique quedó solo y los periodistas corrimos a la pileta, para ver qué había pasado con el máximo ídolo del rock nacional, que no pasaba por su mejor momento, que rompía cosas, que no acababa los recitales y se iba del escenario.

Y allí estaba Charly: nadando, en una pileta minúscula, no apta para saltar de un noveno, con un porta CD -si, era la época del CD- con firma de gato Silvestre flotando con él. Había usado el mueble para practicar, para lanzarlo primero.

Estaba vivo. Con las uñas pintadas de rojo, con sus larguísimos dedos irregulares y con apariencia de artríticos, de alguien que nunca dejó de tocar el piano desde que aprendió a caminar.

Después se vistió, cruzó hacia la vereda, dijo un par de frases y dejó entrever que estaba “harto” de tanta estupidez -los periodistas siempre hacemos preguntas estúpidas como “¿por qué te tiraste?”-.

Volvió a la habitación y se fue al aeropuerto, donde compró un pañuelo de seda para un brazo que le había quedado muy golpeado. Y dijo “chau Mendoza, hasta nunca”. “Lo hice por vos”, confesó ahora. Por el comisario que lo detuvo y que le dijo que, muy correcto él, era un ciudadano común como todo el mundo. Charly no se quedó callado: “Yo no soy igual al resto, yo soy un genio”.

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