Acá no hace falta caer en una discusión religiosa ni ahondar en si uno es creyente o no. La práctica de alguna religión (la que fuese) se convierte en algo meramente secundario. Porque acá el foco se desvía hacia lo humano; ni siquiera lo ético o lo que corresponde.
Desde ayer, “los chicos y chicas del Próvolo” ya no son solo denunciantes ni presuntas víctimas (o sobrevivientes, como ellos mismos con mucho valor se han definido). La Justicia confirmó con una condena histórica que Nicola Corradi y Horacio Corbacho (dos curas que decían ser los emisarios de Dios en la Tierra) y que Armando Gómez cometieron efectivamente múltiples abusos sexuales contra estos sobrevivientes sordos, cuando todos eran menores de edad. Y que son dos sacerdotes y un ex administrativo, pero también monstruos predadores sexuales, que cometieron daños -en muchos casos irreparables- a estos jóvenes. Esos mismos tipos que durante 112 días entraron a la sala donde se los juzgaba con custodia penitenciaria, siempre portando la misma expresión en sus rostros. Literalmente, cara de nada.
Corradi siempre adelante, con esa mueca casi de personaje siniestro de película de terror; con el ceño fruncido y glaucoma en un ojo mientras lo llevaban en la silla de ruedas. Atrás, Gómez, casi encorvado y con la mirada perdida en el vacío. Y Corbacho, que intimida por la altura; pero también por esa mirada altanera que parece evidenciar que no termina de entender por qué está en juicio. Como si fuese ajeno a los 13 hechos por lo que fue condenado. Sí, las mismas caras inmutables que mantuvieron mientras se enteraban de que iban a seguir sus días en prisión.
La condena de la Justicia trae algo de calma a los sobrevivientes, una dosis de esa tranquilidad que vienen exigiendo -unidos y fuertes- desde el 25 de noviembre del 2016. Sin embargo, aún resta la condena de la Iglesia. Del Vaticano, para que haga público el estado de la investigación eclesiástica que está en marcha sobre los curas; y del Papa Francisco para que -aunque sea públicamente- condene a Corbacho y a Corradi, y envíe sus condolencias a esos ex alumnos y alumnas.
Pero los sobrevivientes no aflojan; y menos ahora. Ni tampoco las intérpretes de Lengua de Señas, pilares fundamentales de la causa (sin ellas no había denuncias, ni causa, ni juicio). Muchos de ellos y ellas siguen creyendo en Dios; y -como sostuvieron ayer- insisten en que Dios no está ni estuvo nunca en los dos curas; pero que sí estuvo en la condena de los jueces. Que Dios está en esos detalles, y que estará con ellos en los próximos dos juicios que se vienen dentro del Caso Próvolo, y que tiene precisamente a dos monjas entre las otras imputadas. De paso, agregan, creen que su Dios tampoco está en esas dos religiosas.