Dios y el diablo en Roma

Convencido de que es el protagonista de una gesta fundacional, Francisco Pérez no escatima euforia en su tarea.

Dios y el diablo en Roma

Convencido de que es el protagonista de una gesta fundacional, Francisco Pérez no escatima euforia en su tarea. Abreva en la mística de una construcción política que resultó atractiva en 2003, pero que luce desvencijada en 2014 y que, pese a ello, no muestra atisbo alguno de autocrítica.

Por el contrario, él mismo se pone como prueba de fe de la “transformación” operada en el país. A quienes lo escuchan, les recuerda que hasta una provincia conservadora como Mendoza se rindió ante los designios de esa fuerza rupturista, que dividió las aguas de una sociedad de la misma manera en que dividió a los partidos, a las dirigencias, las centrales sindicales y, en definitiva, a los argentinos todos.

Si el kirchnerismo hace gala de la recuperación de la política tras la eclosión del contrato social que significó la crisis de 2001, es bueno recordar que la candidatura de Pérez fue una exacta dosis del pragmatismo “dedocrático” que imperó en el PJ para enfrentar un comicio que aquí debería haber significado la continuidad o no de la apaleada gestión de Celso Jaque.

En ese entonces, traccionó la elección presidencial que aparejó la reelección de Cristina Fernández con el 54%. Bajo su ala, llegó Pérez.

El apogeo

Así, el entonces ministro y candidato oficialista se jactaba de haber ganado en la rosca partidaria a otros con más méritos como Alejandro Cazabán y Guillermo Carmona. Su eficiencia fue contar con el aval del omnipresente operador Juan Carlos “Chueco” Mazzón, y la protección de dos reyes magos ad hoc, que describían el clima de época de ese fulgor K: Amado Boudou y Diego Bossio.

La victoria fue como la resurrección de Lázaro para el peronismo mendocino y operó en Pérez como una fuerte dosis de energía para enfrentar tanto la gestión como la política. Eran tiempos de euforia, promesas diarias, fotos distendidas, pasillos lustrados y viajes frecuentes al nido del poder.

Eran tiempos de pensar -incluso- la proyección nacional del que entonces buscaba mostrarse como un gobernador joven, de una provincia importante, 100% alineado con la Nación y capaz de garantizar al kirchnerismo un trasvase generacional que asegurara muchas más “décadas ganadas”. Nada de referente de un Estado con historial conservador, sino -lisa y llanamente- “un soldado de Cristina”.

Los padecimientos

Pero poco de lo imaginado sucedió, en especial cuando los problemas de la gestión local y las inconsistencias del modelo nacional comenzaron a ser puestos de manifiesto -incluso con masivos cacerolazos-.

El desvarío económico que significó el imperio de Guillermo Moreno (quizás la mayor “bestia negra” de este ciclo) dejó atadas de pies y manos también a las provincias y los gobernadores oficialistas que debieron padecer, sin derecho a consulta ni a defensa, las trabas, los cepos, el control cambiario, las manipulaciones estadísticas y el estigma cada vez más profundo de la inflación.

Todo ello, sin ni siquiera poder sincerar índices ni promover políticas alternativas o encarar acciones que contradijeran “el relato”. Mucho menos, hacer frente a la inseguridad. Eso hubiera significado hablar de pobreza, delito y desocupados, cosas que en la Argentina de Néstor y Cristina, eran edemas del pasado. A partir de allí, esa negación también fue la cruz de Pérez.

El repaso de 2013 está más fresco en la memoria. Las derrotas en las PASO y en las elecciones generales de octubre dieron cuenta de que aquello que se marcaba desde éste y otros espacios críticos sobre la marcha del gobierno, estaba en sentido correcto. Aún así, el duro golpe electoral apenas alcanzó para un tibio y tardío recambio ministerial y la creación de un nuevo sector interno en el oficialismo: el “paquismo”.

Es que la creciente frialdad entre Pérez y su vice, Carlos Ciurca, también arrastró al aislamiento de la gestión con el partido de gobierno y, lo que es peor, con el sistema de poder territorial con el que el PJ busca horizontalizar sus decisiones.

No son casuales entonces los sucesivos y recurrentes encuentros que en los últimos tiempos han tenido, como protagonistas, a los intendentes peronistas con un mensaje común: defender la gestión. Frente a un escenario cada más que difícil tras la devaluación de enero, el instinto se impone a la disputa.

El calvario

Lo cierto es que si alguien aventuraba un 2014 adverso, seguramente se quedó corto. El duro calvario se inició en enero con la discusión presupuestaria que aún hoy no se logra destrabar. Esta semana, la jugada del oficialismo consistió en encontrar un resquicio para modificar la Ley de Contabilidad y lograr acceder así al endeudamiento que la oposición le negó en Diputados.

En el medio, el proyecto había dormido en el Senado y hasta había tenido una propuesta alternativa de un sector de la UCR que finalmente no prosperó. Este atajo que parece haber encontrado ahora Pérez para gastar y endeudarse sin Presupuesto, anticipa una batalla política y jurídica de proporciones casi escandalosas, pues desde la oposición ya adelantaron que no sólo “consagra la discrecionalidad” en el Estado sino que también es inconstitucional.

Este “presupuesto reconducido” o “muletto”, como tildaron los detractores, es un capítulo más de las dificultades de financiamiento que ha enfrentado Pérez, sólo que mañana la Legislatura podría convertirlo en ley apenas con mayoría simple.

De hecho, hace días el propio diario La Nación dedicó a Mendoza una editorial sobre la manera laberíntica en que se ha manejado el gasto público. Claro está, todo ello en un contexto donde el discurso oficial -además- ha sido contradictorio respecto a si la Provincia (pese a la fragilidad de sus números) deberá pagar o no por las acciones que tiene en YPF tras la expropiación.

Sin embargo, el dolor de cabeza más grande para el gobierno sigue siendo el cierre de las paritarias. El festejo por el acuerdo con el SUTE duró poco ante la intransigencia que siguen observando ATE, Ampros y los Judiciales. En ese sentido, se equivocarían los funcionarios si creen que el resto de los gremios aceptarán con la facilidad que los maestros cerraron su aumento.

Esa lectura hizo también rápidamente Ciurca quien no sólo recibió a Raquel Blas y compañía sino que, además, desautorizó al ministro Matías Roby, a esta altura un verdadero obstáculo en la negociación.

Sobre el titular de Salud, el vice dijo que era “un actor de reparto” y reiteró la apuesta al diálogo cuando el propio Roby ya hasta le había puesto fecha al incremento por decreto que todavía no se produce. En esa misma línea actuó luego el ministro político Rodolfo Lafalla y probablemente de esas negociaciones fructifique lo que en la paritaria se estancó con fiereza.

Es que a Roby los gremios no sólo le achacan su desconocimiento de lo público, sino que el vínculo parece roto tras los pedidos de rinoscopías a la dirigencia sindical. Rápida de reflejos, la política tomó nota del deterioro y tendió puentes para salvar la situación. Aunque en el camino, el ministro y amigo íntimo de Pérez quedó -a meses de haber asumido- con escaso margen de maniobra.

Para más problemas, Pérez apuesta a que el Plan de Ordenamiento Territorial sea uno de los ejes principales de su próximo discurso el 1 de mayo en la Legislatura. Pero las inconsistencias de sus funcionarios, y las indefiniciones de su gestión, transformaron una iniciativa necesaria en un nuevo escenario de disputa.

La audiencia pública de esta semana fue impugnada por izquierda y por derecha: ambientalistas y mineros creen que el Estado los abandona. Y, lo que es peor, que son cómplices de unos o de otros, cuando en realidad Mendoza está quieta y no avanza en ningún sentido.

En búsqueda de la salvación

Tal vez para expiar tantos males, el próximo miércoles Pérez recibirá la bendición papal en Roma. Allí, junto a Francisco, buscará una foto que lo eleve de esta pastosa e ingrata coyuntura terrenal. Hasta allí llegará el dirigente que se identifica con la audacia, pero que en los hechos termina peregrinando como el más típico de los mendocinos.

Pero además, el gobernador buscará, como todo político argentino que se precie, acercarse a la empatía que la figura de Jorge Bergoglio genera en los católicos en general, y con ellos los mendocinos.

Claro está, también “podría” reunirse con el inefable Moreno, exiliado del modelo y ahora embajador comercial en Italia, tal vez para seguir demostrando que, pese a los tropezones, Pérez está más cerca de la reincidencia ante la misma piedra que de la divina tentación de esquivarla.

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