Los datos del Indec, basados en niveles de ingresos, ponen de manifiesto el impacto de la inflación sobre el poder adquisitivo de los salarios. Esto demuestra el aumento de los niveles de pobres por ingresos en el segundo semestre del año 2018. La medición publicada unos días antes por el Observatorio de la Deuda Social, de la Universidad Católica Argentina es multidimensional, porque no solo toma los ingresos, sino que también mide acceso a servicios básicos como agua, cloacas, luz, educación, asfalto, salud y otros que conforman una ecuación más compleja.
En números redondos, la pobreza está en el 32% a fines de 2018, el mismo número que a fines de 2015 y salvo algunas ocasiones donde el nivel de actividad mejoró, la pobreza por ingresos disminuía dos o tres puntos, pero siempre vuelve al núcleo original. Ese 30% es un nivel de pobreza estructural, que tiene franjas muy graves de indigencia, donde las familias no alcanzan a cubrir la canasta básica alimentaria.
La pobreza es sinónimo de falta de educación o carencia de niveles adecuados para que la población surgida de esos estratos pueda tener aspiraciones a subir en la pirámide social, la famosa capilaridad social que caracterizó a la Argentina hasta la década de los ‘60. Obvio, los pobres son los que más rápido caen en el desempleo o subempleo y son víctimas de trabajos precarios, no registrados, por lo que tampoco acceden a obras sociales ni acumulan aportes jubilatorios. Muchos de estos pobres ya registran varias generaciones en las mismas condiciones, por lo que es posible advertir una herencia afectada por desnutrición, falta de escolaridad o enfermedades.
Las recurrentes crisis económicas han generado una movilidad negativa, es decir, hay cada vez más familias dentro de la franja de la pobreza y las políticas económicas no permiten avizorar un cambio rotundo en el corto plazo. Según un estudio publicado entre varias instituciones para hacer una caracterización de los niveles socioeconómicos, a partir del nivel de consumo, la actual clase alta (ABC1) tiene niveles medios de ingresos mensuales de $260.000; la clase media alta (C2) con ingresos mensuales promedio de $80.000; la clase media baja (C3) tiene ingresos mensuales promedio de $42.000; la clase baja superior (D1) registra ingresos promedio mensual de $25.000 y la clase baja inferior tiene ingresos de $15.000.
Si bien la pobreza es multimensional, el hecho de que las mediciones del Indec muestren un dato similar al de 1988 pone de manifiesto no solo el estancamiento sino el fracaso rotundo de las políticas tendientes a proteger la economía y a estimular la distribución del ingreso con gasto público. Hablamos de distribución del ingreso y no de la riqueza porque en los últimos años no se generaron riquezas.
Pero la pobreza no es solo un problema de los pobres, sino de toda la sociedad en su conjunto. La pobreza nos califica como sociedad. La aplicación de estas políticas populistas fue posible por decisión de los ciudadanos que eligieron ese camino, que creyeron en la mentira del proteccionismo. Los distintos gobiernos aplicaron políticas de “bienestar social” o “desarrollo social” pero en lugar de disminuir la pobreza aumentaron la burocracia de la pobreza, que se lleva el grueso de los fondos y con lo poco que quedaba tratar de brindar alguna ayuda alimentaria para que el pobre siga igual pero comiendo algo.
Los empresarios deberían ser los primeros en preocuparse y exigir políticas tendientes a disminuir este flagelo y contribuir para ello. De esta masa de pobres surge la oferta de trabajadores para sus empresas.
Si estos trabajadores no tienen condiciones de salud ni de educación adecuados, si sus familias no tienen garantizadas seguridades básicas de alimentación y salud, se verán seriamente limitados a la hora de incorporar cambios tecnológicos porque, simplemente, no tendrán personas para contratar. Si los dirigentes sindicales no toman cartas en el asunto seriamente y se sientan con el Estado y los empresarios para atender este problema seriamente, verán achicar las dotaciones de sus afiliados los cuales quedarán en manos de organizaciones informales.
El problema es grave y tanto la dirigencia política, sindical, empresarial y social deben estar a la altura de las circunstancia. Es hora que a los que dirigen les duela de verdad la pobreza de los pobres.