Dime qué lees y te diré quién eres

Dime qué lees y  te diré quién eres

Todos hemos oído decir que a una persona se la puede prejuzgar por sus gustos, por cómo viste o por quién está rodeado; pero creo que la mejor presentación para una persona es su nivel de cultura, y aquí quiero dejar en claro que cultura no es sinónimo de posición social sino de capacidad. Vale aclarar que no existen personas inteligentes o personas no inteligentes sino que existen personas atentas y no atentas, porque “el que atiende, entiende y el que entiende, aprende.”

Existen hombres pensantes, hombres cultos, hombres  curiosos y hombres tercos; pero también los hay vacíos, necios o simplemente muertos. Estos últimos serían, a mi parecer, aquellos que están absolutamente faltos de cultura, no por no poder, sino por no querer cultivar su inteligencia. Erróneamente consideramos como superiores a las personas de renombre, sí; pero debo decir que he conocido en mi vida a personas que sin faltarles recursos, posesiones ni tiempo, nunca han tocado un libro más que aquellos que obligadamente, con pesar y en algunos casos sin sentido, han sido lectura obligatoria de algún colegio o universidad a la que pocos realmente asistieron pero que fueron motivos suficientes para creerse seres superiores, inteligentes y hasta perfectos; estas personas son para mí personas muertas, como decía F. G. Lorca: “Tienen un alma muerta [...] porque no tienen ni un germen de idea”1.

Y me atrevo a agregar que es más muerto aún el que carece de interés. También he conocido personas que con o sin grandes ambiciones, tienen el interés y curiosidad necesarios para comprender que lo que nos lleva al éxito es una mente brillante, a la cual se llega mediante lectura, estudio, preguntas, discusiones y  la asimilación y aceptación de errores.

Podemos decir, como es sabido, que algunas personas teniéndolo todo, no tienen nada o  que no tienen nada y lo tienen todo. Déjenme decir, pues, que quien elige un libro lo tiene todo.  Esto puede sonar absurdo, pero entre líneas expreso que quien elige un libro, tiene un alma viva, una mente despierta. Los libros despiertan de a poco nuestro razonamiento, la lógica, la imaginación y el entendimiento; y no basta para esto solo leer y repetir palabras, pues si al leer un libro no has experimentado sentimiento alguno, entonces no has leído. Hablo aquí de la lectura completa, la cual involucra al alma y que permite entonces cultivar la inteligencia.

Quisiera sin embargo hacer énfasis en un asunto: no debemos obligar a nadie a leer; esto sería un crimen, un atentado hacia el interés de las personas, debemos en cambio fomentar esa curiosidad y enseñar a leer. Borges solía recomendar a sus alumnos que si un libro los aburría dejaran de leerlo, porque no hay que leer un libro solo porque es famoso o es antiguo. “La lectura debe ser una de las formas de felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz”2.

Afortunadamente vivimos en una época en la que la diversidad de ofertas literarias es incontable. Entonces no obliguemos a alguien a leer un “clásico literario” o nuestro libro favorito, porque no importa si leemos tal o cual libro de poesía o religión o  si elegimos tal o cual autor, el solo hecho de leer un libro es, en abundancia,  el despertar de nuestra conciencia. No importa ya si elegimos buenos o malos libros, buenos o malos autores o si leemos solo un best seller (el que no tiene por qué ser un mal libro). Lo que importa es que le demos lugar a la lectura; es mediante ella y la elección de lo que leemos el modo en que vamos conociéndonos a nosotros mismos.

Recomiendo comenzar por leer algo que nos guste mucho, ya sea un artículo de revista o un trillado libro para adolescentes. Poco a poco, nuestro interés es más selectivo, nuestra curiosidad más profunda, la elección de nuestros libros más parecidos. Contamos hoy con recomendaciones de críticos literarios o de apasionados por la lectura como lo son los ‘booktubers’, que nos pueden ayudar a elegir qué leer en caso de no saber por dónde empezar.

Un libro nos da la libertad suficiente para viajar en el tiempo, en el espacio, crear nuestros propios escenarios y crear el aspecto de cada personaje como más nos plazca, y cuando  contemplamos que no existe barreras en la imaginación que es avivada por la literatura y cuando  al fin entendemos que los libros son los que nos sirven de maestros, entonces hemos aprendido a leer. Aquí podemos definirnos a nosotros mismos en base a lo que leemos.  Puedo descifrar cuál es el mayor interés de una persona que acabo de conocer con tan solo preguntar qué lee;  tal vez novelas o poesía, quizás historia o filosofía, posiblemente le interese más la ciencia o la religión o tal vez elige la lectura según su ánimo del momento. Lo cierto es que, como dijo Nicolás Avellaneda: “Cuando  oigo que un hombre tiene el hábito de la lectura, estoy predispuesto a pensar bien de él” sin discriminar estilos o preferencias.

Procuremos leer mucho y bien; comencemos lo antes posible, porque llega un momento en la vida en el que el futuro es más pequeño que nuestro pasado y, entonces, todo lo realmente bueno que hayamos leído servirá para saber elegir en qué merece la pena gastar nuestra moneda más valiosa: el tiempo.

1- “Dime que lees y te diré quién eres” (Federico García Lorca)

2- Entrevista de J. L Borges

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