El caso de un niño de cinco años que fue internado la semana pasada en el hospital Notti con hemorragias y lesiones en el cuerpo -hecho por el que quedó detenido su abuelastro- es el caso más reciente que evidencia la gravedad de la violencia sexual que padecen muchos chicos en nuestra provincia.
Lejos de ser revertido en Mendoza, el abuso sexual cometido por adultos hacia niñas y niños se ha transformado en una problemática preocupante: al menos diez casos por día, en los que las víctimas son menores de 14 años, son encarados por el Equipo de Abordaje de Abuso Sexual que depende del Ministerio Público Fiscal.
A partir de las denuncias recibidas desde las comisarías, el grupo de profesionales en salud mental es el encargado de realizar el seguimiento de las personas afectadas. Su función, a diferencia del Programa Provincial de Maltrato Infantil (línea 102) es investigativa, por lo que una de las herramientas clave es la declaración de la niña o niño a través de una cámara Gesell.
El psicólogo Francisco Izura, jefe del servicio, detalla que del total de hechos denunciados, la mitad corresponden a violaciones y la otra mitad son tocamientos y situaciones en que se busca corromper al o la víctima.
Entre los datos que dio a conocer Izura figura que en un 70% de los casos las personas afectadas son niñas y el 30% restante son varones. En tanto que en el 90% de las situaciones es nada menos que un varón del entorno familiar o inmediato el abusador o violador: padre biológico, padrastro -en la gran mayoría de los casos- abuelo, abuelastro, tío, vecino, entre otros.
En este sentido, la madre o persona de confianza del pequeño o pequeña tiene un rol fundamental, ya que ésta será quien perciba las señales. Su obligación, de hecho, es denunciar lo ocurrido para que se realice la investigación necesaria y se tomen las medidas judiciales urgentes.
El primer paso es radicar la denuncia en la fiscalía más cercana y llamar a la línea gratuita 102, para que intervengan los equipos de salud del hospital Humberto Notti.
"Puede haber un vecino, un allegado a la familia, un docente que observa algunos indicadores", detalla Izura, y explica que entre las señales psicológicas que puede presentar el niño o niña que es abusado/a, figuran el aislamiento, la angustia, el temor al contacto con los adultos (o uno en particular).
Se suman además episodios con alteraciones en el sueño, conductas sexualizadas para su corta edad. "Hay una cantidad de síntomas que no son específicos de abusos sexuales pero que suelen aparecer en chicos que atraviesan por esta angustiante situación", detalla el psicólogo.
Los signos en el cuerpo que puede presentar la víctima tampoco pueden pasar inadvertidos para las personas que tienen a cargo su cuidado y protección. Manchas o roturas en la ropa interior del niño o niña, vestigios de sangre en el recto o la vagina; dolor, comezón, inflamación de los órganos genitales o flujo vaginal también son señales de alerta.
Miedo y manipulación
Las formas de manipulación ejercidas por el responsable de esta grave agresión van desde el sometimiento mediante el miedo, la seducción, las amenazas y la coerción mediante la fuerza y la violencia física.
En los casos en que las situaciones de agresiones sexuales contra niños y niñas se extienden en el tiempo y se vuelven crónicas, el abusador ha realizado un trabajo psicológico sobre la víctima, que por lo general se ve sumida en un túnel de silencio y complicidad del entorno, en el que parece no tener escapatoria.
En apariencia, el perfil del abusador puede no llamar la atención del entorno e incluso suelen ser personas queridas por sus amigos y allegados por su amabilidad.
Se trata de hecho de una suerte de "pantalla" utilizada por éste para no dejar expuesto su sadismo, perversidad y falta de humanidad. La desventaja del niño o niña frente a esa situación es evidente. Además, teme denunciar lo que sufre debido al miedo a que sus seres queridos y/o entorno no les crean.
"El niño o niña queda entrampado, genera vergüenza y culpa. El adulto abusador se aprovecha de la situación de asimetría en materia de poder y sus rasgos psicológicos son de perversidad porque no experimenta culpa y no funcionan en esas personas las barreras. Percibe al otro como un objeto, no como una persona", dice el especialista.
Izura detalla que otra luz de alerta se enciende con la existencia de hechos en los que los abusadores son adolescentes de 16 años contra niños y niñas de 10 o 12 años.
Lucha continua
Marianela Aveni tiene 32 años. Fue víctima de abuso sexual por parte de su tío cuando sólo tenía ocho años. Hoy, ella es una de las mujeres mendocinas que han tomado las riendas de la lucha contra esta problemática.
De hecho, hace poco más de un año ella se animó a escrachar públicamente a su agresor a través de la red social Facebook.
Dice que sintió alivio al poder exponer su caso y que a partir de allí muchas otras mujeres se animaron a expresarle que cuando fueron niñas o adolescentes un adulto varón del entorno (incluyendo a curas y pastores) había atentado contra su integridad.
"Antes, la persona que era víctima ni siquiera se animaba a denunciar y también había más naturalización de estos graves hechos. En el barrio era un motivo de vergüenza e incluso hasta te podían culpar. Hoy, por suerte, eso ha cambiado", opina Aveni.
En su momento, fueron sus padres quienes realizaron la denuncia contra el tío de Marianela; hubo un juicio y el agresor quedó con una condena en suspenso. Pero a lo vivido no lo borra de su alma ni de su memoria. Por eso ella alerta que es fundamental que la persona con la que el niño o niña se siente identificado (madre, hermanos, etc.) preste atención a las señales.
"Las maestras en esto también tienen un rol clave", destaca Aveni, y recuerda que a los casos que efectivamente son investigados hay que sumarles muchos más que todavía permanecen ocultos por el silencio.