Ya sabe qué hará cuando pase el temblor. Cuando las cámaras se apaguen, los estudios de Don Torcuato alberguen otros decorados, otros actores y otras historias, y las selfies se las pidan a otro. Piensa volver a Boquiñeni, el pueblito de Zaragoza en el que se crió: 1.000 habitantes y 19 kilómetros de paz bañados por el río Ebro.
Del amor entre un bombero y una cuidadora de ancianos, un actor. Extraño pasaje del altruismo al "superyó". Diego Domínguez, el hijo en cuestión, entiende eso como vocación por "oposición". Separarse de la especie, romper con el mandato y encontrar otra forma de pensar en el otro. Archivado su título de socorrista, sin pretensión de salvar vidas, lo suyo, dice, es "mejorar el ánimo de alguien, entretenerlo, hacerlo reflexionar, cambiar su día".
Es Manuel Córdoba en la telenovela que miran cada noche más de un millón de personas ("Argentina, tierra de amor y venganza", El Trece), el otro español que aterrizó junto a Albert Baró para la trama de fines de los años treinta en la que reinan los conventillos, los inmigrantes, los burdeles y la trata de personas. Tiene 27 años, 15 de carrera, un segundo apellido en su DNI (Llort) y fans sudamericanos desde épocas de "Violetta".
Ex integrante de un grupo infanto-juvenil estilo Parchís (3+2), al finalizar la adolescencia Diego intentó limpiarse de la popularidad, las giras y los contratos y se calzó el traje de laburante ignoto. Sin chistar, pasó de los euros ganados a puro canto y baile a limpiar baños y servir copas en el bar October, del barrio zaragozano Monzalbarba.
"Pensé: 'Has triunfado mucho, pero hay que volver a la realidad. Y me di un baño de realidad'", cuenta. "Ese fue un proceso de madurez grande. Me hizo aprender mucho. La fama no es la parte más agradable del que es artista de cuna. Y me vino bien para darme cuenta de lo que quería".
Lo llamaron Diego por un personaje argentino de un culebrón del que su madre ya no se acuerda. Nació el 13 de octubre de 1991, como el primer hijo de dos españoles "serviciales, que siempre piensan y pensaron en los demás antes que en ellos".
Creció en la capital de Zaragoza, pero sus fines de semana transcurrieron en el sonoro Boquiñeni, a puro pelotazo y guitarreadas en la vereda. "No he tenido una Playstation en mi vida. Una infancia increíble, como un payaso que imitaba a amigos, a animales".
De aquel niño hay registro fotográfico, auditivo, archivos al alcance de un click. Pelo carpincho, camisas floreadas, métricas simples al cantito de “Oeh, oeh, oeh, oeh, mira qué rumbita, a menear ese culillo”.
La fama infantil como juego, mientras lidiaba con la escuela. "No fui buen alumno", se ríe. "Era muy querido por profesores y maestros, pero muy distraído, con la atención selectiva. Al día de hoy dejo de focalizar en lo que no me interesa".
A los 14 años se inscribió en un curso de teatro de la Compañía de Zaragoza. Debutó en la obra "Mucho ruido y pocas nueces", como un cocinero disparatado que debía preparar un pollo al whisky. "Yo tenía gracia, era caradura, extrovertido, y me dije, 'Vamos a probar'. Era grandioso, porque me juntaba con niños con la misma patología".
Después de poder comprarle un techo a sus padres con el raid musical, a los 17 se mudó solo a Madrid. Alternaba entre el bachillerato de Artes Escénicas y la escuela privada de actuación.
Llegó el turno de la TV española, en ficciones como "Física o química", de Antena 3, "Aída" y "La pecera de Eva", de Telecinco, o "Wake Up" por PlayZ.
En 2012 llegó a la Argentina para actuar en "Violetta". Terminó aterrizando en rincones impensados por la gira teatral que impulsó la tira: Lisboa, Turín, Lyon, Estrasburgo, Bruselas, Ginebra, Budapest, Bucarest, Stuttgart, Varsovia, Róterdam...
En 2016 ganó el “Dance, Dance, Dance” (una suerte de Bailando italiano) en el que lo evaluaban dos bailarines de la ex compañía del mismísimo Michael Jackson.
Cuatro meses en Roma, ensayando a toda hora para mostrar coreografías perfectas de “Cantando bajo la lluvia” y otros cuadros emblemáticos, junto su ex pareja, la argentina Clara Alonso. Resultado: se llevó un trofeo, varios euros y un aprendizaje perfecto del idioma.
Ve cuantas veces puede la película "Mar adentro", de Alejandro Amenábar, de allí su admiración incondicional por Javier Bardem. También persigue el trabajo de Rodrigo de la Serna y Norma Aleandro. Ex jugador de futsal, hincha "no practicante" del Real Madrid, ya visitó dos veces la Bombonera y quedó impresionado "por semejante latido".
Mide 1,76, ama el tenis, el running, las artes marciales, y ya se apoderó de una costumbre argentina: asado todos los domingos, en lo posible entraña. En su travesía argenta, acaba de visitar Las Cataratas del Iguazú. Se apropió de la expresión "Che". Eso sí, se niega al mate tras una experiencia traumática: "Me quemé la lengua la primera vez que lo tomé", admite.
Su personaje, uno de los que más catarata de menciones genera en redes sociales bajo el hashtag de #ATAV, es todo amor: un europeo de principios de siglo XX que vive descifrando el lunfardo, esperanzado en el granero del mundo, mientras intenta enamorar a Anna Moretti (Candela Vetrano). "La sociedad cambió su forma de amar. Y esa parte conservadora y perseverante de él de apostar al amor de su vida me encanta".
Domínguez explora con el tango en alguna escena de la telenovela en la que reivindica temas como "Soledad", de Alfredo Le Pera y Carlos Gardel. Y ya se imagina volviendo al anonimato de Boquiñeni, donde lo reconocen por ser "el nieto de 'la' Carmen y de Don Fernando". Le huye a los periodistas, tal vez por ese precepto de no hablar de su vida sentimental.
"Doy pocas notas, porque a veces siento que no hay que dar tanta explicación del arte. No es la parte más cómoda de mi carrera la entrevista. Mis personajes son mis creaciones, lo demás es información adicional que no me interesa", dice.
-A fin de año se terminan los contratos de "ATAV". ¿Te alcanzó con tu estadía en este país? ¿O querés redoblar la aventura?
-Vuelvo a España en noviembre. Yo vivo en Madrid, pero si surge alguna oferta, me quedo. Me parece que tenéis un carácter único y tratáis muy bien al extranjero.
-¿Por qué sos actor? Teniendo en cuenta que venís de una casa donde se salvaban vidas y se dejaba el ego de lado...
-Ante esa pregunta, yo hago otra lectura: elijo esta profesión para poder hacer ver a la sociedad, desde la ficción, problemas que tal vez pueden cambiarse. Ese sistema me ayuda a componer y a ver el oficio de una manera súper interesante. Un médico ayuda a otro, un psicólogo ayuda a la mente de otro... todos ayudan con su trabajo. Con “Violetta”, por ejemplo, visitábamos a niños con enfermedades terminales. Esa también era una forma de ayudar, de cambiarles un poco la vida. Hay un momento de invasión que no me gusta nada. Leí un titular de Ricardo Darín con el que me siento identificado.
-¿Cuál?
-La fama es una mierda.